Jugar no es cosa de niños


En opinión de la Dra. Kathy Hirsh-Pasek, el ser humano ha llegado a un punto de inflexión en términos del nivel colectivo de sufrimiento autoimpuesto. Neurocientíficos, educadores y psicólogos como Hirsh-Pasek saben que el juego es un elemento indispensable para la vida de adultos y niños. Y, en los últimos años, un creciente cuerpo de evidencias —que abarca desde la biología evolutiva hasta la neurociencia y la psicología del desarrollo— confirma que el juego es de importancia crítica para la vida humana.

La razón es que el juego no solo es necesario para el desarrollo y el aprendizaje en los niños, sino que también es un vehículo para que jóvenes y viejos se conecten con los demás, así como un medio poderoso para estimular la creatividad y la participación social. En suma, el juego es tan fundamental que privarnos de jugar conlleva riesgos importantes para la salud.

A pesar de eso, las apretadas agendas de trabajo de los adultos han eliminado casi por completo el tiempo de juego, al extremo de que el adulto promedio trabaja hoy más horas que un campesino inglés del siglo XIV. Si bien esta tendencia inició mucho antes de que se desatara la reciente crisis de covid-19, esos dos años de encierro, temor, enfermedad y muerte ocasionaron que los sentimientos de soledad y aislamiento alcanzaran niveles insoportables.

Una mujer juega al futbol de mesa. “El juego es como aprendemos a conducirnos como miembros afiliados a la especie con que nos identificamos”. (Getty)
Una mujer juega al futbol de mesa. “El juego es como aprendemos a conducirnos como miembros afiliados a la especie con que nos identificamos”. (Getty)

LOS ADULTOS NECESITAN DEL JUEGO

Miembro sénior de la Institución Brookings, profesora de psicología en la Universidad de Temple, y autora de 14 libros muy exitosos, Hirsh-Pasek considera que aquella terrible experiencia empujó a las personas, tan saturadas de trabajo, al borde de un precipicio. Por lo que ahora, por fin, muchos están revisando sus actitudes hacia el trabajo y el juego con la intención de modificarlas. “Todos necesitamos alegría en nuestras vidas”, insiste la escritora.

Podemos ver indicios de ello en todas partes, agrega Hirsh-Pasek. Muchos millones de personas han renunciado a sus empleos en los dos años pospandemia, decisión de la que la artista Beyoncé se hace eco en su sencillo “Break My Soul”, donde canta: “I just quit my job… Imma let down my hair ‘cause I lost my mind” [“Acabo de renunciar a mi trabajo… Voy a ‘echar la flojera’ porque he perdido la cordura”].

Buena parte de esos adultos se ha volcado en los rompecabezas, los libros para colorear, los Legos, las muñecas y las figuras de acción y otra clase de juego, fenómeno que los fabricantes de juguetes han aprovechado para crear un nuevo segmento de mercado dirigido a la generación hoy conocida como “kidults” [“niños adultos”].

En 2022, este sector poblacional —definido solo como “mayores de 12 años”— representó una cuarta parte de todas las ventas de juguetes, con un valor estimado de 9,000 millones de dólares. Ese mismo año, más de 215 millones de personas (en su mayoría adultos) en Estados Unidos afirmaron haber retomado los videojuegos.

PROGRAMAS URBANOS ANIMAN A JUGAR

Y, ahora, empiezan a proliferar los campamentos de verano para adultos, donde los asistentes pueden hacer senderismo, lanzarse en tirolesas y aprender a cocinar o a pintar y practicar algún juego.

Al mismo tiempo, Hirsh-Pasek ha notado un creciente interés en los programas urbanos que proponen ampliar los “paisajes de aprendizaje lúdico”: estrategia innovadora que pretende introducir diversión y esparcimiento en espacios cotidianos como paradas de autobús, supermercados y salas de espera de consultorios médicos. De hecho, rompecabezas, juegos y otros objetos peculiares han empezado a aparecer en las calles de 12 ciudades estadounidenses (entre ellas, Chicago, Filadelfia, Pittsburgh, Seattle y Tulsa, Oklahoma) y en las de diez destinos internacionales (incluidos Venecia, Italia; Mumbái, India; Bangalore, India; Nairobi, Kenia; y Londres, Inglaterra).

