Kamala Harris busca salvar a la democracia

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La salida de Joe Biden de la contienda presidencial abrió un profundo vacío en el proceso de sucesión del Partido Demócrata. Dicho proceso pudo haber reventado violentamente, atomizando a las diferentes tribus ideológicas y suscitando una profunda hemorragia política. Quizá la única esperanza del Partido Demócrata para prevenir dicho desangramiento era un escenario ilusorio, ficticio, al estilo de los bosquejados por Aaron Sorkin en la serie de televisión The West Wing, donde los clanes políticos abandonan sus divergencias a la luz de la inspiración celestial de un orador político talentoso. En cambio, la sucesión política tuvo lugar sin golpes: la vicepresidenta Kamala Harris irrumpió como la única contendiente, su campaña presidencial despegó y los demócratas escalaron en las encuestas presidenciales.

El foco de atención de los medios se desplazó para alumbrar los nuevos destellos políticos: la selección del enérgico y acaramelado gobernador de Minnesota, Tim Walz, como candidato vicepresidencial; el apoyo categórico a Harris en los estados del Medio Oeste de país, y una entusiasta demostración de fuerza en la Convención Nacional Demócrata, que concluyó esta semana. Todo ello injertó una inyección de oxígeno al Partido que, además de evitar su inmolación, puede salvar a Estados Unidos del regreso de la amenaza hobbesiana simbolizada en una segunda administración de Donald Trump.

El Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa describió la elección entre Ollanta Humala y Keiko Fujimori –las opciones presidenciales de Perú en 2011– como “una elección entre el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) y el cáncer terminal”. Fue una reflexión ácida sobre la falta de opciones políticas que aún resuena a lo largo y ancho de América Latina. Pero resulta engañoso trazar la misma correspondencia en el contexto político actual de Estados Unidos. Es deshonesto plantear que existe una equivalencia política cuando una de las opciones presidenciales es un delincuente imputado, mitómano, que incentivó un golpe de estado, y a quien varios de sus exempleados en el gobierno han tildado de una amenaza para la democracia.

El equilibrio ideológico entre la izquierda y la derecha en Estados Unidos fue lacerado en 2015 por el torrente rojo de las corrientes de Make America Great Again (MAGA). En los casi diez años desde que Trump desató dichas corrientes, éstas han absorbido casi por completo al Partido Republicano, borrando prácticamente todo rastro del movimiento constitucional conservador que alguna vez lo caracterizó. El otrora partido del libre mercado ahora respalda el proteccionismo, el uso de aranceles y las guerras comerciales. El partido que defendía verazmente los valores de libertad individual a nivel global –incluso aunque esta libertad se desarrollara de manera atropellada y contradictoria dentro de Estados Unidos– ahora se engatusa con líderes de regímenes totalitarios.

Algunas y algunos militantes republicanos de antaño, fieles a los principios constitucionales del viejo partido, como el senador Mitt Romney, la senadora Liz Cheney y el exgobernador de Ohio, John Kasich, han intentado batallar, cual guerreros solitarios, contra la corriente. Derrotados, se han quedado al borde de la orfandad política. Pero salvo escasas excepciones, la mayoría de las y los miembros del partido, incluido el candidato a vicepresidente J. D. Vance, han navegado las cambiantes mareas políticas como camaleones, abandonando los cimientos de sus creencias a fin de impulsar sus propias carreras políticas.

Sin duda, el movimiento MAGA ha destruido los fundamentos constitucionales del partido conservador, que ejercía un saludable equilibrio ideológico frente al Partido Demócrata. Pero los peores elementos de la vieja agenda republicana han sobrevivido: la trivialización del racismo y el sexismo estructurales, tal como se han enraizado, a lo largo de generaciones, en el tejido social de Estados Unidos, la indiferencia hacia la ciencia del cambio climático, el rechazo de toda legislación prudente sobre el uso de armas y la oposición a la libertad reproductiva de las mujeres.

Biden tiene una larga lista de triunfos legislativos de los cuales Kamala Harris puede vanagloriarse: el Acuerdo Bipartidista de Infraestructura, la reincorporación de Estados Unidos al Acuerdo de París, el apoyo a Ucrania en la guerra contra Rusia y la recuperación exitosa del país tras la crisis del COVID-19. Y, si bien es cierto que existen corrientes políticas peligrosas dentro del ala izquierda del Partido Demócrata, estas mareas no han alejado del centro al núcleo ideológico del partido.

Las corrientes de MAGA no se detendrán ante los cimientos destruidos del Partido Republicano. Si Trump resulta presidente electo del país en noviembre, su objetivo será derribar los pilares de las bases institucionales de Estados Unidos. Y es posible que se desplomen.

* Jonathan Grabinsky (@Jgrabinsky) es especialistas en temas de gobierno y profesor en el Tecnológico de Monterrey. Cuenta con una licenciatura y maestría en políticas públicas de la Universidad de Chicago.