Latino, evangélico e indigente político

Algunos feligreses durante un servicio en una iglesia de Phoneix, el 6 de septiembre de 2020. (Adriana Zehbrauskas/The New York Times)
Algunos feligreses durante un servicio en una iglesia de Phoneix, el 6 de septiembre de 2020. (Adriana Zehbrauskas/The New York Times)
El presidente Donald Trump habla durante un evento de campaña con latinos en Phoenix, el 14 de septiembre de 2020. (Doug Mills/The New York Times)
El presidente Donald Trump habla durante un evento de campaña con latinos en Phoenix, el 14 de septiembre de 2020. (Doug Mills/The New York Times)

PHOENIX — Cientos de personas asisten cada domingo a la iglesia God of Prophecy para celebrar dos horas de alabanza en español. Comparten pasajes bíblicos, cantan y se abrazan. La comunidad evangélica, a cargo del reverendo Jose Rivera desde hace casi 25 años, es de mayoría latina, casi todos con raíces mexicanas.

Si alguien describiera a estas personas, no serían muy distintas de aquellas que el presidente Donald Trump intentó demonizar desde el principio de su primera campaña, o aquellas a las que intenta impedirles el paso con su muro fronterizo y sus políticas migratorias inflexibles.

Eso sí, estas personas no concuerdan en lo que respecta a Trump: una parte lo considera una especie de salvador y la otra, un depredador. Según calcula Rivera, entre el 25 y el 35 por ciento de sus fieles apoyan a Trump, una tasa similar a la vista en las encuestas nacionales.

Cuando Rivera observa a su comunidad de 200 familias, ve un microcosmos del voto latino en Estados Unidos: es evidente su complejidad y cuán lejos están los dos partidos principales de ganarse su crucial apoyo. No existen divisiones ideológicas claras entre liberales y conservadores. A todos les interesa la inmigración, pero también les preocupan la libertad religiosa y el aborto.

“Algunas veces en la política los cristianos quieren tener al líder perfecto en el poder para que la palabra de Dios se difunda con libertad, pero la palabra de Dios ya se difunde con libertad”, aseveró Rivera, sobre el apoyo que su comunidad le da a Trump. “Intenta vender el oxígeno que ya tenemos, pero algunos bailan al son que les toca”.

En cuanto a su afiliación partidista, Rivera explica que es un “indigente político”. No le parecen bien muchas posturas de los demócratas, pero siente que los republicanos, el partido que respaldó durante gran parte de su vida, lo traicionaron.

Desde hace décadas, ambos partidos han sabido que los hispanos son un grupo del electorado que deben ganarse. Tras la derrota de Mitt Romney en 2012, algunos estrategas republicanos advirtieron que el partido debía esforzarse más por conquistar a ese grupo. Entonces apareció Trump, quien obtuvo menos apoyo de los electores hispanos que cualquier otro candidato presidencial en la historia reciente pero que, desde entonces, ha logrado mantener algo de ese apoyo, e incluso aumentarlo.

Tras algunas conversaciones con decenas de miembros de la comunidad de Rivera y con otros evangélicos hispanos de todo el país en lo que va del año, lo que quedó claro fue que la identidad religiosa en general es parte más fundamental de su afiliación política que la identidad étnica. Además, muchos comparten la sensación de Rivera de ser indigentes políticos, y ninguno de los partidos parece saber cómo resolver este problema.

Según las proyecciones, los latinos constituirán la minoría más numerosa que votará en las elecciones presidenciales de este año, lo que significa que los 32 millones de votantes elegibles podrían desempeñar un papel decisivo para determinar quién ganará la Casa Blanca. Ambos partidos han destinado millones de dólares a anuncios en español para atraer a los latinos moderados y conservadores en particular. Aunque los evangélicos hispanos representan una porción pequeña del electorado, son una pieza clave del apoyo constante que recibe Trump de aproximadamente un tercio de los electores hispanos, en particular en estados en disputa como Florida y Arizona. Por si fuera poco, es probable que su importancia política aumente ahora que se avecina la batalla en torno a la nominación de la jueza Amy Coney Barrett a la Corte Suprema.