Aun así, lo más interesante para Hirsh-Pasek es el esfuerzo que encabezan educadores, padres y expertos, quienes buscan crear oportunidades para que los niños aprendan mediante el juego. Hacía mucha falta un movimiento que fomentara la alegría y el juego; y no solo porque son “agradables”.

Gracias a una amplia diversidad de estudios, la comunidad científica empieza a reconocer que el juego es un instinto profundamente arraigado en la biología, común a casi todos los mamíferos y que, además, propicia la experimentación, la imaginación, la exploración y la creatividad.

El juego estimula los centros de recompensa del cerebro; inunda ese órgano con una profusión de sustancias químicas que producen bienestar, como dopamina y oxitocina. Y, además, desencadena la liberación de poderosos factores de crecimiento neural que contribuyen al aprendizaje y la flexibilidad mental. Más aún, el juego conduce a una disminución de las hormonas del estrés, levanta el ánimo y tiene un efecto energizante.

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Modelo de la dopamina, un neurotransmisor. (Kateryna Kon / Science Photo Library / Getty)

EL JUEGO Y LA COGNICIÓN

Un aspecto subestimado —pero importante— del juego es su efecto en la cognición. Diversos investigadores han descubierto que, cuando juegan, los animales realizan acciones mucho más aleatorias, caóticas y variables que las provocadas por los incidentes serios de la vida real. El Dr. Marc Bekoff, profesor de ecología y biología evolutiva en la Universidad de Colorado, Boulder, asegura que “jugar entrena al individuo a esperar lo inesperado, y adaptarse”.

Otros científicos afirman que la “seriedad persistente” tiene un alto costo para el bienestar físico y mental. El propio Dr. Vivek Murthy, cirujano general de Estados Unidos, ha dicho que la actual crisis de salud mental es —al menos en parte— consecuencia de la soledad y el aislamiento. De ser así, el mejor antídoto sería el juego, ya que no solo es el principal vehículo para que los niños aprendan a relacionarse, sino que les brinda un mecanismo de vinculación social que persiste durante toda la adultez.

“Nadie ha precisado el efecto de la falta de juego en los neurotransmisores”, comenta el Dr. Stuart Brown, psiquiatra y fundador de National Institute for Play (Instituto Nacional del Juego), organización no lucrativa que promueve la valoración y la práctica del juego. “No obstante, hay un paralelismo biológico razonable entre la deficiencia de sueño y la deficiencia de juego, razón por la que considero que jugar es una prioridad de salud pública. Desde mi perspectiva, la deficiencia de juego es un fenómeno muy real”.

CONCEPTOS BÁSICOS SOBRE EL JUEGO PARA NIÑOS Y ADULTOS

El instinto de jugar es tan básico como la necesidad de comer, dormir, reproducirnos y sociabilizar. Y dado que la gran mayoría de los animales lo manifiesta, los científicos han aprendido mucho estudiando perros, hámsteres, monos, reptiles, pulpos, peces y hasta abejorros y arañas.

Tanto para los animales como para los niños y adultos, el juego es gratificante y placentero, y no parece tener un objetivo funcional inmediato. Muchas veces, el juego es una actividad social y colaborativa que implica improvisación y experimentación. Y, por lo general, ocurre en entornos no estresantes, ya que los animales dejan de jugar tan pronto perciben una amenaza inmediata, como la cercanía de un depredador, episodios de agitación social, o condiciones de hambre y sed intensas.

Por otro lado, los animales que no han formado vínculos estables con un cuidador y, en consecuencia, no tienen la confianza necesaria para interactuar en entornos desconocidos, suelen manifestar una menor disposición al juego.

