La dura realidad es que no existen las células madre cardíacas

Cicatriz en un corazón de ratón después de un infarto de miocardio. El tejido cicatricial se muestra en rojo. Las células musculares del corazón se muestran en verde. (Crédito imagen: Instituto Ubrecht).
Cicatriz en un corazón de ratón después de un infarto de miocardio. El tejido cicatricial se muestra en rojo. Las células musculares del corazón se muestran en verde. (Crédito imagen: Instituto Ubrecht).

Hace unos años, cuando las palabras mágicas “células madre” parecían abrir una ventana a la esperanza en áreas de la medicina especialmente sensibles, como las cardiopatías, no era difícil encontrarse con titulares como este: “el corazón tiene capacidad de regeneración“. Imagino lo que noticias así significarían para la larga lista de enfermos que esperaban el corazón de un donante, era tan esperanzador soñar con tratamientos revolucionarios que un día ayudaran a su propia bomba sanguínea enferma a repararse “desde dentro”…

En fin, la semana pasada, lamentablemente, la dura realidad se impuso. A pesar de varios trabajos científicos publicados durante las últimas dos década que dejaban entrever la posibilidad de que los adultos contásemos con un reservorio de células madre en el corazón, capaces de generar nuevo tejido muscular después de un infarto de miocardio, un reciente trabajo llevado a cabo por investigadores del Reino Unido, Holanda y Francia, acaba de suponer todo un jarro de agua fría para la comunidad médica internacional.

Durante un infarto de miocardio, se corta el suministro de sangre a parte del músculo cardíaco lo que trae como consecuencia la muerte de esa zona afectada. La mayor parte de los tejidos animales (y humano) contienen células madre que pueden ayudar a reparar las zonas dañadas produciendo grandes cantidades de “células hijas” que sustituyan a las perdidas. Durante dos décadas, los investigadores de medio mundo han buscado esas células madre dentro del corazón. Pese a trabajos científicos aparecidos aquí y allá, que parecían indicar el hallazgo de este “Santo Grial” del cardiólogo, ninguno de ellos parecía claro ni aportaba pruebas irrefutables, por lo que el debate permaneció activo y sin resolver.

Para ponerle fin, investigadores del Instituto Hubrecht de Utrecht y de la Universidad de Amsterdam (Países Bajos), de la Escuela Normal Superior de Lyon (Francia) y del Instituto Francis Crick de Londres (Reino Unido), comandados por Hans Clevers, se centraron en la definición más amplia y directa de la función de las células madre en el corazón de un ratón: la habilidad de remplazar el tejido dañado mediante división celular. Por ello se propusieron llamar “célula madre” a cualquier célula del interior del corazón capaz de generar nuevo tejido muscular después de un infarto.

Lo que hicieron los investigadores fue generar un mapa “célula a célula” de todas las células del corazón que se encontrasen en división antes y después de un infarto de miocardio, para lo cual emplearon tecnologías moleculares y genéticas avanzadas. ¿La conclusión? Las células madre cardíacas no existen.

Observaron que, en efecto, hay muchos tipos de células que se dividen dentro del corazón, pero que ninguno de ellos es capaz de generar nuevo músculo cardíaco. De hecho, muchas de las “pistas falsas” aparecidas en estudios anteriores tienen ahora una explicación gracias al trabajo del equipo de Clevers. Las células que previamente llamábamos “células madre cardíacas”, dan como resultado vasos sanguíneos o células inmunológicas, pero nunca tejido muscular.

Es un resultado desalentador cuya conclusión es ciertamente decepcionante si: el músculo cardíaco que se pierde tras un ataque al corazón no puede remplazarse, pero desde un punto de vista científico hay que reconocer que ayuda a zanjar una controversia que ha durado mucho tiempo.

Ahora ya sabemos que la vertiginosa división celular que se observa en el corazón de un ratón tras un infarto en realidad sirve para generar fibroblastos (tejido conectivo) que se entremezclan con las células musculares creando tejido cicatricial que remplaza al músculo perdido. Estas nuevas células no actúan como la “bomba” que había antes, pero ayudan a que el corazón mantenga su integridad (incluyendo la estructura del área infartada).

El decepcionante trabajo (por las pésimas conclusiones, no porque sea malo en absoluto, más bien todo lo contrario) acaba de publicarse en PNAS.

Me enteré leyendo Eurekalert.