La crisis de los chalecos amarillos en Francia que pone en jaque la supervivencia del Gobierno de Macron

El efecto Macron, ese que ilusionó a toda Francia y que permitió que el joven político de Amiens llegara al poder tras los años nefastos de Sarkozy y Hollande, ya hace mucho tiempo que se diluyó. Las críticas a su gestión son como mínimo igual de virulentas que a sus antecesores y su popularidad está por los suelos. Sus medidas le han puesto en contra a una parte importante del país (especialmente las zonas rurales) que se siente alejada de sus decisiones y escasamente representada.

En su corto mandato, Macron ya ha tenido que afrontar varias crisis y polémicas. Primero por la ley laboral que agilizó el despido, después por la reforma de la SNCF (los ferrocarriles públicos franceses) y ahora ha sido la subida del precio del gasoil (el combustible más barato hasta ahora que en 2019 prácticamente se equiparará con la gasolina) la que ha caldeado los ánimos.

Los bomberos extinguen las llamas tras las protestas de los chalecos amarillos (REUTERS/Stephane Mahe).
Los bomberos extinguen las llamas tras las protestas de los chalecos amarillos (REUTERS/Stephane Mahe).

Desde hace varias semanas, los chalecos amarillos (llamados así porque han convertido en un símbolo la prenda amarilla obligatoria de los coches) han tomado las calles y han mostrado su malestar. La mecha ha sido la subida del combustible, pero detrás hay muchos más factores que explican el descontento. Para muchas personas que no viven en las grandes ciudades, el coche es un elemento necesario en sus vidas diarias porque lo utilizan para trabajar.

Es esa Francia que no tiene acceso al metro o a la bicicleta y que sufre con cada subida del precio del diésel, una carga más que dificulta que puedan llegar a fin de mes. La actitud arrogante y distante de Macron tampoco ha ayudado a frenar un problema que ha ido creciendo con el paso de los días.

Y las reivindicaciones se han ido multiplicando, igual que el número de personas en las protestas. Si en sus inicios era una petición concreta, ahora se ha convertido casi en un plebiscito sobre la continuidad de un Macron que probablemente infravaloró la repercusión de estas protestas y ahora se encuentra con que son demasiado grandes para poder controlarlas. Además, tanto la extrema derecha como la izquierda están intentando acaparar las manifestaciones y ya han pedido elecciones legislativas adelantadas. Un cóctel de consecuencias imprevisibles.

Chalecos amarillos protestan junto al Arco del Triunfo (REUTERS/Stephane Mahe).
Chalecos amarillos protestan junto al Arco del Triunfo (REUTERS/Stephane Mahe).

Pero si por algo se han caracterizado los chalecos amarillos hasta ahora es por no responder a ningún partido político en concreto. Tampoco a líderes. Es un movimiento espontáneo, avivado fundamentalmente en las redes sociales, en el que por ahora nadie puede hablar en nombre de la mayoría, lo que está dificultando la tarea del Gobierno para negociar. Al no haber interlocutores válidos, Macron está teniendo numerosas dificultades para cerrar la crisis.

El objetivo inmediato del Elíseo es acabar con la violencia en las calles. Las últimas manifestaciones han estado repletas de heridos, se han quemado coches y se han producido muchos disturbios. El Ejecutivo baraja declarar el estado de excepción, una media que a priori sería muy impopular en una Francia que está reclamando más recursos y libertades, no menos.

Lo siguiente será abordar la subida del combustible, prevista para el 1 de enero Hasta ahora Macron se ha mostrado inflexible y la única concesión que ha hecho ha sido el tener en cuenta las oscilaciones del precio del barril a la hora de aplicar las tasas. Muy poco para unas clases trabajadoras que en los últimos años han visto cómo su capacidad adquisitiva iba mermando rápidamente a la par que los impuestos iban aumentando.

Un trabajador limpia una pintada en la que se lee 'Macron dimisión' (AP Photo/Thibault Camus)
Un trabajador limpia una pintada en la que se lee ‘Macron dimisión’ (AP Photo/Thibault Camus)

Detrás de la decisión de Macron hay una explicación y es el deseo de frenar el cambio climático con la aplicación de impuestos sobre los vehículos, a la vez que se fomenta con ayudas la adquisición de coches no contaminantes, pero estas razón no convence a los chalecos amarillos que denuncian que es una prueba más de la desconexión que existe entre las grandes ciudades y el resto del país.

Probablemente una de las pocas opciones del Gobierno para apaciguar un poco los ánimos es aceptar una moratoria en la polémica medida y así desmovilizar las protestas y tener margen para negociar. Pero los chalecos amarillos (que tampoco están representados por los sindicatos) están presentando más reivindicaciones: algunas más factibles (como la moratoria) y otras más extremas como la dimisión de Macron o la abolición de la V República.

Ahora la pelota está en manos del Gobierno. Mantener el pulso no ha dado resultado, aunque el de Amiens siempre ha criticado que sus antecesores cedieron ante la presión de la calle. Su viaje a la cumbre del G20 ha coincidido con los episodios de mayor violencia hasta ahora. ¿Podrá recuperar la iniciativa o se encamina hacia un enfrentamiento sin un pronóstico claro?