Un hombre juega con un carrito infantil. “La deficiencia de juego es un fenómeno muy real”. (Fang Xia Nuo / Getty)
Un hombre juega con un carrito infantil. “La deficiencia de juego es un fenómeno muy real”. (Fang Xia Nuo / Getty)

EL JUEGO HACE QUE TODO PAREZCA POSIBLE

Las crías de rata juegan a pelear forcejeando o saltando sobre sus compañeros de camada. Terneros, cabritos, ponis y demás ungulados [animales con pezuñas] acostumbran a perseguirse y lanzar coces.

Los gatitos acechan mosquitos y —en condiciones de laboratorio— emboscan ratones de peluche, mientras que los perritos acostumbran a roer zapatos, “montan” las piernas de sus humanos y disfrutan de los juegos de búsqueda.

Por su parte, los niños se disfrazan o imaginan escenarios como ríos de lava que ellos y sus compañeros de juego deben franquear para abordar naves espaciales imaginarias.

“El juego nos permite escapar de las actividades cotidianas e imaginar, crear y probar cosas nuevas que, de lo contrario, no podríamos experimentar”, explica la Dra. Mara Mahmood, directora ejecutiva de UC Link (red de programas “de juego” extracurriculares que opera en cinco continentes). Añade que, además de ser crítico para el desarrollo de las destrezas sociales de comunicación, “[el juego] hace que todo parezca posible. El juego es como aprendemos a conducirnos como miembros afiliados a la especie con que nos identificamos”, asegura.

ESCULPIR EL CEREBRO

En 1966, cuando contaba con 25 años, Charles Whitman, veterano de la Infantería de Marina de Estados Unidos, tomó su rifle de francotirador y subió a la plataforma de observación del edificio principal de la Universidad de Texas, en Austin, donde pasó 90 minutos disparando a la gente que deambulaba por el campus. Cuando la policía finalmente lo abatió de un tiro, Whitman había matado a 15 personas y herido a otras 32.

El gobernador de Texas designó al Dr. Brown —quien, por entonces, era un joven psiquiatra en la Facultad de Medicina de Baylor— como consultor de un comité de 17 especialistas que tenían la consigna de explicar las motivaciones de Whitman. Brown y sus colegas entrevistaron a los médicos del francotirador, leyeron sus diarios y estudiaron fragmentos de su cerebro.

Fue así como el grupo llegó a la conclusión de que, durante la infancia, el joven Whitman sufrió abusos crónicos a manos de su padre, experiencia que lo dejó lleno de ira y hostilidad, y con deseos de venganza. Sin embargo, Brown quedó muy impresionado con los comentarios que hizo un destacado psiquiatra infantil después de que el comité entrevistara al pediatra de la familia.

“Él y otros psicólogos infantiles no dejaban de repetir: ‘Si tan solo lo hubieran dejado jugar’”, recuerda Brown.

Aun cuando el psiquiatra sospechaba que la falta de juego había sido un factor determinante en el caso de Whitman, no encontró la manera de demostrarlo en aquel momento. Pero, transcurridas más de cinco décadas, la Academia Estadounidense de Pediatría publicó un artículo de revisión cuyos autores sugerían que la carencia de juego bien pudo ser el factor decisivo.

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Un gatito juega con un ratón de estambre. (Getty)

EL JUEGO ES FUNDAMENTAL PARA LA INFANCIA

En septiembre de 2018, un equipo de expertos de varias instituciones académicas emitió la opinión de que el juego es tan importante que los profesionales de salud debían incluirlo en sus prescripciones médicas.

“Cuando un niño se ve privado de juegos y de relaciones seguras, estables y enriquecedoras, el estrés tóxico puede trastornar el desarrollo de las funciones ejecutivas, así como del aprendizaje de las conductas prosociales. El juego se vuelve aún más importante en una infancia vivida en condiciones de adversidad,”, concluyeron los autores de “The Power of Play: A Pediatric Role in Enhancing Development in Young Children” [El poder del juego: su función para mejorar el desarrollo de los niños más pequeños].

