Juicio contra Juan Orlando Hernández: los hondureños siguen el caso con atención

(Jefferson Siegel/The New York Times)
(Jefferson Siegel/The New York Times)

El caso penal contra el expresidente de Honduras Juan Orlando Hernández, que se está desarrollando en el Bajo Manhattan, apenas se registra en el vertiginoso ciclo de noticias de Nueva York.

Para los hondureños, es una oportunidad inusual de lograr justicia nacional.

El juicio a Hernández en el Tribunal Federal del Distrito de Manhattan, acusado de conspiración de importación de estupefacientes, ha conmocionado al pequeño país centroamericano y a sus expatriados, y ha atraído a una muestra representativa de los 40.000 hondureños que viven en la ciudad de Nueva York, así como a otros que se encuentran fuera del estado e incluso en la propia Honduras.

“Llevó a nuestro país al infierno”, dijo Flavio Ulises Yuja, de 62 años, quien viajó de Honduras a Florida para pasar unas vacaciones, pero cambió de planes de manera abrupta y voló a Nueva York para asistir al juicio.

El juicio evidencia los problemas de un país asolado por la corrupción, la pobreza y la anarquía. Mientras los estadounidenses debaten sobre las deficiencias de su propia democracia y su sistema judicial, los hondureños ven en los tribunales estadounidenses una instancia para algo que no está disponible en su país: un juicio justo y una medida de justicia.

Los hondureños son una presencia cotidiana afuera del tribunal. Durante la primera semana del juicio, decenas de ellos se reunieron a pesar del frío, gritando consignas con megáfonos y marchando con banderas hondureñas y pancartas que denunciaban a Hernández. Una mujer de Brooklyn vendía sándwiches caseros de atún y pavo a 7 dólares que llevaba en una hielera.

Cada día, Hernández es trasladado a un juzgado abarrotado ante un escuadrón de reporteros hondureños que toman notas. Hernández dirigió al país por ocho años, hasta principios de 2022, cuando fue extraditado a Estados Unidos poco después de dejar el cargo.

En los numerosos juicios de alto perfil celebrados en este tribunal del Bajo Manhattan —incluidos los del expresidente Donald Trump y el de exempresario de criptomonedas Sam Bankman-Fried, quien fue condenado por fraude—, los equipos de grabación de las cadenas de televisión se reúnen en la entrada con camionetas de última generación equipadas con unidades de iluminación. En el juicio de Hernández, los reporteros han grabado los acontecimientos diarios en sus iPhone y han transmitido las noticias a través de las redes sociales.

El juicio que están cubriendo detalla una cultura de corrupción en Honduras, que permitió la entrada de enormes cantidades de cocaína en Estados Unidos. Hernández, quien ha negado haber cometido algún delito, fue acusado de dirigir un “narco-Estado” desde la capital de Honduras, Tegucigalpa, recibiendo millones de dólares de los cárteles violentos.

Es posible que Honduras sea conocida por los estadounidenses por su historia plagada de pobreza, inestabilidad política e intervención estadounidense. Eso incluye las guerras bananeras, que comenzaron a fines del siglo XIX para reforzar el poder político de las empresas fruteras, y la presencia del ejército estadounidense que en la década de 1980 fue desplegado para apoyar a la guerrilla de la Contra, que combatía a los dirigentes nicaragüenses.

En la década de 2000, los narcotraficantes que gozaban de protección política contribuyeron para convertir a Honduras en una privilegiada vía de llegada para los cargamentos de cocaína procedentes de Sudamérica, gran parte de la cual se dirigía a Estados Unidos para satisfacer su voraz apetito por la droga.

Shannon K. O’Neil, experta en América Latina del Consejo de Relaciones Exteriores, afirmó que era improbable que el juicio lograra cambiar la corrupción en Honduras de la noche a la mañana, pero un proceso judicial estadounidense podría ser disuasorio.

“Es importante que alguien poderoso comparezca ante la justicia”, dijo. “Ver cómo un presidente es confrontado y posiblemente acabe en una prisión de máxima seguridad en Estados Unidos puede tener un efecto amedrentador en otros dirigentes y élites, ya sea en Honduras o en otros países latinoamericanos”.

