Jorge Ramos: La ola que viene | Opinión

Una ola gigante está por llegar a la frontera entre México y Estados Unidos. El próximo 23 de mayo Estados Unidos va a levantar el llamado Título 42 que permitía deportar en solo minutos a inmigrantes que entraban ilegalmente al país y que buscaban refugio o asilo político.

La pandemia ya no podrá ser una excusa para estas deportaciones exprés.Y nadie parece estar lo suficientemente preparado para lo que se viene.

“La transmisión de COVID-19 por personas que no son ciudadanos de Estados Unidos ha dejado de ser un serio peligro para la salud pública”, determinó la doctora Rochelle Walensky, directora de los Centros para el Control y Prevención de las Enfermedades al anunciar el fin del Título 42.

Esta era una política heredada del gobierno del presidente Donald Trump y aprovechada por más de un año por el actual gobierno de Joe Biden. Pero ya no se puede alargar ni justificar más.

En realidad estamos hablando de una ola tras ola.

¿Qué tan grande sería la nueva ola migratoria? Imposible de saber. Pero el Departamento de Seguridad Interna calcula que podría enfrentar a hasta 18 mil personas por día (o 540 mil indocumentados al mes), según reporta The New York Times.

Esta nueva ola migratoria se sumaría a los más de 900 mil inmigrantes sin documentos que llegaron a Estados Unidos desde octubre y a los 1.7 millones que entraron en el año fiscal 2021.

Ya sabemos que la migración tiene que ver con dos factores: algo que te expulsa de tu país y algo que te atrae de otro. Tras la pandemia, las economías latinoamericanas han sido fuertemente afectadas. Su recuperación, sobre todo en América Central, tomará mucho tiempo. Y hay familias enteras que han tomado la decisión de no esperar más.

Al mismo tiempo, estos inmigrantes potenciales ven a través de la internet y de las redes sociales que Estados Unidos se está recuperando rápidamente -el desempleo bajó a 3.6 por ciento en marzo 3 - y que hay muchas oportunidades de trabajo. Además, con 60 millones de latinos, muchos de ellos ya tienen a familiares, amigos o conocidos aquí. La red de vínculos e intereses crece y crece.

Los primeros inmigrantes que tratarán de entrar a Estados Unidos en mayo -tan pronto se anule el Título 42- están muy cerca, a solo unos pasos de la frontera.

Fueron deportados durante la pandemia y esperan en campamentos en el país vecino debido al programa Quédate en México. Entre ellos hay muchos venezolanos, cubanos y nicaragüenses que, debido a la ausencia de relaciones diplomáticas con esas dictaduras, no pueden ser deportados directamente desde Estados Unidos.

La mejor descripción de lo que se viene es un tsunami. ¿Han visto las imágenes de un tsunami en la televisión? No son olas enormes y espectaculares. Es como si el mar se hinchara y buscara un lugar para expandirse. Es algo imparable.

No parece haber construcción que lo resista. De la misma manera, no parece haber ningún sistema migratorio o cuerpo policíaco que pueda detener a miles de inmigrantes que están huyendo de la violencia, el hambre, la corrupción y las terribles consecuencias económicas de la pandemia.

Entiendo que este no es un problema sencillo y, seguramente, creará una nueva crisis en la frontera. Las críticas abundan al presidente Biden. Aunque este fenómeno sobrepasa a cualquier gobierno. Es absurdo pensar, como sugieren muchos Republicanos, que es posible tener una frontera sellada y segura. No se puede. Nunca lo ha sido y nunca lo será. Solo podemos aspirar a regular, con cierta eficiencia, la entrada de inmigrantes.

Pero es una ilusión política el tener a un país tan rico junto a uno en desarrollo y que su frontera sea inviolable. Eso es prácticamente imposible.

El fallecido escritor Carlos Fuentes todavía nos ayuda a entender lo que pasa en esa línea que divide a México de Estados Unidos. La llamaba “la frontera herida”. De hecho, para Fuentes, no se trataba de una frontera, sino de “una cicatriz”. Y para repetir las mismas palabras que el escritor utilizó en 1994: “La herida se está abriendo de nuevo”.

4 Veintiocho años después, la herida sigue abierta y sangrando. Lo que pasa es que la frontera entre México y Estados Unidos se inventó en 1848 -tras la guerra entre ambos países - y desde entonces es porosa, imperfecta, llena de huecos, tensiones, resentimientos y problemas. Hay familias completas a quienes la frontera las cruzó y existen partes de Estados Unidos que todavía suenan, huelen y se sienten como si fueran parte de México, desde Los Ángeles y San Antonio hasta Santa Fe y Amarillo.

La ola que viene puede ser indeseable para el gobierno de Estados Unidos. Pero es lógica y sigue todas las tendencias históricas de otras olas migratorias. Es normal que los migrantes vayan de países pobres y violentos a otros que no lo son tanto.

Es razonable que alguien que no tiene trabajo y que quiere darle una mejor educación a sus hijos o que tiene a un familiar enfermo se vaya con todos al norte. Es de esperarse que millones busquen una vida mejor en el único lugar rico del continente al que pueden llegar caminando y cruzando un río.

A pesar de las presiones diplomáticas que recibirá, México no debe obstaculizar el paso de los inmigrantes que quieren llegar a Estados Unidos. Ese no es su papel. Qué ironía que un país que ha enviado tantos millones de mexicanos al norte ahora impida el paso a otros.

Esta enorme ola migratoria va a crear fuertes tensiones en ambos lados de la frontera. Ya estamos advertidos. Yo solo espero que estemos a la altura de las circunstancias y que tratemos a estos recién llegados con paciencia, generosidad y solidaridad. Que se note que somos un país de inmigrantes. Hay que tratarlos como quisiéramos que nos trataran a nosotros. Ellos son muy vulnerables y, aun así, serán parte de nuestro futuro.

Vienen huyendo de lo peor. Lo menos que podemos hacer es darles la mano.