En un país que se queda sin nada, lleva alimentos a los más vulnerables en medio de la pandemia

Desirée Rodríguez coordina el equipo que hace posible “Una vianda por la vida”, un programa que pretende evitar que los más vulnerables ante la pandemia de la covid-19 se expongan saliendo a la calle. A diario entregan comida caliente a 92 personas en sus casas en San Isidro, un barrio al borde de la carretera vieja Petare-Guarenas, en el estado Miranda de Venezuela.

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Desirée Rodríguez coordina el equipo que hace posible “Una vianda por la vida”, un programa que pretende evitar que los más vulnerables ante la pandemia de la covid-19 se expongan saliendo a la calle

Texto: Jesús Piñero / Fotos: Ramsés Mattey Walther vía La Vida de Nos

Desirée está atareada. Tiene muchas cosas por hacer. Esta mañana de marzo de 2020, lleva puesto un delantal, un tapaboca y guantes quirúrgicos. Faltan quince minutos para las 12:00 del mediodía. En breves momentos llegará una camioneta pickup cargada de viandas que debe organizar en el patio de su casa, en San Isidro. Es la comida para casi un centenar de sus vecinos de la tercera edad.

Mientras esperan, las 10 mujeres que la ayudarán a repartirla hablan sobre la pandemia que tiene al mundo paralizado, sobre los nuevos casos confirmados de covid-19 en el país. De pronto suena la corneta. Todas se levantan y caminan hacia el vehículo. Entonces empieza el trajín. Y Desirée a poner orden.

—Lávense las manos con desinfectante. Pónganse los guantes —dice mientras el patio de su casa se llena de cajas. En dos minutos la mesa está repleta de recipientes con sopa, panes de sándwich y cambures. Las colaboradoras comienzan a embalar todo con plástico para envolver.

Desirée Rodríguez tiene 34 años de edad y 8 meses de embarazo. Se le nota agitada, con la respiración entrecortada. Gotas de sudor caen de su rostro. Dirá que ya quiere parir, que está cansada, que el calor de marzo la agobia, que la cuarentena complica las cosas. Pero en verdad nada de eso la detiene. Es como si la moviera la certeza de que debe hacer cuanto esté a su alcance por quienes la rodean.

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Desirée Rodríguez tiene 34 años de edad y 8 meses de embarazo y aun así hace el esfuerzo de ayudar a los demás

Por los más vulnerables

San Isidro es un barrio ubicado cerca de la carretera vieja Petare-Guarenas, en el estado Miranda, en el centro de Venezuela. Un conjunto de casas improvisadas, levantadas con planchas de zinc, madera y barro, que bordean una bajada inclinada en medio de varias colinas. En San Isidro no hay policías ni médicos. Aunque está ubicado a poco más de 10 kilómetros de Caracas, parece un sitio remoto: ni Google Maps lo tiene registrado.

El monte de los cerros que lo rodean ardió hace una semana y la vegetación, consumida por el fuego, luce gris. Una nube de calima se desparrama en cenizas sobre San Isidro. El viento arrastra cientos de micropartículas y el aire se torna denso, difícil de respirar. A Desirée le preocupa que allí viven muchos abuelos, algunos con enfermedades crónicas, y ese humo no les hace bien. Sabe que ante la pandemia de la covid-19 ellos son los más vulnerables. No deben salir de sus casas, ni siquiera a abastecerse de alimentos. Es por eso que desde hace una semana ella se encarga, con ayuda de su equipo, de llevarles comida.

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La preocupación por sus padres, que viven en el otro lado del país, no sale de su cabeza

En eso consiste “Una vianda por la vida”, un programa creado por la trabajadora social Mirla Pérez y el sociólogo Alexander Campos, ambos profesores de la Universidad Central de Venezuela y habitantes de San Isidro. Ante el avance de la covid-19, llegaron a un acuerdo con el dueño de Automercados Plaza’s, quien se comprometió a proveerles comida para que los abuelos no rompieran la cuarentena. Así podían estar a salvo.

Los profesores consideraron que Desirée era la indicada para coordinar toda la operación de distribución. Sabían que ella estaba a cargo del comedor infantil del sector, impulsado por el programa Alimenta la Solidaridad, una iniciativa que nutre a más de 10 mil niños en distintas zonas desfavorecidas de Venezuela, como San Isidro.

La llamaron y Desirée aceptó de inmediato. Después se comunicó con el equipo que trabaja con ella en el comedor: unas 10 mujeres de diferentes edades que luego se encargaron de ubicar a 92 personas del sector: algunos ancianos, otros pacientes de enfermedades crónicas. Cada mediodía, de lunes a sábado, les llevan el almuerzo, la cena y el desayuno del día siguiente. Es lo que hacen en este momento.

Ya han terminado de embalar. Las colaboradoras agarran entre 10 y 14 viandas cada una y se marchan a repartirlas.

