Kamala Harris y el arte de la evasión en entrevistas
Frente a preguntas incómodas, la vicepresidenta a menudo elige reformularlas o cuestionarlas sin responder completamente.
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Con una campaña reducida en la recta final antes del día de las elecciones, esta semana la vicepresidenta Kamala Harris bombardeó los medios de comunicación con una serie de entrevistas dirigidas a los votantes que dicen aún no saber lo suficiente sobre ella.
Algo aprendieron los votantes: cómo Harris sigue respondiendo a la pregunta que quiere, no a la que se le hizo.
Los políticos, y los presidentes en particular, han considerado durante mucho tiempo que la capacidad de sortear preguntas incómodas sin perder el hilo del mensaje es una habilidad que hay que dominar, como el equilibrio preciso que debe tener un carpintero en un tejado muy inclinado.
La famosa frase de Bill Clinton, “Siento su dolor”, se utilizó para disipar la petición de un activista por detalles sobre cómo acabar con la epidemia del sida. George W. Bush saboteó las preguntas sobre el cambio climático tratando los hechos como afirmaciones partidistas. Barack Obama llevó su mensaje a las redes sociales y evitó en gran medida las entrevistas con los periodistas de la Casa Blanca.
Esta semana, Harris puso su propio sello en el arte de la evasión.
En el programa 60 Minutes, se negó a responder una pregunta sobre si consideraba a Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel, un aliado cercano. También se negó a detallar cómo pagaría un plan económico de 3 billones de dólares.
Cuando se le preguntó en el popular programa diurno de la ABC, The View, sobre las acusaciones del gobernador de Florida, Ron DeSantis, de que solo había ofrecido ayuda en caso de huracán como candidata presidencial, no tardó en implicar las críticas como prueba del propio partidismo del gobernador. Cuando esa misma tarde Howard Stern le preguntó en su programa de SiriusXM si elegiría a Liz Cheney, la ex congresista republicana, para su gabinete, Harris se negó a ser acorralada. “Tengo que ganar, Howard”, dijo con aire de “lo primero es lo primero”. “Tengo que ganar. Tengo que ganar”.
Su balance mediático dejó entrever que a menudo responde a preguntas desagradables sin contestarlas, cuestiona la propia premisa de las preguntas que considera injustas y puede encargarse de reformular una consulta que considera poco útil.
Harris, de 59 años, puede convertir la típica postura defensiva de no responder en una especie de jiu-jitsu verbal, como hizo al rechazar la oportunidad de identificar a Netanyahu como un aliado. Puede responder ágilmente a una pregunta y poner rápidamente una zancadilla a su oponente, como hizo el mes pasado en su debate con el expresidente Donald Trump.
Harris, fiscal de formación, habla como abogada, es argumentativa y fundamentalmente defensiva. A menudo se desvía o esquiva. Puede hablar apasionadamente de sus valores de un modo que deja a los oyentes con la sensación de que se ha reconocido la pregunta, aunque no se haya abordado el fondo. Para evitar pronunciarse sobre algunos temas, se centra en su dedicación al progreso y la inclusión.
Sus acrobacias verbales pueden estar contribuyendo a que algunos votantes tengan la impresión de que no la conocen bien a ella ni a sus puntos de vista políticos. Se ha convertido en una debilidad clave en su carrera por convencer a millones de votantes indecisos en los estados disputados.
Su oponente está jugando un juego retórico diferente, tal vez incluso un deporte diferente. Trump sigue rompiendo las normas de las prácticas generalmente aceptadas de la comunicación política. Es conocido por defender mentiras flagrantes. Divaga y recurre a eslóganes de hace casi una década para evitar responder a una pregunta. Suele verter una cantidad prodigiosa de exageraciones y falsedades. Tras dos campañas presidenciales en las que se enorgulleció de ignorar a los verificadores de datos, recientemente se ha negado a participar en entrevistas o debates que incluyan la verificación de datos.
Las aproximadamente tres decenas de entrevistas que Trump ha concedido en las últimas cinco semanas han sido casi exclusivamente a medios conservadores o a presentadores que apoyan abiertamente su candidatura a la Casa Blanca. Ha rechazado una invitación para un segundo debate con Harris y cancelado una entrevista que había acordado previamente con 60 Minutes.
No hay una forma justa de evaluar la actuación de Harris mientras comparte protagonismo con Trump, un contrincante que, a principios de esta semana, insistió en que había visitado la Franja de Gaza, escenario de una violenta guerra a la que ha afirmado que pondría fin a los pocos días de asumir el cargo, sin que haya registro alguno de que haya puesto un pie en esa parte de Medio Oriente.