Varios investigadores han estudiado la profunda influencia que tiene el juego en el desarrollo del cerebro. La mayoría de los animales —incluido el humano— nace con miles de millones de conexiones neuronales tenues, denominadas sinapsis. No obstante, al madurar, las conexiones no utilizadas se pierden, mientras que las demás se fortalecen. Este proceso, denominado “poda neural”, hace que el cerebro se vuelva más eficiente.

En un estudio reciente, neurocientíficos canadienses compararon cerebros de ratas que crecieron sin juegos contra encéfalos de roedores que jugaron, y descubrieron que las ratas juguetonas experimentaron una mayor poda neural en la corteza prefrontal, la cual interviene en funciones ejecutivas como regulación emocional, sociabilidad, motivación y procesamiento cognitivo.

EL JUEGO CONTRIBUYE A LA MADURACIÓN DEL CEREBRO

La experiencia de juego a temprana edad tiene grandes implicaciones conductuales en etapas posteriores de la vida. Al madurar, las ratas privadas de juegos se mostraron incapaces de responder adecuadamente tanto a las parejas potenciales como ante otras ratas agresivas. Asimismo, carecían de control de impulsos, lo que apuntaba a que tenían problemas con la función ejecutiva.

En otro experimento con hámsteres (que son mucho menos sociales que las ratas), los investigadores hallaron que los animales privados de juego eran más susceptibles al estrés al verse desafiados o intimidados.

“En mi opinión, lo que hace el juego en el cerebro es esculpir las regiones de la corteza que intervienen en las conductas determinadas por el entorno social”, comenta el Dr. Stephen Siviy, profesor de psicología en Gettysburg College, Pensilvania.

Pese a que la información científica es mucho menos concluyente en los humanos, varios investigadores han descubierto que la falta de juego durante la infancia puede provocar déficits sociales persistentes y acumulativos, los cuales ocasionan que los niños no aprendan las lecciones importantes que proporciona el juego con compañeros de su grupo etario.

Es común que los niños que no desarrollan vínculos saludables con sus cuidadores sean incapaces de captar las pistas sociales sutiles que hacen sus compañeros de juego, lo que conduce al rechazo. Este, a su vez, los priva de nuevas oportunidades de juego colaborativo, lo que resulta en mayores déficits sociales.

“El juego hace que los niños sean niños. Lo que hacen los niños es jugar”. (Getty)
“El juego hace que los niños sean niños. Lo que hacen los niños es jugar”. (Getty)

EL JUEGO HACE QUE LOS NIÑOS SEAN NIÑOS

Por otro lado, los niños que desarrollan “apegos por inseguridad” en la edad preescolar tienden a experimentar problemas de sociabilidad persistentes en épocas posteriores (expertos en el tema del juego aseguran que la psicoterapia y otras intervenciones son de gran utilidad en estos casos).

Es tal el poder del juego para calmar a los niños, reducir la producción de hormonas del estrés (como el cortisol) y propiciar una sensación de tranquilidad y normalidad, que organizaciones de ayuda como Unicef envían a Ucrania no solo alimentos y suministros médicos, sino también cajas con juguetes destinadas a los niños que viven atrapados tras las líneas rusas.

Es más, hasta los periodos de juego más breves pueden marcar una gran diferencia. Por ello, cuando los niños asolados por la guerra llegan a zonas seguras, una de las primeras cosas que hacen los trabajadores humanitarios es conducirlos a “espacios infantiles” designados, donde tienen libertad para jugar.

“El juego hace que los niños sean niños. Lo que hacen los niños es jugar”, enfatiza la Dra. Alison Gopnik, profesora de psicología en la Universidad de California, Berkeley, y una de las autoridades mundiales en el campo del juego humano.

LOS ADULTOS TAMBIÉN NECESITAN DEL JUEGO

Ahora bien, el juego no solo es importante durante el desarrollo. Los científicos afirman que el “juego de adultos” es común en animales cuya supervivencia depende de la cooperación, lo cual sugiere que el juego es un instrumento indispensable para la vinculación, el trabajo en equipo, el desarrollo de confianza y las alianzas.

