Lectura: La ciencia bajo regímenes totalitarios

Monumento de la época soviética dedicado al progreso de la ciencia (Kiev, Ucrania). <a href="https://www.shutterstock.com/es/image-photo/kiev-ukraine-july-12-2020-sculpture-1794406651" rel="nofollow noopener" target="_blank" data-ylk="slk:Shutterstock / Blik Sergey;elm:context_link;itc:0;sec:content-canvas" class="link ">Shutterstock / Blik Sergey</a>

Vida y destino es la magnum opus de Vasili Grossman, una obra maestra. El tema de la novela, cuya acción se desarrolla en varias localidades de Ucrania, Rusia y Alemania, podría formularse como “el ser humano frente al estado» y, más concretamente, "el ser humano frente al estado totalitario”. La novela ensalza la grandeza de la vida humana y su dignidad, algo con lo que nunca podrán acabar las autocracias despóticas, y hace continuas referencias al destino, jugando con el supuesto implícito de que nuestras vidas están sometidas a un devenir que no depende de cada uno de nosotros. Supongo que el título se debe a esos dos elementos.

La acción transcurre durante la batalla de Stalingrado (hoy Volgogrado), de la que se ha escrito que fue la que cambió el rumbo de la II Guerra Mundial. En Stalingrado, tras una resistencia heroica al avance de las tropas alemanas, comandadas por el general Paulus, el Ejército Rojo, al mando del general Zhúkov, consiguió que el alemán retrocediera, lo que dio la vuelta a la situación bélica en Europa.

El estado autoritario al que he hecho referencia es, principalmente, la Unión Soviética bajo la égida de Stalin y, por supuesto, el III Reich alemán. Ambos aparecen ante nuestros ojos como entes esencialmente idénticos en lo que se refiere a su pretensión de dominio sobre las personas y las acciones que para ello llevan a cabo. La novela narra las vicisitudes de diferentes personajes, más o menos relacionados entre sí familiarmente, con el estado y varias de sus ramas, excrecencias o sectores (comunidad científica, ejército, servicios de seguridad, etc.). También es la crónica de la batalla en algunas posiciones y las historias de los soldados que combatieron allí. Me interesa, no obstante, centrarme en un aspecto de los que trata la novela, y no de forma marginal, precisamente: la relación entre los científicos (la ciencia) y el estado.

A quien desconozca la biografía de Grossman, le puede resultar sorprendente la importancia que la ciencia tiene en su obra, y también el detalle con el que se refiere a cuestiones de física atómica. Pero el autor se había formado como ingeniero químico y, de hecho, trabajó en su profesión hasta que optó por el periodismo y la literatura. Grossman era ucraniano y judío.

<a href="https://www.galaxiagutenberg.com/producto/vida-y-destino-2/" rel="nofollow noopener" target="_blank" data-ylk="slk:Fuente: Galaxia Gutenberg;elm:context_link;itc:0;sec:content-canvas" class="link ">Fuente: Galaxia Gutenberg</a>

El físico teórico Víktor Pávlovich Shtrum —quizás el personaje central de la obra— es un científico importante. Consigue formular una nueva teoría sobre algún aspecto de la estructura del átomo y las fuerzas que intervienen en ese nivel de organización.

Víktor Pávlovich caminaba en la oscuridad, por la calle desierta. De repente le vino a la cabeza un pensamiento inesperado. Y enseguida, sin dudarlo, supo que ese pensamiento era cierto. Tenía una nueva explicación para el fenómeno atómico que hasta ahora parecía no tener explicación y los abismos se habían transformado en puentes. ¡Qué sencillez, qué luz!

Aquella idea era sorprendentemente bella. Parecía que ni siquiera la había engendrado él, como un nenúfar blanco que emergiera de la oscuridad serena de un lago, admirando su belleza. (pg. 365)

Esta mención a la belleza seguramente resultará sorprendente para las personas no familiarizadas con el mundo científico. Pero lo cierto es que en ciencia hablamos a menudo de la belleza de las teorías e hipótesis científicas.

