La 'falsa costa' del Atlántico Sur y los problemas de América Latina para proteger su increíble biodiversidad marina

Washington— Cuando se examina una foto de satélite de la Patagonia argentina y del archipiélago de las Malvinas tomada por la noche, se observa una increíble media luna de luces en mitad del Océano Atlántico. “Es como una costa artificial”, declara Enric Sala, explorador residente (‘Explorer in Residence’) de National Geographic y fundador y director del Proyecto Mares Prístinos de esa institución.

Enric Sala. REUTERS/Guillermo Granja
Enric Sala. REUTERS/Guillermo Granja

Esa costa artificial es una costa flotante. La constituyen miles de barcos asiáticos que pescan el calamar exactamente en el límite de las 200 millas de la Zona de Interés Económico de Argentina y Gran Bretaña, los dos países con jurisdicción territorial en la zona.

Los calamares se pescan atrayéndolos con luces, de modo que los barcos, involuntariamente, están dando su posición a los satélites. Para maximizar sus capturas, se sitúan exactamente en el borde de las aguas territoriales de Argentina y Reino Unido. Y, a veces, más allá. En marzo de 2016 la Armada argentina tuvo que dispara y hundir el pesquero chino Lu Yan Yuan, que se negó a entregarse tras haber sido sorprendido faenando en las aguas del país sudamericano. Fue un acto valiente por parte de Buenos Aires, porque pocos países se atreven a tocar a los pesqueros piratas chinos.

La ‘falsa costa’ del Atlántico Sur es uno de los mejores ejemplos de los problemas de América Latina para proteger su increíble biodiversidad marina. Sala, que dirige el Proyecto Mares Prístinos desde su lanzamiento, hace justo 10 años, es consciente de la complejidad de esa tarea. Pero, también, de las tremendas oportunidades de la región para salvaguardar una inmensa riqueza natural.

(AP Photo/Maxi Jonas, File)
(AP Photo/Maxi Jonas, File)

Sala, cuyo físico no aparenta que este año va a cumplir los 50, resume en una frase esa situación: “América Latina tiene una costa larguísima, con áreas que van desde deshabitadas hasta urbanizadas en su totalidad”. Pero incluso las costas deshabitadas están sometidas a una enorme presión. “Las aguas de los países latinoamericanos son sujetas a una actividad de pesca bastante intensiva, y la mayoría de las pesquerías costeras están sobreexplotadas”, concluye. De hecho, “muchas [de esas regiones] incluso no están gestionadas ni monitoreadas”, declara.

A su espalda, en labores de un despacho de National Geographic, en Washington, está colgado un cuadro con lo que parece una costilla de una ballena. “Es una foto de la isla sur de Nueva Zembla”, declara Sala, en referencia al archipiélago ruso del Ártico que fue utilizado por la antigua Unión Soviética como polígono de pruebas para hacer explotar bombas atómicas.

Sala ha estado en Nueva Zembla. De hecho, ha buceado en muchos de los lugares más remotos del mundo, desde la Tierra de Francisco José, en el Ártico ruso, hasta las costas de Gabón, en África Occidental, o las Islas de la Línea, en el Pacífico tropical.

Pero pocos sitios le han causado más impresión que los que ha visitado en América Latina.

El Arco de Darwin, y la isla de Darwin, a la derecha en el área de las Islas Galápagos. (simonjpierce.com via AP)
El Arco de Darwin, y la isla de Darwin, a la derecha en el área de las Islas Galápagos. (simonjpierce.com via AP)

Cuando se le pregunta por los sitios que más le han impactado a este biólogo, doctor por la Universidad de Marsella, ex catedrático de la Universidad de California, y, ahora, líder de una de las iniciativas para la protección del medio ambiente más ambiciosas del mundo, saca una serie de nombres de Latinoamérica, encabezados por Galápagos, en Ecuador, Malpelo, en Colombia, isla del Coco, en Costa Rica, y la Patagonia chilena. Esos territorios están protegidos, en parte como consecuencia de la acción de National Geographic, con lo que no solo contribuyen a la preservación de los animales que residen ellos, sino también a animales migratorios que los usan como área de alineación, reproducción o crianza.

Esa protección revela que, pese a los tremendos problemas y al problema histórico de falta de protección del medio ambiente, América Latina está avanzando rápidamente en este terreno. Porque, además, los gobiernos están trabajando para hacer que esas medidas sean efectivas.

Hace unos meses, tras una espectacular investigación que implicó el uso de satélites, el gobierno de Ecuador apresó un pesquero chino que había estado pescando tiburón en la Reserva de Galápagos y transfiriendo las capturas a otros barcos en alta mar, para así no tener que pasar por puerto y exponerse a que su carga ilegal fuera detectada por las autoridades.

Chile, a la vanguardia de América Latina

Un país al que Sala cita como ejemplo es Chile, “que prohibió la pesca de arrastre en todos sus montes submarinos, y creó cuatro grandes parques marinos que protegen de todo tipo de actividades extractivas el 24% de las aguas del país”. Aún así, y como se mencionaba antes, en muchos casos la presión no es solo en las costas, sino mar adentro. El problema de los pesqueros asiáticos en el borde de las 200 millas no se circunscribe a Argentina y las Malvinas, sino que también se da en el litoral del Pacífico, frente a países como Perú y Ecuador.

El propio Sala admite que toda su formación científica desparece cuando se sumerge en esos sitios y sale “el niño que todos llevamos dentro”. Son momentos que él mismo define como “increíbles”: “Sumergirte en Galápagos y ver cientos de tiburones por todas partes, o los bosques de kelp [algas que miden hasta 40 metros de largo y forman bosques submarinos] de la Patagonia chilena son experiencias absolutamente increíbles”.