Por ejemplo, los coyotes adultos juegan tanto para aliviar el estrés (una vez que desaparece un depredador o cuando dos miembros de la misma especie se abstienen de pelear) como para “romper el hielo” cuando se encuentran con otros animales de su especie.

“[El juego] reduce las tensiones y ayuda a que dos animales se sientan cómodos y se sobrepongan al instinto de pelear”, interpone el Dr. Bekoff. “Reducir las tensiones es importante para desarrollar y conservar vínculos”.

Psicólogos sociales e investigadores de campos afines han asociado el juego de adultos con una variedad de cualidades sociales y resultados positivos en el ámbito laboral, incluidos una mayor cohesión grupal (rasgo que se correlaciona con los estudios en animales), más creatividad y espontaneidad, mayor motivación intrínseca, mejor calidad de vida, menos ansiedad al trabajar con computadoras, una percepción más clara de los aspectos positivos del lugar de trabajo, aumento de la satisfacción laboral, y mayor rendimiento, innovación y desempeño académico.

Lynn Ann Barnett, doctora en psicología educativa y profesora asociada del Departamento de Recreación, Deportes y Turismo de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, define el juego como la predisposición de encuadrar (o reencuadrar) una situación, de tal modo que el individuo (y tal vez, otros) derive en diversión, humor o entretenimiento.

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“Trata de recordar la última vez que te divertiste mucho o que reíste a carcajadas, y piensa en cómo te sentiste después”. (Rich Legg / Getty)

ADULTOS JUGUETONES

En otras palabras, los adultos que juegan buscan oportunidades para divertirse de manera espontánea, no obstante sus circunstancias. En un estudio de 2006, voluntarios adultos asociaron varias cualidades positivas con individuos a los que percibían como juguetones; entre otras, “gregarismo”, “desinhibición”, dinamismo” y “talento para la comedia”.

Barnett escribió que las personas que tienden a jugar “poseen la capacidad singular de transformar casi cualquier entorno para volverlo más estimulante, placentero y entretenido”.

Es frecuente que los adultos que disfrutan de sus empleos manifiesten sentimientos de empoderamiento y muestren una mayor capacidad de diversión y juego. Esto se debe a que, aun cuando el trabajo (que hacemos con un propósito y por una remuneración) no cumpla con la definición estándar de juego, a veces, y en las circunstancias correctas, puede parecernos muy semejante al juego (sobre todo, cuando obliga a las personas a operar al límite de sus capacidades), y esa sensación suele asociarse con mayor creatividad, más productividad y un aumento repentino de la energía.

Cual niños que juegan, inventores e investigadores suelen definir sus objetivos llevados por la curiosidad de explorar y aprovechar su imaginación. De hecho, los empleadores en campos de ciencias e ingeniería que dependen de la investigación siempre han sabido que los entornos lúdicos ayudan a desatar la innovación.

En la década de 1970, Bell Labs y el Centro de Investigación Xerox de Palo Alto, California, se contaron entre los primeros en crear “espacios dedicados”, donde los ingenieros, movidos por sus intereses personales e ideas, podían experimentar y hacer pruebas.

EL PODER DEL FLUJO

Esa estrategia terminó por convertirse en la norma de Silicon Valley, donde —por ejemplo— Google se destaca no solo por organizar actividades grupales como “búsquedas de tesoros”, sino también por sus imaginativas áreas de recreo con estaciones de Lego, escaleras verticales para subir y bajar de un piso a otro, y espacios de conversación que semejan vagones del metro.

En la jerga psicológica, el estado comúnmente asociado con este tipo de actividades se conoce como “flujo”. Este se caracteriza por la “absorción, concentración y disfrute simultáneos”, según la definición del finado psicólogo húngaro-estadounidense Mihaly Csikszentmihalyi, quien acuñó el término mientras “trataba de entender a qué se debe que el juego sea tan intrínsecamente gratificante, incluso para los adultos”, agrega para Newsweek la Dra. Jeanne Nakamura, colaboradora de Csikszentmihalyi durante muchísimos años.