La nueva hipótesis había surgido porque los experimentos no habían confirmado las predicciones de la teoría anterior. Y, si bien había desconfiado inicialmente de la calidad de las determinaciones experimentales, finalmente llegó a la conclusión de que la teoría anterior era “un caso particular en el nuevo sistema… La nueva reina madre arropada con un manto púrpura inclinó de modo respetuoso la cabeza ante la nueva emperatriz. Todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos.” (pg. 437)

En su cabeza de físico teórico los procesos del mundo real sólo eran un reflejo de las leyes que habían nacido en el desierto de las matemáticas. En la mente de Shtrum las matemáticas no eran el reflejo del mundo, sino que el mundo se configuraba como proyecciones de las ecuaciones diferenciales. El mundo era un reflejo de las matemáticas. (pg. 438)

El primero de los dos párrafos anteriores ilustra la génesis de nuevas hipótesis o teorías, como consecuencia de no haber podido verificar las anteriores, de acuerdo con esa conocida secuencia popperiana de conjeturas y refutaciones (que, en realidad, tampoco refleja con fidelidad el devenir del descubrimiento científico), así como el papel que acaban jugando algunas teorías, al pasar a convertirse en casos particulares de las que las sustituyen. El segundo párrafo no hace sino reflejar una visión neoplatónica del conocimiento: en la mente de Shtrum, en vez de ser instrumentos con los que modelar el mundo, las ecuaciones se reflejan en aquel.

A pesar de que sus compañeros más competentes reconocen el alcance e importancia de la teoría formulada por el personaje de Grossman, un grupo de científicos apoyados por un joven miembro del Comité Central del Partido ponen en duda su validez e, incluso, dudan del valor de la Teoría de la Relatividad de Einstein y de la propia valía del genio alemán.

– Me parece, Víktor Pávlovich, que su panegírico sobre Einstein es una burda exageración —replicó Shishakov.

– Totalmente de acuerdo –intervino alegremente Postóyev–. Una exageración evidente.

– Mire, camarada Shtrum, […] no me parece adecuado presentar una teoría idealista como la cumbre de los logros científicos.

– Ya basta –le interrumpió Shtrum, y continuó con un tono de voz arrogante y didáctico–: Alekséi Alekséyevich, la física contemporánea sin Einstein sería una física de simios. No tenemos derecho a bromear con los nombres de Einstein, Galileo y Newton. (pg. 577).

Por otra parte, en el Partido se tomó la decisión de priorizar la investigación aplicada, de carácter práctico, frente a la teórica.

En el Comité Central se había discutido la situación de la investigación científica en el país. Se anunció que el Partido, desde ese momento en adelante, concentraría su atención en el desarrollo de la física, las matemáticas y la química.

El Comité Central consideraba que la ciencia debía orientarse hacia la producción, debía acercarse a la vida, unirse estrechamente a ella. (pg. 579)

Los participantes de la reunión se habían pronunciado en contra del idealismo y de la infravaloración de la ciencia y la filosofía rusas.

[…] Unos días más tarde arrestaron a un famoso botánico, el genetista Chetverikov. (pg. 580)

El botánico y genetista que menciona Grossman es un personaje histórico, aunque las fechas de su arresto y exilio en Yekaterimburgo, primero, y de la separación de su puesto en la Universidad Gorky por orden de Lysenko más adelante fueron, respectivamente, 1929 y 1948. Las fechas no cuadran, porque los hechos narrados en la novela ocurrieron durante la guerra, después del primer exilio y antes de la destitución posterior.

No obstante, lo que el autor quiere reflejar es la actitud del Partido Comunista en relación con la ciencia, su concepción de la ortodoxia ideológica como fuente de conocimiento, y las actuaciones que inspiró esa actitud, que tuvieron consecuencias muy negativas –en ocasiones nefastas– para ciertos científicos y para el progreso de la ciencia en la Unión Soviética.

En ese contexto, en parte por envidias de algunos de sus colegas, en parte por tratarse de un físico teórico del que se decía que era seguidor de teorías idealistas (por oposición a materialistas) y en parte por su condición de judío, Víktor Pávlovich empezó a tener problemas en el instituto de la Academia de Ciencias en el que trabajaba.

– Tengo la impresión, Víktor Pávlovich, de que sus admiradores, sus fervientes partidarios, le están haciendo un flaco favor: los superiores comienzan a estar irritados.

– ¿Por qué se calla? ¡Continúe!

Sokolov le contó una observación formulada por Gavronov. Este sostenía que los trabajos de Shtrum contradecían las teorías de Lenin sobre la naturaleza de la materia.

