La gente come más cuando cena con amigos, y tiene una razón evolutiva

La gente come más cuando cena con amigos, y tiene una razón evolutiva

A todos nos ha pasado: estamos cenando con amigos o familiares, y cuando nos queremos dar cuenta hemos comido mucho más de lo habitual. Lo interesante es que esta situación se da por una cuestión que tiene que ver con nuestros primeros pasos como especie – y como sociedad –: se llama facilitación social, y se explica de una manera muy interesante en un artículo reciente.

En el estudio analizan tres tipos de situaciones, para intentar dar una explicación a este hecho. Los tres casos son sencillos: el primero es cenar sólo, o en compañía de tu pareja o familia más cercana – padres e hijos –; el segundo caso el ya comentado de una cena social con amigos o familia; y por último una cena con desconocidos, o al menos personas con las que no tengamos mucha confianza.

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La cantidad de comida que se consume en los tres casos es distinta, y evidentemente varía con cada persona. Pero la tendencia es a comer mucho más en reuniones sociales, y los casos en donde menos se come es con desconocidos.

Existe una explicación para los tres casos, y tiene que ver tanto con nuestra biología – en concreto, neurofisiología – pero también con costumbres que mantenemos desde nuestros inicios como sociedad.

Lo primero que hay que entender es que comer con otros es más placentero que hacerlo sólo, o en compañía de los más cercanos. Y no se trata de una cuestión etérea o poco definida: nuestros cerebros reaccionan de manera distinta.

La sensación de recompensa, que está muy relacionada con la segregación de neurotransmisores y la manera en que nuestros cerebros procesan la información, es mucho mayor cuando consumimos alimentos acompañados de gente con la que tenemos un vínculo. Y como la recompensa es mayor, tendemos a comer más para disfrutar más de esta recompensa superior.

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En cambio cuando los que nos rodean en la mesa no los sentimos tan cercanos, el mecanismo neurofisiológico no es tan poderoso. En su lugar, entran en juego otros factores que tienen que ver con los tiempos en que la sociedad se basaba en la caza y la recolección.

Para estas “tribus” primigenias, los recursos eran escasos y por lo tanto había que controlar su consumo. En lo que se traducía esto, tanto por cuestiones culturales como biológicas, es en igualar el consumo de comida de cada persona: todos tomaban una ración aproximadamente igual de los recursos.

Pero en realidad, lo que ocurre aún hoy en día es que cada comensal toma menos comida de lo que haría en otros entornos sociales, incluso por debajo de lo que consumiría estando solo. Los mecanismos de recompensa funcionan de otra manera, y la facilitación social se reduce.

Lo curioso es que hay otro mecanismo, también mezcla de lo cultural y lo biológico, que entra en juego: la tendencia de los “hospedadores” es a sobrecargar la mesa. La capacidad de proveer de alimentos en los primeros pasos de nuestra cultura demostraba el valor de los individuos, y es un mecanismo que aún funciona. Tanto si estamos con familia y amigos, como si viene gente poco conocida, el impulso es a poner más alimento del necesario sobre la mesa.

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Si nos paramos a pensarlo, todos los resultados del estudio tienen sentido, salvo quizá uno: todas estas tendencias y explicaciones funcionaban muy bien hace miles de años, pero las cosas han cambiado mucho. ¿Por qué siguen funcionando patrones así?

La respuesta es sencilla, realmente. En teoría evolutiva se le da el nombre de “asincronía evolutiva”. Nuestra biología se adapta, cambia y evoluciona a lo largo de cientos de miles o incluso millones de años, y el tiempo desde que estos patrones ya no tienen una relación con nuestra supervivencia es escaso. A la evolución no le da tiempo a variar tan rápido como a nuestras culturas, y por eso aún tenemos patrones tan antiguos.