“La expresión que muchos utilizan para describir lo que hace tan gratificante el juego es ‘estar en flujo’”, prosigue la también profesora de psicología en la Universidad de Posgrado de Claremont y directora de Quality of Life Research Center [Centro de Investigaciones en Calidad de Vida].

“Sin embargo, también es posible experimentar el flujo mientras trabajas, cocinas, cantas y en muchas otras actividades que no acostumbramos a calificar como juego”. El flujo, insiste, ocurre con desafíos que “requieren de nuestra total participación, pero que no nos abruman”.

“Hablamos de circunstancias que ayudan a la abstracción, que te impulsan y te mantienen ‘en flujo’”, añade Nakamura. “En ese estado, conforme pasas de un momento a otro, te formas una idea de lo que quieres hacer a continuación e incluso te das cuenta de cómo van las cosas; como hacen, por ejemplo, los escaladores experimentados”.

Niño ucraniano. Cuando juegan, tanto niños como adultos alternan entre la modalidad de “exploración” desestructurada y la modalidad de “explotación”. (Gian Marco Benedetto / Agencia Anadolu / Getty)
Niño ucraniano. Cuando juegan, tanto niños como adultos alternan entre la modalidad de “exploración” desestructurada y la modalidad de “explotación”. (Gian Marco Benedetto / Agencia Anadolu / Getty)

EL JUEGO AYUDA A ADULTOS Y NIÑOS A RESOLVER PROBLEMAS

Por su parte, la Dra. Alison Gopnik señala que, durante el juego, adultos y niños alternan entre dos modalidades distintas para resolución de problemas: una es la modalidad de “exploración”, que consiste en reunir y experimentar con información mal estructurada. Y la otra es la de “explotación”, dirigida a la consecución de objetivos.

Este concepto de modalidades de exploración y explotación plantea un problema clásico de la informática, sobre todo en lo que se refiere a los programas de inteligencia artificial.

“La mejor manera de resolver un problema muy complicado es pensar en todas las soluciones posibles y elegir la que podría resultar mejor”, añade Gopnik. “Para ello, es conveniente que explores todas tus posibilidades, descubras todo lo que puedes hacer para resolver el problema y, luego, elijas la mejor solución. Gracias a que el periodo de exploración te brinda cierta protección, puedes evaluar opciones que jamás encontrarías si te limitaras a obtener resultados inmediatos”.

Diversas investigaciones demuestran que, además de la gratificación inmediata, el flujo tiene efectos positivos en el estado de ánimo. Cuanto más flujo experimenta el individuo durante el trabajo cotidiano, más energético se siente al terminar el día. De hecho, algunos estudios han demostrado que el flujo contribuye a aliviar la ansiedad… y el sufrimiento, lo cual podría explicar por qué, en esta era de pospandemia, hay tantos adultos que sienten la necesidad de buscar ese estado de flujo.

ACTIVIDADES ASOCIADAS CON EL FLUJO

Si bien la neurociencia sobre el flujo es muy escasa, ciertos estudios empiezan a esclarecer lo que ocurre en el cerebro cuando experimentamos creatividad, curiosidad, humor o incluso el placer de contemplar una hermosa obra de arte: todas ellas, actividades asociadas con el flujo.

Escaneos cerebrales practicados a intérpretes de jazz que improvisan, escritores que componen poemas e individuos no artísticos a los que se pide que imaginen aplicaciones innovadoras para objetos comunes (como un ladrillo) revelan que la creatividad activa una red de estructuras cerebrales específicas conocida como “red neural por defecto”, la cual interviene en la ensoñación y en el pensamiento dirigido internamente.

Los doctores Charles Limb y Allen Braun, investigadores de los Institutos Nacionales de la Salud de Estados Unidos (NIH, por sus siglas en inglés), han descubierto que, cuando los jazzistas dejan de improvisar y se ponen a leer partituras, o cuando los poetas dejan de crear y se dedican a editar sus obras, el cerebro activa una red de estructuras neurales distinta conocida como la “red de control cognitivo”, la cual procesa funciones ejecutivas que intervienen en la atención selectiva, la memoria operativa (o de trabajo) y el pensamiento crítico.