[…] Sokolov se volvió a mirar a la puerta, después al teléfono, y dijo a media voz:

– Verá, temo que los peces gordos del instituto le utilicen como chivo expiatorio en la campaña lanzada para reforzar el espíritu del Partido en la ciencia. Ya sabe a qué clase de campañas me refiero. Escogen a una víctima y todos se ensañan con ella. Eso sería horrible. ¡Su trabajo es tan extraordinario, tan fuera de lo común! (pg. 725)

En efecto, la campaña a la que hacía referencia colega Skolov, se había puesto en marcha.

[…] usted debería reflexionar sobre sus conclusiones puesto que contradicen las teorías materialistas sobre la naturaleza de la materia; debería usted pronunciar una conferencia al respecto.

Dijo que no era asunto de la física confirmar una filosofía. Dijo que la lógica de los descubrimientos matemáticos era más fuerte que la lógica de Engels y Lenin, y que Badin, el delegado de la sección científica del Comité Central, podía tranquilamente adaptar las ideas de Lenin a las matemáticas y a la física, pero no la física y las matemáticas a las ideas de Lenin. Dijo que un pragmatismo excesivo era letal para la ciencia, aunque estuviera impulsado por «Dios Todopoderoso en persona», y que solo una gran teoría puede engendrar grandes logros prácticos. (pg. 742)

Es revelador el hecho de que la diatriba de Shtrum contra la pretensión de los órganos del Partido de adaptar las teorías científicas a presupuestos ideológicos o filosóficos desembocara en una reivindicación tan clara y contundente de las buenas teorías. Lo que Shtrum decía a sus detractores es que si querían una ciencia práctica, que sirviera para resolver problemas, debía ser una buena ciencia, ni más ni menos.

Sorprende que algo que ya tenía claro alguien como Grossman en los años cincuenta del siglo pasado (cuando redactó su gran obra) deba ser reiterado una y otra vez todavía hoy frente a pretensiones cortoplacistas de una ciencia supuestamente útil que, al fin y a la postre, resulta ser mala ciencia y, por tanto, completamente inútil.

La campaña contra Shtrum acabó sustanciándose en un artículo publicado en el periódico mural del Instituto de Física. El párrafo citado a continuación está entresacado del artículo:

“Estas personas [en alusión a Shtrum y otros], por lo general, exigían una actitud neutra hacia las teorías idealistas, reaccionarias y oscurantistas de los científicos idealistas extranjeros; se jactaban de los vínculos que mantenían con ellos, rebajando así el sentimiento de orgullo nacional de los científicos rusos y disminuyendo los méritos de la ciencia soviética”. (pg. 849)

Repárese en la alusión al orgullo nacional. El párrafo del artículo citado apela a un elemento, el nacionalismo, que normalmente se considera ajeno a posiciones ideológicas como las del Partido Comunista, pero debe enmarcarse en el viraje estratégico de la URSS, desde un internacionalismo originario, propio de la ideología marxista-leninista, hacia la noción del ‘socialismo en un solo país’ que había implantado Stalin como nueva orientación estratégica.

A Shtrum sus colegas cercanos y amigos le proponen o piden, y sus adversarios y perseguidores le exigen, que se arrepienta, ya sea mediante una carta, ya mediante un discurso ante el pleno del Instituto de Física. Pero Shtrum no sabe de qué tiene que arrepentirse, pues en ningún momento cree haber obrado de forma incorrecta. De hecho, no ha obrado de forma incorrecta.

– Víktor Pávlovich, por lo que más quiera, se lo rogamos, escriba una carta, arrepiéntase, le aseguro que eso le ayudará. […]

– Pero ¿de qué debo arrepentirme? ¿De qué errores? –preguntó Shtrum.

– Qué más da, lo hace todo el mundo: escritores, científicos, dirigentes del Partido; incluso nuestro querido músico Shostakóvich reconoce sus errores, escribe cartas de arrepentimiento y, después, continúa trabajando como si nada. (pp. 854-855).