En los círculos demócratas tiende a darse por hecho que los electores hispanos deben sentirse indignados por la forma en que Trump ha demonizado a los inmigrantes desde el día en que anunció su campaña presidencial en 2015. Pero Rivera sabe que no es tan sencillo.

Entre los evangélicos hispanos que vitorean a Trump, la cristiandad es casi un tipo de nacionalidad y tiene tal importancia que sobrepasa cualquier otra cosa. En el presidente ven a un líder que protege su libertad religiosa y designa jueces que se oponen al aborto.

“Es duro y aborda temas que dan miedo al resto”, señaló Carlos Ruiz Esparza, de 52 años, un firme simpatizante del presidente que asiste con regularidad a la iglesia de Rivera.

Ruiz Esparza citó las políticas de Trump con respecto a Israel como otro tema que le entusiasma.

“Creo que está tomando decisiones valientes con base en las Escrituras, está transformando a nuestro país en el país que debe ser y atraerá bendiciones para todos”, aseveró Ruiz Esparza.

Cuando Rivera escucha este tipo de comentarios, por lo regular solo asiente. No cree que cambiar la ideología política de nadie sea parte de su trabajo. Su esposa está considerando votar por Trump.

“No me gusta nadie del Partido Demócrata”, explicó Ruth Rivera, quien dijo que podría cambiar de opinión todavía. “Me preocupa que son demasiado radicales, hablan de ‘liberar esto’ y ‘liberar aquello’ y quieren enseñar valores que no compartimos”.

Los evangélicos hispanos constituyen uno de los grupos religiosos de crecimiento más acelerado en el país y han experimentado un auge en estados que podrían decidir las elecciones presidenciales, como Arizona, Carolina del Norte y Colorado. Durante mucho tiempo los republicanos han intentado atraerlos, desde la era de Reagan y con más insistencia bajo la batuta de George W. Bush, quien contó con el apoyo de más del 40 por ciento de los electores latinos, el mayor porcentaje registrado en la historia.

No es cuestión de asimilación; por el contrario, muchos evangélicos hispanos hablan principalmente español y se consideran ajenos a cualquier sector convencional, diferenciados por sus creencias religiosas en la misma medida que por su origen étnico. En conversaciones sobre política, afirman estar convencidos de que el éxito económico en esencia protege a las personas del racismo y que no alcanzar ese tipo de éxito debería considerarse problema del individuo más que algún tipo de problema sistémico.

La campaña de Trump ha adoptado un enfoque especialmente enérgico para convencer a esos electores. Seleccionó una enorme iglesia hispana en Miami para anunciar una coalición evangélica. En Florida, conversaciones con decenas de evangélicos hispanos sobre el presidente revelaron un compromiso resuelto con los republicanos, en parte de personas cuyas familias huyeron de países con regímenes comunistas, además de aquellos que acuden a los líderes religiosos para que los orienten en el tema político. Con frecuencia hablan de sentirse bajo asedio, no debido a su origen étnico, sino por sentir que son una minoría en un país de mayoría seglar.

En su posición como obispo desde hace tres décadas, Rivera supervisa cerca de 50 iglesias en Arizona, Nevada y Nuevo México, con un total de casi 5000 fieles.

En 2016, reflexionó a quién darle su voto durante meses. A fin de cuentas, optó por Hillary Clinton, a pesar de sus reservas. No participar en unas elecciones le pareció imposible a Rivera, quien vivió en Panamá durante la dictadura de Manuel Noriega a principios de la década de 1980.

Describe el dilema de los evangélicos hispanos como una “situación agriamarga”. Cuando escucha a líderes evangélicos distinguidos como Paula White y Ralph Reed elogiar a Trump, le dan escalofríos.

“Intentan presentarlo como el Mesías, pero, si lo es, no está haciendo lo que se supone que deberíamos hacer”, dijo Rivera.

Cuando se pregunta por qué tantos de sus feligreses apoyan al presidente, le preocupa lo que esperan que pueda hacer, pues piensa que, independientemente de quién gane en noviembre, hay cosas que no cambiarán.

“Nunca tendremos un Estado cristiano que imponga todas las reglas que aparecen en la Biblia”, añadió Rivera. “No tenemos un Estado teocrático, sino una república; nuestra nación tiene implícitas esas libertades”.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company