Javier Zamora estaba cargando con un gran peso, así que lo plasmó en las páginas

Javier Zamora en Tucson, Arizona, el 15 de agosto de 2022. (Cassidy Araiza/The New York Times)
Javier Zamora en Tucson, Arizona, el 15 de agosto de 2022. (Cassidy Araiza/The New York Times)

Javier Zamora tenía mucho a su favor en 2019: había ganado premios de poesía, una beca para una universidad de la Ivy League y un visado de “habilidades extraordinarias” que por fin le daba certeza sobre su condición de inmigrante en Estados Unidos.

Pero veinte años después de que cruzó la frontera cuando era un niño de 9 años, sin sus padres, camino hacia una nueva vida, el viaje migratorio que casi lo mata seguía siendo un lastre emocional.

“En apariencia estaba bien”, comentó Zamora, pero por dentro tenía problemas. Tenía dificultades para trabajar, aseguró, y sus relaciones más cercanas estaban sufriendo: “Mi vida personal se estaba desmoronando”.

Cuando, en un encuentro fortuito en un bar local, una pareja de terapeutas le preguntó por qué bebía solo una tarde entre semana, fue la pregunta adecuada en el momento adecuado y un punto de inflexión para Zamora.

La pareja le presentó a una alumna suya, especialista en migración infantil, que había llegado a Estados Unidos de niña. Se convirtió en la terapeuta de Zamora y su trabajo con ella lo ayudó a quitar “la piedra que bloqueaba la puerta de mi felicidad”, dijo. También le proporcionó los fundamentos para su nuevo libro de memorias sobre su experiencia migratoria, “Solito”.

“En serio, este libro no existiría, no me estaría casando, no sería extrañamente tan feliz sin mi terapeuta”, afirmó Zamora, ahora de 32 años.

“Solito”, publicado el martes por la editorial Hogarth, es tanto una obra de sanación personal como un llamado implícito a los países, incluyendo a Estados Unidos, para que aborden las dificultades y el peligro que la inmigración supuso para Zamora y sigue suponiendo para muchos otros.

Javier Zamora en Tucson, Arizona, el 15 de agosto de 2022. (Cassidy Araiza/The New York Times)
Javier Zamora en Tucson, Arizona, el 15 de agosto de 2022. (Cassidy Araiza/The New York Times)

Contado desde el punto de vista del propio Zamora de 9 años, el libro narra su viaje desde un pequeño pueblo de El Salvador, donde vivía con sus abuelos, a través de Guatemala, México y Arizona. Es una historia angustiosa, a menudo desgarradora, de precarios viajes en barco, encuentros con guardias fronterizos corruptos y días resecos y desesperados en el desierto de Sonora. Pero la inocencia del joven narrador —y, a veces, su falta de conciencia del verdadero peligro de su viaje— también permite que haya momentos de humor, camaradería e incluso deleite.

Caminando durante horas por el desierto, el joven Zamora no puede evitar maravillarse con lo que ve: cactus “como grandes piñas en una espiga” o árboles “como personas gigantes que nos observan”. Nombra sus plantas favoritas: “Lonelies, Spikeys, Fuzzies”. Se fija en el parpadeo de las estrellas. “¿Por qué parpadean así? ¿Pueden ver la tierra bajo nuestros pies? Como los periódicos viejos. Tronar. Crujir. Como caminar sobre cáscaras de huevo. Crujir. Los galones de agua en las manos de la gente. Ploc. Volvemos a caminar”.

Hablando de cómo afrontó los peligros del viaje, dijo que “debes procesar el miedo de alguna manera” y añadió que “encontrar la belleza en el paisaje o hacer bromas o amar de verdad la comida se convierten en tus nuevos escalones de alegría. Quería honrar ese aspecto”.

El narrador-testigo de Zamora expone lo inadecuado del término “menor no acompañado”: se trata de un niño, alejado de su familia y profundamente vulnerable, que experimenta el mundo por primera vez. Su protección —y, en última instancia, su supervivencia— se debe únicamente a los riesgos asumidos por una familia temporal de extraños que encuentra en el camino.

“No espero que las personas que aparecen en el libro lo lean. Pero mi sueño es que lo abran y vean solo la página de la dedicatoria, para ver que hay este libro por ahí dándoles las gracias, porque no recuerdo haberles dado las gracias en la vida real”, relató Zamora.

“Solito” concluye con una marcha final por el desierto y el reencuentro de Zamora con sus padres después de años separados; su padre había abandonado El Salvador en 1991, tras huir de la guerra civil, y su madre se unió a él cuatro años después. Pero incluso una vez que estuvo con su familia, al crecer en el norte de California, Zamora descubrió que la vida como inmigrante tenía sus propios desafíos. Se encerró en su pasado y se asimiló hasta el punto de que sus mejores amigos no sabían que era de otro país, señaló.

Era un mal estudiante “no en lo académico, sino en el comportamiento, porque tenía esta cosa dentro de mí”, dijo.

Debido a su condición de inmigrante, Zamora no pudo visitar El Salvador en la preparatoria, pero el país le hablaba. Conoció la obra de Roque Dalton, un poeta y activista salvadoreño que escribía sin tapujos sobre la opresión, la lucha de clases, la libertad y el amor. Encontró la palabra hablada de Leticia Hernández-Linares, una poeta salvadoreña-estadounidense. Empezó a darse cuenta de que él también podía tener voz y se animó con la exhortación de Toni Morrison de que si el libro que quieres leer no se ha escrito, “debes escribirlo”.

“Todo el mundo habla de esa cita, ¡pero es una gran cita!”, opinó Zamora. “Eso y leer a Roque Dalton me hicieron ver que no había inmigrantes salvadoreños que hubieran escrito poesía, que hubieran vivido esa experiencia. Se abrió todo un mundo nuevo”.

Zamora sigue sanando, aunque todavía no ha hablado mucho con sus padres de todo lo que le pasó de pequeño. Su madre intentó leer “Solito”, pero no pudo pasar del primer capítulo, al ver lo que su hijo había pasado por intentar llegar a ella. Zamora se dirige a sus padres en los agradecimientos del libro, escribiendo que espera que “no carguen con la culpa, porque hace tiempo que los he perdonado”.

Más que nada, dice Zamora, ha necesitado fuerza de voluntad para afrontar su trauma.

“Mi yo de 9 años, sentí que siempre me seguía como una sombra. Nunca me había parado a mirarlo ni a honrarlo por lo que realmente es, un superhéroe”, concluyó.

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