Sin embargo, cuando Shtrum espera la llamada en la que le han de comunicar su definitiva defenestración o la visita de los servicios de seguridad del estado tras la que se lo lleven detenido, recibe una llamada directa del camarada Stalin. Iósif Vissariónovich le dice, entre otras cosas:

«Me parece que está usted trabajando en una dirección interesante». (pg.969)

Este giro de trama se entiende en el contexto de la guerra y el cambio de tornas que se ha producido en Stalingrado y en otros escenarios bélicos. Los soviéticos han detectado que un buen número de científicos occidentales especialistas en física del átomo han dejado de publicar y han salido de escena. Aunque la novela no lo menciona, está en marcha el proyecto Manhattan que culminará poco tiempo después con la creación de la bomba atómica. Y este es, precisamente, el campo en el que Shtrum está haciendo progresos teóricos.

Al parecer, las llamadas de Stalin a personas de ámbitos y sectores de lo más diverso no eran excepcionales y, cuando se producían, automáticamente, la persona implicada empezaba a ser favorecida de una forma tal que transformaba radicalmente, para bien, sus condiciones de trabajo. Resumiendo, todo lo que antes era difícil o costaba mucho tiempo, se convertía en fácil y se conseguía rápidamente.

Así pues, el status de Shtrum cambió completamente de la noche a la mañana. Pasó a ser el científico más importante de su instituto, y quienes antes le perseguían, ahora le rendían pleitesía. Es más, su actitud, la de esos compañeros suyos de instituto y de profesión, venía acompañada de una especie de amnesia que hacía que su comportamiento pareciese la cosa más normal del mundo.

He preferido no desvelar el final de esta historia (dentro de la gran amalgama de historias entrelazadas que son esta magnífica novela), porque realmente merece la pena llegar hasta él. Lo importante está dicho y la enseñanza es clara. En los regímenes autoritarios, los intereses del Estado, en ocasiones camuflados mediante argumentos ideológicos –aunque también la ideología por sí misma– pueden condicionar de forma directa el devenir de la investigación científica. La ciencia no puede progresar bajo esas condiciones. Y resulta pasmosamente fácil que los propios investigadores elaboren enrevesadas argumentaciones para justificar su alineamiento con la dirección que marca el poder.

Creo que esta es una de las razones (la otra importante es la falta de libertad) por la que los regímenes totalitarios no verán progresar las ciencias en sus países en una medida equivalente a como progresan en los países libres.

Pero esto no debe llevarnos a engaño. También en los países democráticos, en los regímenes abiertos, se producen interferencias, injerencias y condicionamientos de la actividad científica. La ‘compra’, más o menos reconocida, de científicos para que obtengan los resultados que convienen a corporaciones o grandes sectores económicos (Los mercaderes de la duda, por ejemplo) son un caso de manipulación por motivos económicos que sigue produciéndose en los países occidentales.

La cultura de la cancelación es otro claro ejemplo de interferencia, en este caso por motivos ideológicos.

Otro ejemplo egregio del interés por dar a torcer el brazo de la comunidad científica lo protagonizó el presidente Donald Trump durante la pandemia con su insistencia en promover el uso de un fármaco ineficaz contra el SARS-Cov2, o los intentos del mismo personaje por forzar a los meteorólogos a falsear sus informes para ocultar datos que avalaban la existencia del calentamiento global. En estos dos ejemplos la motivación fue tanto ideológica como económica. Son casos extremos, pero aquí, entre nosotros, no son anecdóticos los intentos por ocultar o tergiversar hallazgos que no son conformes con la ideología de quienes practican esos intentos.

Estas formas de intromisión o manipulación no las encontrarán en la novela de Grossman, pero eso es lo de menos. Bastante tenía el señor Vasili con el totalitarismo.

Vida y destino es una obra fundamental en la literatura del s. XX, por su calidad literaria y por la disección que practica del funcionamiento de los regímenes totalitarios y del modo en que las personas se comportan bajo esos regímenes. Por cierto, no se pierdan la aventura que protagonizó el manuscrito hasta llegar a ser publicado. Es una novela en sí misma. De hecho, el autor no supo si su obra se acabaría publicando y murió sin saberlo.


Nota final: Esta reseña temática está basada en la edición de ‘Vida y destino’ publicada por Galaxia Gutenberg en 2007, traducida del ruso por Marta Rebón. Las citas textuales llevan la página de la que se han tomado al final.


La primera versión de este articulo se publicó en el boletín del autor ‘Lecturas y conjeturas’.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.

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Juan Ignacio Pérez Iglesias no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.