¿Le abren los problemas de Biden la puerta a Trump para volver en 2024?
Las cosas se complican para el presidente estadounidense Joe Biden.
En parte, por factores que se salen de su control y contra los que su administración ha trabajado para controlar o, al menos mitigar, con éxito variado. Y otros por decisiones u omisiones que le han cobrado factura o por desencuentros dentro de su propio partido que podrían, incluso, descarrilar sus principales planes económicos.
Ello se expresa en la considerable baja del índice de aceptación de Biden, que de situarse en torno al 54% a finales de mayo pasado ha caído actualmente a 44.9%, con 49% de desaprobación, de acuerdo con el promedio de encuestas de FiveThirtyEight.
Ante ello, los republicanos se frotan las manos y miran con mejores perspectivas sus posibilidades de recuperar el control del Senado federal e, incluso, de la Cámara de Representantes en las elecciones intermedias de 2022 y, posiblemente, de ganar la elección presidencial de 2024.
Todo ello, señalan algunos analistas, sugiere que Donald Trump, quien mantiene el control del Partido Republicano, podría recuperar la Casa Blanca en 2024, sin necesidad de “robarse la elección”, como se comenta en The Atlantic. Con todo, cabe señalar, parte de la baja en la popularidad de Biden tiene que ver actualmente con la erosión política causada por la reiteración de la mentira del fraude de 2020 y otras teorías conspirativas propagadas por Trump y su entorno, por actitudes en amplios grupos de la derecha radical (como el rechazo a la vacunación contra el covid-19) que han catalizado la tensión política y una nueva oleada de la pandemia y por la negativa republicana a colaborar con el presidente.
Aún falta mucho para las elecciones de 2024 y en cierta medida también para las de 2022, por lo que las especulaciones sobre sus posibles resultados están cargadas de incertidumbre y aún tienen mucho de elucubración.
Pero sí existen elementos objetivos que están mermando la posición de Biden.
Uno es la nueva oleada de covid-19 que se ha desatado desde julio pasado, impulsada por la muy infecciosa variante Delta y con el telón de fondo de una muy extensa proporción de la población que no se ha vacunado, ya sea por dudas, miedos, desinformación o rechazo abierto (en algunos casos por cuestiones político-ideológicas). El alza de casos, hospitalizaciones y fallecimientos ha causado fuerte impacto en la sociedad estadounidense y creado temores y ralentizaciones en la economía.
Y aunque el gobierno de Biden ha impulsado desde el principio la vacunación (son los no vacunados quienes más han sufrido la nueva oleada del covid-19), el nuevo y fuerte azote de la pandemia, luego de que se esperaba que esta pudiese estar ya menguando, le ha restado puntos a la actual administración.
La debacle en Afganistán también ha sido un golpe para el gobierno de Biden.
La caótica evacuación de estadounidenses y aliados de ese país, mientras el Talibán recuperaba victorioso el control, ha sido vista por muchos como un error de cálculo de la Casa Blanca, quien no habría previsto (o lo hizo pero lo desestimó) que cumplir los plazos pactados para el retiro de las fuerzas estadounidenses en Afganistán se daría en el marco de un colapso mayúsculo y acelerado del régimen prooccidental en ese país.
Ciertamente, esos plazos fueron pactados por el gobierno de Trump, y es clara la noción planteada por Biden de que la presencia estadounidense en Afganistán no era ya una prioridad en su política exterior y de que no estaba dispuesto a que más sangre de militares estadounidenses se derramara allí en aras de sostener a un sistema lleno de agujeros.
Pero las escenas del aeropuerto de Kabul colmado de personas desesperadas por escapar, con los talibanes asumiendo el control de la mayoría de Afganistán y, lo más terrible, del atentado terrorista a las puertas de esa terminal aérea que mató a 13 militares estadounidenses y a decenas de afganos tuvieron un rudo efecto en la imagen del gobierno de Biden.
Por añadidura, las recientes declaraciones de altos generales estadounidenses en el Congreso, que indicaron que sí recomendaron al presidente mantener una presencia militar en Afganistán y no retirar de allí por completo a las fuerzas estadounidenses, parece contradecir las afirmaciones de Biden de que él se guio por las valoraciones de sus generales y que no se le alertó sobre no retirar a la tropa, según se comentó en Político.
También ha mermado la posición de Biden la severa crisis que se ha vivido en la frontera sur por la llegada masiva de migrantes en búsqueda de asilo, con el dramático arribo de miles de haitianos como el episodio más reciente. Cualquier gobierno se habría visto en aprietos ante la llegada de tal marea humana (incluidos los que defiende una línea dura en materia de inmigración y frontera) y ciertamente varios factores que han motivado la migración masiva hacia Estados Unidos tienen raíces estructurales hondas y de larga data.
Pero también se ha dicho que la relajación de las medidas draconianas que el gobierno de Biden hizo de las medidas que la administración de Trump estableció en su afán de cerrar el flujo de migrantes fue una suerte de catalizador de nuevas oleadas de solicitantes de asilo.
El trato que se dio a los migrantes durante el gobierno de Trump fue reiteradamente cruel y violatorio de derechos humanos (separación de familias, detención de menores en jaulas, estigmatización de los migrantes) y apartar la acción gubernamental de esa inhumanidad era un imperativo. Pero, nuevamente, el costo político de las imágenes de miles de haitianos hacinados bajo un puente en Del Río, Texas, o de oficiales de la Patrulla Fronteriza a caballo fustigando y cargando contra migrantes le ha caído pesadamente a Biden.
Y, finalmente, la posibilidad de que diferendos dentro del Partido Demócrata en materia económica descarrilen los planes de Biden luce ominosa en el horizonte. Desacuerdos entre los demócratas progresistas y los moderados sobre la aprobación conjunta o por separado en la Cámara de Representantes del paquete bipartidista de inversión en infraestructura (de 1.4 billones de dólares) y del plan de gasto de 3.5 billones de dólares (que incluye recursos para numerosos programas sociales) han puesto en riesgo el aval legislativo a ambas iniciativas y revelan que, aunque se trata de esquemas clave de Biden, no hay unidad demócrata al respecto.
Si a eso se añade que, en todo caso, la posibilidad de hacer aprobar esos paquetes en el Senado es incierta (por la oposición de dos senadores demócratas clave y la de los republicanos) se abre la posibilidad de que Biden se quede con las manos vacías.
Como sucedió a principios del gobierno de Trump cuando la mayoría republicana en ambas cámaras no fue capaz, por diferencias internas, de aprobar el desmantelamiento de la Ley de Cuidado de Salud (Obamacare) que los republicanos habían vilipendiado por años, si los planes económicos de Biden, que son el puntal de sus promesas y programas de política interna, se topan con la pared de los desacuerdos en su propio partido, eso le costará sin duda en su posición actual y también será un severo obstáculo a las aspiraciones demócratas en 2022 y 2024.
Con todo, aún es posible revertir esos problemas para que la administración de Biden recupere terreno y, más allá de ese beneficio político-partidario, para atender mejor y dar soluciones a los problemas de salud pública desatados por la pandemia, a la tensión de la polarización social, a las necesidades de financiamiento para ampliar las oportunidades para la población estadounidenses, a la crisis del modelo migratorio actual y a la posición estadounidense en el exterior para propiciar la paz y la cooperación.
Si ese golpe de timón es posible y tiene lugar, la posición de Biden de cara a 2024 será mucho más auspiciosa. Y, en general, las comunidades estadounidenses verán ampliadas sus oportunidades en un contexto más justo y promisorio.