Pero la falta de familiaridad de los votantes con Harris hace que no tenga más remedio que soportar la desigualdad. En una encuesta realizada el mes pasado por el New York Times y el Siena College, uno de cada cuatro votantes dijo que necesitaba saber más sobre Harris, frente a solo uno de cada diez que dijo lo mismo sobre Trump.
Los votantes que querían más información sobre Harris eran principalmente jóvenes y personas negras o hispanas, según la encuesta. Por lo general, no se identifican con ninguno de los dos partidos políticos y consumen las noticias en las redes sociales o en internet, más que en los periódicos o en las cadenas de televisión por cable.
El itinerario de Harris fue esencialmente un mapa mediático de esos grupos demográficos específicos.
Durante su aparición en el pódcast
Call Her Daddy
, un programa de entretenimiento muy popular entre la generación Z y las mujeres milénials, Harris apuntó por primera vez a los comentarios del senador por Ohio, JD Vance, candidato republicano a la vicepresidencia. Calificó de “mezquinos y malintencionados” sus comentarios sobre “señoras con gatos y sin hijos” en puestos de poder.
Los 65 minutos que pasó con Stern fueron los más reveladores a nivel personal.
Solo en los primeros minutos, se enzarzó en un debate sobre cuál era el mejor álbum de Prince (ella dijo que era 1999, mientras que Stern insistió que era la banda sonora de Batman) y, desde su posición de autodenominada “chica hip-hop”, descalificó con humor a su marido, Doug Emhoff, como fan de Depeche Mode.
David Axelrod, el ex estratega de Obama que había instado públicamente a Harris a relacionarse más deliberadamente con los medios de comunicación, elogió su actuación esta semana.
“La mayoría de los candidatos perfeccionan esas habilidades durante las primarias”, dijo Axelrod sobre la truncada campaña de Harris. “La lanzaron a la piscina más profunda que existe 90 días antes de las elecciones generales. Y aunque todavía no es exactamente Katie Ledecky, parecía mucho más cómoda que hace unas semanas, y la pura repetición de hacer entrevistas ayudará”.
Su aparición en
60 Minutes
, el único programa de noticias tradicional al que accedió asistir esta semana, ofreció algunos de los ejemplos más claros de cómo entrelaza temas de conversación con indicios de discusiones de políticas.
Bill Whitaker, el corresponsal que conducía la entrevista, le preguntó cómo pagaría su plan económico de 3 billones de dólares, y Harris respondió pregonando los beneficios potenciales para la clase media. Cuando Whitaker la presionó, Harris sugirió incrementar los impuestos a los que más ganan. Cuando él dudó de que el Congreso estuviera de acuerdo, ella dijo, en pocas palabras, que estaba tratando de ganar unas elecciones, no una puntuación favorable de la Oficina de Presupuesto del Congreso.
“No puedo permitirme ser miope en cuanto a mi forma de pensar sobre el fortalecimiento de la economía de Estados Unidos”, dijo Harris. “Déjenme decirles algo: soy una devota servidora pública. Ustedes lo saben. También soy capitalista. Y conozco las limitaciones del gobierno”.
En un intercambio revelador, se le presionó repetidamente sobre la guerra en Gaza y la brecha que ese conflicto había abierto entre Washington y Jerusalén, ya que Netanyahu ha rechazado los llamamientos a un alto el fuego y ha desafiado las solicitudes de Estados Unidos a la moderación invadiendo Líbano.
Cuando se le preguntó si Estados Unidos no tenía “ninguna influencia sobre el primer ministro Netanyahu”, Harris describió las relaciones diplomáticas con él como “una búsqueda en curso”.
Whitaker replicó. Netanyahu “no estaba escuchando”, dijo. Harris respondió de forma similar: el gobierno “no va a dejar de buscar” el fin de la guerra.
Whitaker hizo un tercer intento. Esta vez, le preguntó sin rodeos si consideraba a Netanyahu “un verdadero aliado cercano”. Harris asumió el control de las preguntas.
“Con el debido respeto”, empezó, “una mejor pregunta sería: ‘¿Tenemos una alianza importante entre el pueblo estadounidense y el pueblo israelí?’ Y la respuesta a esa pregunta es sí”.
Fue una maniobra que, a primera vista, pareció una audaz muestra de descaro sobre lo que era o no una “mejor pregunta”. En cambio, puede que se convierta en un hito histórico en la política exterior de EE. UU.: la posible presidenta número 47 de Estados Unidos rechazó deliberadamente la oportunidad de calificar al primer ministro israelí como un aliado. Y lo hizo con una ingeniosa evasiva.
Taylor Robinson colaboró con reportería.
Michael C. Bender es corresponsal político del Times y cubre la campaña de Donald Trump, el movimiento Make America Great Again y otras elecciones federales y estatales. Más de Michael C. Bender
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