Muchos hondureños culpan a Hernández de impulsar el declive de su país, y cuando fue extraditado se hicieron celebraciones.

En la primera fila en el tribunal, sentadas junto a los periodistas, las hermanas Eugenia Brown, de 69 años, y Aurora Martinez, de 64, asentían con la cabeza ante las historias de asesinatos, narcotráfico y corrupción. Resoplaron durante el testimonio de que Hernández le ordenó a su jefe de policía que asesinara a rivales.

Las hermanas, migrantes hondureñas, dijeron que habían viajado desde Nueva Jersey y el Bronx para ver cómo por fin se hacía justicia.

“Es vergonzoso para Honduras, pero a la misma vez es bueno para nosotros porque queremos justicia”, dijo Brown.

Martha Rochez, de 60 años, otra migrante hondureña que ahora vive cerca, en Chinatown, salió de la corte visiblemente alterada y se apoyó contra una pared.

“Quiero verlo en la cárcel. Nos ha hecho sufrir. Hizo sufrir a mi familia”, dijo.

A unos 3200 kilómetros de distancia, en Honduras, cuya población de 10 millones de habitantes apenas supera a la de la ciudad de Nueva York, el caso causa conmoción desde la región de la costa de Mosquitos hasta Tegucigalpa. Se estima que la mitad de la población vive en la pobreza, la violencia de las bandas es endémica y el producto interno bruto per cápita del país es de solo unos 3400 dólares, frente a los 83.000 de Estados Unidos.

Suyapa Mendez, de 63 años, quien vende verduras en un mercado de Tegucigalpa, dijo que aunque el expresidente sea encontrado culpable en Estados Unidos, “el daño al país” ya estaba hecho.

Algunos residentes de la capital hacían apuestas sobre qué figuras de los mundos del crimen y el gobierno del país podrían ser llamadas a declarar. Algunos aliados políticos de Hernández calificaron el caso de venganza por su falta de cooperación con las autoridades de EE. UU. y expresaron su escepticismo ante la posibilidad de que pudiera tener un juicio justo.

Pero Mario Sierra, un carpintero de 69 años que ha seguido el juicio por televisión en su taller, dijo que los hondureños estaban “agradecidos” de su extradición y su juicio, porque en Honduras no pasaría “nada”.

La ciudad de Nueva York es aproximadamente un tercio hispana, pero los hondureños —dispersos por zonas del Bronx, Queens y Brooklyn— solo representan aproximadamente el 0,5 por ciento de la población total, una cifra que palidece en comparación con otros grupos como los puertorriqueños y los dominicanos y, en años más recientes, los mexicanos y ecuatorianos.

Décadas de corrupción, delincuencia y desempleo también han hecho que numerosos hondureños lleguen a Estados Unidos, lo que ayuda a explicar el afiche que llevaba un manifestante frente al tribunal recientemente: los narcogobiernos obligan al pueblo a emigrar.

Victor Velasquez, de 47 años, se quedó observando y fotografiando todo. Dijo que manejó toda la noche con su esposa y su hijo adolescente desde Virginia para llevar a un amigo, que también es un migrante hondureño, a una audiencia de asilo en el Bajo Manhattan.

“Son juicios que no podemos tener en nuestros países; demuestra el nivel de corrupción que tenemos ahí, que otros países deben intervenir”, dijo Velasquez, quien añadió que la corrupción del gobierno hondureño había ahuyentado a la organización sin ánimo de lucro en la que trabajaba, lo que le costó su trabajo.

Afuera, Alex Laboriel, de 41 años, de Brooklyn, calificó de difícil —incluso vergonzoso— presenciar el juicio al expresidente de su país natal.

“Es indignante, lamentable”, dijo. “Es un dolor”, añadió, que “se vive”.

“Sería mejor que esto estuviese pasando en nuestro país”, añadió.

Rommel Gómez, de 40 años, periodista de Radio Progreso, calificó el juicio como una prueba para todos los hondureños.

“No únicamente Juan Orlando Hernandez está en juicio”, dijo. “El Estado también”.

Corey Kilgannon es un periodista del Times que escribe sobre la delincuencia y la justicia penal en Nueva York y sus alrededores, así como sobre noticias de última hora y otros reportajes.

c.2024 The New York Times Company