La opciones menos costosas e igualmente nutritivas a los “superalimentos”

Por: B. Marrant

Esta era de la tecnología ha sido testigo también de un boom de la atención que le prestamos a nuestra salud y del auge de los llamados “superalimentos”.

Esta peculiaridad de nuestros tiempos ha sido aprovechada por ciertos productores de alimentos y hasta por la imponente industria farmacéutica, que, aunque no lo parezca, nos observa a diario.

Ha sido desde allí, y mucho menos de las universidades y de los centros investigativos, de donde ha venido la reciente avalancha de productos naturales a los que se les adjudican propiedades que supuestamente no encontramos en los alimentos “de toda la vida”, esos que consumimos desde nuestras abuelas.

image

La demanda internacional de este “superalimento” andino, la quinoa, sigue creciente. (Foto: AP)

Con la idea de que acabamos de adquirir algunos gramos de “algo” que incrementará nuestra energía, reajustará nuestras hormonas o que incluso hará desaparecer por obra del milagro las libras de más que llevamos encima, salimos de ciertos establecimientos y regresamos a casa. Lo que menos nos importa es consultar el recibo de la compra. Muy curiosamente, estos complementos alimentarios resultan extremadamente caros.

No existe una definición oficial de lo que resulta un súper alimento, más allá de que se trataría de una ingesta alta en nutrientes ricos en vitaminas, minerales, antioxidantes y otros nutrientes.

Las revistas para la familia, las especializadas en alimentación y hasta aquellas que solo se ocupan de lo que está de moda, han sido también responsables de este auge de los “superalimentos”, que no llega a los diez años.

Ingerirlos trae consigo un toque exótico, porque se dice que la chía viene desde los tiempos de los mayas y los aztecas, y que vestigios del kamut fueron hallados en la tumba del rey Tutankamón, entre otros.

image

A fin de cuentas, detrás del boom de la baya de acai, del polvo de maca, del amaranto azteca y del teff de Etiopía hay mucho marketing y muy poca investigación.

Por lo pronto, si algo queda claro es que los efectos regeneradores tan elogiados en las etiquetas de sus envases y por algunas revistas entusiastas podrían producirse en nuestros organismos solo si ingerimos estos suplementos en altas dosis y con mucha regularidad.

Por ejemplo, se habla mucho de las bayas de acai, típicas de la selva del Amazonas: se elogia su riqueza en antioxidantes, se le ve como una fruta curativa, anticancerígena, que reactiva el sistema inmunológico y mantiene en buen estado la salud cardiaca y la piel. Esto explica los astronómicos precios de un batido de acai en algunos establecimientos naturistas. Sin embargo, sus parientes más cercanas, el arándano y la mora, resultan igualmente nutritivas y mucho más asequibles a nuestros bolsillos.

Lo mismo está ocurriendo con la tan en boga semilla de la chía. Es cierto que es rica en fibra y proteína, pero cuando leemos sobre sus “súperpoderes” en omega 3, estamos obviando que ni remotamente esta semilla supera la aportación de un pescado graso como el salmón.

image

Con unos precios “respetables” en el mercado, la chía no deja de ser un complemento importante –que también habría que consumir en cantidades y frecuencias considerables-, pero sin que por ello dejemos de admitir que ciertos frutos secos, como las nueces, las semillas de lino o de cáñamo serían igualmente nutritivas y menos caras.

Otro tanto ocurre con la espirulina, un alga verde-azul que solemos consumir en forma de polvo o de pastillas, con cientos de propiedades, como una considerable cantidad de vitamina B12, hierro y cobre. Sin embargo, en lugar de hacernos adictos a este suplemento, deberíamos saber que una variada ingesta de vegetales suplantaría con creces la supuesta aportación de la espirulina.

image

(Foto: AFP)

Y por último, hasta el agua de coco se ha convertido en una novedad, cuando desde hace siglos es consumida por los pueblos tropicales. Lo curioso es que a esta, y al agua de arce, de abedul y hasta de cactus, en estos tiempos se les están adjudicando potencialidades de “súperagua”, llegando a ser el líquido preferido por ciertos atletas.

Sin embargo, la ciencia ha demostrado que el consumo de un simple plátano y de un vaso de agua natural proporcionaría una hidratación y un aporte en electrolitos mucho menos costoso para nuestra economía. Si a ello le agregamos una dieta rica en frutas y en vegetales, nuestro organismo nos lo agradecería mucho más. Eso sí, cualquiera de estas aguas siempre será más recomendable que una botella de Gatorade.

De manera que debemos prestar atención a lo que nos alimenta, pero también a lo que nos dicen sobre nuestros alimentos. Un consumo balanceado de proteínas, carbohidratos, frutas y vegetales será el mejor antídoto contra el paso de los años y los padecimientos de nuestro cuerpo.