Ayudaba a otros

En 1999, Desirée tenía 15 años y vivía en Santa María de Cariaco, un poblado montañoso de tierras fértiles, a 102 kilómetros de Cumaná, la capital del estado Sucre, en el oriente de Venezuela. A esa edad, formaba parte de la Juventud Mariana Vicenciana, agrupación devota de San Vicente de Paúl. Participaba en las actividades comunitarias que organizaba la iglesia para ayudar a los ancianos del pueblo. Les cortaba el cabello, les ordenaba su cuarto y, de vez en cuando, les servía la comida.

Lo hizo por años hasta que comenzó a estudiar informática en el Instituto Universitario de Tecnología Jacinto Navarro Vallenilla, en Carúpano —a hora y media por carretera de Santa María de Cariaco— y se mudó para allá. Tuvo a su primer hijo, Sebastián, fruto de una relación que no funcionó. Se graduó, pero nunca ha ejercido.

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Desireé llegó a San Isidro en 2012 porque Juan, su actual pareja, vivía en ese barrio

Se dedicó a trabajar en tiendas.

A San Isidro llegó en 2012 porque Juan, su actual pareja, vivía en ese barrio.

En Santa María de Cariaco quedaron sus padres, pero no dejaría de pensar en ellos.

En San Isidro todo le resultó diferente: el clima casi siempre era frío, no tenía cerca el mar.

Comenzó a trabajar como maestra suplente en el preescolar de la Escuela Estadal Mirandina Don Tito Salas. Así podía estar más cerca de su hijo Sebastián, a quien había inscrito en esa institución. También daba clases particulares de matemáticas, incluso sin cobrar, como una forma de poner en práctica lo que había aprendido en su carrera universitaria.

En el colegio conoció la labor que realizaba la iglesia católica en la localidad. Los fines de semana trabajaba en los asopados organizados por el centro juvenil y poco a poco empezó a ser conocida en todo San Isidro. Su liderazgo y disposición a colaborar la hicieron acreedora de la confianza necesaria para coordinar el comedor que iban a instalar en el barrio.

Por sus padres

Desirée toma las viandas que le toca entregar, y sale de su casa. La calle es muy inclinada. Hace calor. Camina y se agita. Se le dificulta hablar. Saluda a quienes se encuentra. Entra por un callejón entre muchas casas sin frisar y toca una reja oxidada. En la puerta de la casa aparece una señora de 63 años llamada Virginia. Apenas ve a Desirée, una sonrisa se le dibuja en el rostro. Desirée le entrega dos viandas, una para ella y otra para Shirley, su hija de 44 años que está parapléjica. Esas dos mujeres llevan un lustro confinadas, sin salir de San Isidro.

El camino continúa por un callejón más estrecho que desemboca otra vez en la calle empinada. La puerta está abierta y Desirée entra. Allí la espera Yuri, una mujer de 37 años diagnosticada con cáncer a finales de 2018 que se está recuperando. Vive con su papá y depende de sus hermanos. Su mamá falleció hace cuatro meses. Agradece la comida porque todavía no está trabajando.

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Ella solo se enfoca en tratar de que estos días sean más amables para quienes desde 2012 son sus vecinos. En ellos, de algún modo, ve el rostro de sus padres

Desirée recuerda que hace un tiempo tuvo que ingeniárselas para vender una versión artesanal de sardinas enlatadas. Iba al mercado de Coche, en el sur de Caracas, y compraba sardinas frescas, aliños y condimentos. Metía todos los ingredientes en una olla de presión. Luego envasaba la preparación en potes de arroz chino y los vendía. Eran días que exigían ingenio e improvisación.

A su manera de ver fueron los peores años de la crisis. Los habitantes de San Isidro celebraron su emprendimiento, muchos le compraban. Desirée también vendía masa de maíz pilao para hacer arepas. Esos negocios le permitieron sortear un poco las carencias. Fueron ideas que rescató de su crianza en Santa María de Cariaco, cuando su mamá preparaba las sardinas así y rendían para todos.

Mientras reparte la comida, piensa que sus papás están solos allá y ella no tiene cómo ayudarlos. Hace poco su mamá la llamó y le contó que no había nada en la despensa, que había pedido una torta de casabe fiada y que por favor la ayudara a pagarla. Ella sólo alcanzó a transferirle 80 mil bolívares. Quiere traérsela a casa, pero es difícil por la cuarentena.

Espera que cuando le toque parir, pueda verla en el hospital, pero ahora nada es seguro. Solo se enfoca en tratar de que estos días sean más amables para quienes desde 2012 son sus vecinos. En ellos, de algún modo, ve el rostro de sus padres.

Esta historia fue cedida por el portal venezolano La Vida de Nos y pertenece a su serie #CrecidosEnLaAdversidad.