Las investigaciones en torno de los circuitos neurales que se activan ante obras de arte complejas o durante la introyección intelectual podrían explicar por qué percibimos como placenteros o energizantes los estímulos que obligan al cerebro a trabajar más y a procesar información nueva.

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Un grupo de amigos participa en un juego de roles de fantasía. (Le Chat Noir / Getty)

LAS ÁREAS DEL LÓBULO TEMPORAL

Un estudio que llevaron a cabo el Dr. Irving Biederman (neurocientífico de la Universidad del Sur de California, recientemente fallecido) y su protegido, el Dr. Ori Amir, demostró que, cuando hacemos asociaciones novedosas —por ejemplo, mientras observamos una obra de arte compleja o cuando escuchamos un chiste ingenioso— se activan áreas del lóbulo temporal, región cerebral asociada con la memoria, el lenguaje y las emociones, y dotada con abundancia de receptores opioides, los cuales producen placer y tienen fuertes conexiones con los centros de recompensa del cerebro.

En otras palabras: el acto de descubrir y expandir nuestros límites intelectuales inunda el cerebro de sustancias neuroquímicas que desempeñan una función crítica en la motivación.

La consecuencia es casi siempre positiva. “Hay mucha literatura que demuestra que las personas que realizan actividades creativas son mucho más exitosas cuando se dejan llevar por el estado de flujo”, asegura el Dr. Peter Gray, profesor investigador de psicología en Boston College.

“Una vez que abordas el trabajo de una manera lúdica, eres tú quien tiene el control y te interesas en lo que haces”, añade. “No piensas en las consecuencias a largo plazo. No te interesa que los demás te juzguen o no. Te concentras en lo que estás haciendo y te involucras tanto que te olvidas del tiempo”.

En cambio, la falta de juego en los adultos puede tener consecuencias negativas. Si bien no hay muchos datos sobre los efectos de la “deficiencia de juego” en adultos humanos, es evidente que las consecuencias pueden ser muy negativas, afirma Brown.

VIDA DE ADULTOS: PURO TRABAJO Y NADA DE JUEGO

El déficit de juego que las personas han acumulado durante años está mucho mejor documentado en los niños. Según un artículo publicado en 2005 y ampliamente divulgado, el tiempo libre del que disfrutan los niños se redujo en casi 25 por ciento entre 1981 y 1997, porcentaje que, con toda seguridad, se ha exacerbado en los últimos años.

En contraste, el tiempo dedicado al aprendizaje escolar se ha incrementado en 18 por ciento, en tanto que el tiempo destinado a las tareas escolares en casa se ha disparado 145 por ciento.

Es más, otros estudios han determinado que, en las últimas dos décadas, los niños han perdido otras 8 horas de juego cada semana, situación que ha orillado a la Academia Estadounidense de Pediatría a describir la pérdida de tiempo de juego como una “crisis nacional”.

En fecha más reciente, una investigación canadiense halló que, entre los años 2000 y 2010, el tiempo que los niños pasan jugando en exteriores cayó de 75 por ciento a 65 por ciento. Y un estudio divulgado en 2012 determinó que casi la mitad de los niños en edad preescolar no juega diariamente al aire libre, en tanto que el tiempo promedio de recreo escolar se ha reducido en 60 minutos semanales.

La creatividad activa una red de estructuras cerebrales que intervienen en la ensoñación. En la foto, compañeros de trabajo se dan un recreo. (Getty)
La creatividad activa una red de estructuras cerebrales que intervienen en la ensoñación. En la foto, compañeros de trabajo se dan un recreo. (Getty)

¿POR QUÉ HEMOS DEJADO DE JUGAR?

Hirsh-Pasek asegura que el juego comenzó a perder popularidad en la década de 1960, luego de que la Unión Soviética lanzara su Sputnik, el satélite que desató la carrera espacial e infundió en el gobierno estadounidense el temor de estar perdiendo terreno frente a otras naciones.

