Lecciones en democracia desde el FC Oporto

Las cosas empezaron con una pelea y apenas han mejorado desde entonces. Más o menos durante los últimos cinco meses, ha habido una serie de arrestos, acusaciones de tráfico de drogas y blanqueo de dinero, rumores oscuros de filtraciones ilegales de datos, acusaciones vagas de intimidación y varios vituperios cargados sobre impropiedad financiera, deshonestidad y traición.

Este año en todo el mundo, se celebrarán elecciones en al menos 64 países. También en la Unión Europea. Las campañas serán feroces. A menudo podrían ser tóxicas. Sin embargo, pocas demostrarán ser tan virulentas —u ofrecerán un caso de estudio tan instructivo sobre el estado de la democracia en 2024— como la que decidirá quién será presidente del FC Oporto.

Como decenas de clubes de toda Europa, el Oporto —una de las tres grandes casas del fútbol portugués— es propiedad de sus socios. En la actualidad, sus filas se cuentan en más de 140.000. Cada cierto número de años, el club celebra una elección, a la presidencia y a la junta directiva, para determinar quién debe dirigir el club en su nombre.

Por lo general, esto equivale a poco más que un papeleo. Tan solo vota un pequeño porcentaje de los socios. La elección suele ser entre dos ancianos que en esencia son indistinguibles, cuando siquiera hay una opción. Hasta la última ronda de elecciones, en 2020, el Oporto había sido una democracia tan solo en el sentido más nominal.

Desde 1982, Jorge Nuno Pinto da Costa ha sido el presidente del Oporto. En ese tiempo, ha visto al equipo coronarse campeón de Europa en dos ocasiones —1987 y 2004, para los aficionados a las trivias— y lo ha consolidado como la fuerza preeminente de Portugal. El Oporto ha ganado 23 títulos portugueses bajo el mandato de Pinto da Costa, nueve más que el Benfica, su rival más cercano en ese periodo.

Por lo tanto, era común que hubiera poco apetito por un cambio. A menudo, las elecciones del club eran del tipo que podía atraer a un autócrata de algún lugar del antiguo bloque soviético. Pinto da Costa fue reelegido sin oposición la mayoría de las veces, las votaciones eran poco más de un ejercicio de marcar casillas, un desfile de burocracia, con toda la emoción que eso conlleva.

Este año ha sido bastante diferente. Se espera que unos 35.000 afiliados voten el sábado, una participación muy superior a la normal. Se les pedirá que elijan a uno de los tres candidatos presidenciales que figuran en la boleta.

Ahí están Pinto da Costa, de 82 años, y Nuno Lobo, de 54, un empresario y aspirante derrotado en 2020. No obstante, lo más llamativo es André Villas-Boas, con su cara aniñada aún a los 46 años, venerado no solo como el joven advenedizo que entrenó al Chelsea y al Tottenham, sino también como el técnico que llevó al propio Oporto a ganar el triplete en 2011. Con apenas 31 años, había sido nombrado bajo la égida de Pinto da Costa.

Villas-Boas anunció su candidatura —comentó que, como socio de toda la vida, siempre había sido su sueño ser presidente del club— en una presentación fastuosa en noviembre a la que asistió una falange de exjugadores del Oporto.

Luego, intentó adoptar una actitud diplomática con el hombre que le había dado su oportunidad. El mensaje —la verdad que en parte por conveniencia política— fue que, a pesar de toda la gratitud que se le debía a Pinto da Costa, había llegado la hora del cambio. (Villas-Boas fue menos amable con el entrenador con el que se dio a conocer: en un emotivo montaje de los mayores triunfos del Oporto, José Mourinho brilló por su ausencia).

Sin embargo, al desafiar a un poderoso líder vigente, Villas-Boas encontró con rapidez cada vez más dificultades para mantener esa línea particular. Se rumora que, en la asamblea general del club celebrada en noviembre, socios de los Super Dragões, la mayor facción de ultras del Oporto, agredieron a quienes se manifestaban su oposición al liderazgo del club. Después, se detuvo a una docena de personas, entre ellas el líder del grupo, Fernando Madureira. En una redada posterior de la policía a su casa, se encontraron drogas, armas y varios miles de euros en efectivo. (Madureira sigue en prisión, a la espera de un juicio).

Eso estableció la pauta. Los últimos meses, los tres candidatos han recorrido diversos lugares de la ciudad, han visitado grupos de aficionados y han hecho campaña para la votación, como lo haría cualquier candidato presidencial que se respete. La retórica se ha vuelto cada vez más beligerante. “Casi todos los días parece una lavandería, donde se lava la ropa sucia”, comentó Lobo.

En cierto momento, Pinto da Costa, a todas luces afectado por la punzada de la que percibe como una traición de su antiguo protegido, llegó a comparar a Villas-Boas con su perro. Ha acusado a Villas-Boas de rodearse de “enemigos del FC Oporto”, hasta insinuar que no es más que un títere de otros. Ha enfatizado el linaje de clase media alta de Villas-Boas, tachándolo de esnob elitista, y ha sugerido que su campaña obtuvo de forma ilícita los números de teléfono de los socios con derecho a voto.

Por otro lado, Villas-Boas ha sido implacable con la que considera una mala gestión del club a manos de Pinto da Costa. Las últimas cifras financieras del Oporto mostraron deudas y pasivos por más de 700 millones de dólares, prueba de lo que ha llamado una “estructura disfuncional”. Villas-Boas ha comentado que en esencia el club está en “bancarrota operativa”.

Según Villas-Boas, Pinto da Costa ha permitido que se utilice al Oporto, otrora modelo de la manera en que los clubes podían sortear el mercado de transferencias, como una “bodega de negociaciones”, donde el control de su estrategia de fichajes en esencia se le ha cedido a un puñado de representantes privilegiados. “La autoridad del club se ha disipado en favor de los intereses de ciertos intermediarios”, afirmó Villas-Boas.

Villas-Boas ha pedido garantías sobre la transparencia de las elecciones y ha descrito la violencia de noviembre —la cual produjo acusaciones de que los ultras protegían lo que consideran una relación benéfica con los actuales líderes del club— como uno de los “días más oscuros en la historia del Oporto”. Villas-Boas sostiene que todo esto demuestra la necesidad urgente de una reforma.

No está muy claro cómo se desarrollarán las elecciones del sábado: la participación récord que se espera es un buen augurio para Villas-Boas, pero los equipos de fútbol son lugares conservadores por naturaleza, recelosos de los cambios drásticos y raudos a aferrarse a la comodidad de lo conocido. El Oporto ha sido el feudo de Pinto da Costa durante cuatro décadas; a los aficionados y los socios les puede parecer difícil imaginar un mundo en el que no sea el caso.

Lo más evidente, y más descorazonador, es que no es tan difícil trazar una línea entre todo esto —las acusaciones y denuncias, las conspiraciones de fácil alcance, la amenaza punzante de una violencia real— y lo que puede ocurrir en escenarios electorales de una envergadura bastante mayor en los próximos meses. Parece que así funciona la democracia en 2024, ya sea que esté en juego el futuro de un club o de un país.

c.2024 The New York Times Company