El resultado fue que, para la década de 1980, los fabricantes de juguetes comenzaron a promover juguetes presuntamente “educativos”: señal de que el tiempo de juego debía tener un propósito.

Llegada la década de 1990, el Dr. David Elkind, profesor de psicología en la Universidad de Tufts, publicó el libro “The Hurried Child, The Power of Play and Miseducation”, en el que advertía que los niños estaban sacrificando su curiosidad e instinto de exploración en aras del rendimiento académico. Hace poco, el propio autor dijo a Newsweek que “[si no jugamos] perdemos parte de nuestra identidad, el sentido de quiénes y qué somos”.

A todas luces, su advertencia pasó inadvertida, ya que, llegada la primera década de los años 2000, el presidente George W. Bush impulsó una emblemática iniciativa educativa conocida como No Child Left Behind [NCLB; Que ningún niño se quede atrás], la cual empujó el sistema educativo estadunidense hacia la dependencia de las pruebas estandarizadas que evalúan el desempeño tanto de los niños como de sus maestros.

EL APRENDIZAJE LÚDICO NO ES JUGAR

A partir de entonces, el aprendizaje escolar activo y “lúdico” —que, según las investigaciones, propicia una mayor participación, creatividad y gratificación— ha sido desplazado por el aprendizaje pasivo de “memorización”; es decir, la antítesis del juego.

Entre tanto, fuera de las aulas, la paternidad “helicóptero” y la planificación excesiva han resultado en una grave disminución del tiempo dedicado al juego desestructurado y autodirigido que, según todas las evidencias, es indispensable para un desarrollo saludable.

Y, por si fuera poco, la introducción del iPad desencadenó una andanada de aplicaciones educativas que, hasta ahora, suman más de 200,000, y todas prometen brindar a los niños una “ventaja adicional”.

Para 2009, el difunto Dr. Ed Zigler (psicólogo de la Universidad de Yale, ampliamente considerado el padre del programa nacional Head Start) proclamó que el juego “se encontraba bajo ataque”.

Está por verse si la popularidad del juego en la era de la pospandemia es una tendencia meramente pasajera o un cambio permanente. Y es que la falta del juego está tan arraigada en la vida de niños y adultos que tal vez sea difícil dar marcha atrás.

Optimista al fin, Hirsh-Pasek prefiere pensar que las personas optarán por un cambio perdurable en sus actitudes frente a la vida, el aprendizaje y el trabajo. “Conocíamos el poder del juego desde mucho antes de la pandemia”, comenta la doctora en psicología. “Sabíamos que las personas necesitan de los demás; que todos necesitamos alegría. Sin embargo, por alguna razón, esos conceptos no hallaron eco.

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En su momento, el presidente Barack Obama revocó la legislación “Que ningún niño se quede atrás”. (Chip Somodevilla / Getty)

ADULTOS, ES HORA DE VOLVER AL JUEGO

“Hay cosas que demoran en migrar del ámbito científico al mundo real, y lamento mucho que la pandemia fuera el detonante de la tendencia que estamos observando hoy. Pero, te juro que empezamos a notar la diferencia, así que tal vez era necesario que llegáramos a ese extremo”.

Si eres de los que están reevaluando sus vidas a raíz del trauma de covid-19, Brown sugiere que dediques algún tiempo a la autorreflexión. El psiquiatra dice que cada persona “necesita observar una foto de sí mismo tan vieja como sea posible, y preguntarse: ¿Quién es esa persona? ¿Qué me causaba alegría, qué me daba una sensación de júbilo? ¿Puedo recuperar eso en mi vida actual? ¿Elegí buenas amistades? ¿De veras me gusta mi trabajo?

“Trata de recordar la última vez que te divertiste mucho o que reíste a carcajadas, y piensa en cómo te sentiste después”, propone Brown. “Verás que tu estado de ánimo cambió y que tu sentido de identidad era distinto”. ¿Has sentido eso últimamente? De no ser así, el fundador de National Institute of Play sugiere que es hora de que hagas un cambio. N

(Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek)

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