Cuando hasta los políticos incurren en un error básico que da alas a los negacionistas: la diferencia entre clima y tiempo

El presidente de la Comunidad Autónoma de Aragón Javier Lambán en pleno debate. (Imagen Creative Commons vista en Wikimedia, crédito Pablo Ibáñez).
El presidente de la Comunidad Autónoma de Aragón Javier Lambán en pleno debate. (Imagen Creative Commons vista en Wikimedia, crédito Pablo Ibáñez).

Decía un aragonés universal llamado Ramón y Cajal que al carro de la cultura española le faltaba una rueda, la de la ciencia. De estar vivo a día de hoy, seguramente nuestro ilustre Nobel de medicina en 1906 habría sentido cierta vergüenza por uno de sus paisanos, en este caso un político.

Por alguna razón y salvo honrosas excepciones (ahí está Ángela Merkel que es química, carrera que también había cursado el desaparecido Alfredo Rubalcaba) los aspirantes a líderes suelen decantarse por estudios relacionados con la economía, el derecho o las mal llamadas “ciencias” políticas. Es una verdadera lástima, pero es lo que hay.

Nuestros líderes políticos – y seamos francos, buena parte de nuestra población – tienen una pobre cultura científica. Me parece triste pero aceptable siempre que reconozcan su ignorancia y dejen los problemas cuya comprensión les supera en manos de personas duchas en el método científico y sus implicaciones.

Pero vayamos al grano. Estos días ha sido noticia cierto presidente autonómico, por sus polémicas e imprudentes declaraciones sobre la crisis climática. Hablamos en efecto de Javier Lambán, también aragonés, quien decidió compartir con sus más de 23.000 seguidores en Twitter una idea absurda. A la vista de las bonitas estampas invernales dejadas por las abundantes nieves traídas a su región por la borrasca Filomena, parecía que a su comunidad autónoma no llegaban los efectos devastadores del cambio climático.

¿Ha abandonado Lambán la Tierra para irse a vivir a Mandalore o a algún otro remoto planeta del universo Starwars? No creo, aunque en realidad sus declaraciones no son más que el indicador de un problema muy extendido. Llevo años oyendo “conversaciones de ascensor” en las que personas sin preparación ponen en duda el calentamiento global por un día fresquito en julio, o una mañana calurosa en enero. Obviamente el problema no lo es tanto cuando hablamos de vecinos anónimos, puesto que normalmente esas personas no tienen una posición de mando, ni arrastran una legión de seguidores que leen cada una de sus opiniones en las redes sociales.

Pero cuando lo hace una persona como Lambán lo normal es que todo el mundo se sobresalte y que los científicos, las organizaciones ecologistas y buena parte de la sociedad (por fortuna cada vez más formada y comprometida en combatir a la crisis climática) hagan notar su enfado y perplejidad.

Ciertamente, el desatino del presidente aragonés debe de hacernos pensar. Si unimos el secular atraso en cultura científica del españolito medio (especialmente a partir de cierta edad), a la también muy común pobre comprensión lectora media, nos encontramos que muy poca gente entiende la diferencia entre el clima y el tiempo (atmosférico). ¿Cómo va a estar calentándose el planeta cada vez más si Filomena está matando de frío a media España? Se preguntan.

Ahí es cuando debemos dedicar el tiempo necesario, de manera incansable, a señalar que en realidad no existe ninguna contradicción. El clima es un concepto estadístico, basado en medias calculadas sobre múltiples valores que se recogen a diario. Debemos explicar que existe toda una red nacional de estaciones meteorológicas que recogen datos sobre temperatura, precipitaciones, contaminación, velocidad del viento, etc. cada día. Y que con esos datos tomados en un lugar concreto a lo largo de un periodo extenso, los científicos pueden establecer tendencias. ¿Suben o bajan las temperaturas medias, en comparación con los datos recopilados desde que se fundó el instituto nacional de meteorología, allá por 1909?

El concepto del clima debería de sonarnos a todos de la escuela ¿recordáis las tres zonas climáticas de la España peninsular? (continental, mediterráneo, atlántico). Bien, pensad ahora a lo grande y hablemos del clima global. Calcularlo es un poco más complicado, porque para averiguar la temperatura media del planeta se debe de calcular la desviación con respecto al histórico de mediciones previas que se da en todos y cada uno de los lugares del planeta. Desde los hielos menguantes del Ártico, a las arenas crecientes del Sáhara, que hoy es un 10% más extenso que en 1920.

El tiempo por el contrario, hace referencia al estado atmosférico que se da en un momento dado y en un lugar concreto, y como todos sabemos puede cambiar a diario. Los asturianos siempre decimos que el tiempo en nuestra región está loco y hemos aprendido a desconfiar de las apariencias. Podemos salir de casa por la mañana en mangas de camisa, con cielos azules y despajados, empaparnos por un chubasco traicionero al medio día y helarnos a última hora de la tarde bajo un cielo totalmente encapotado. Para más inri, entre esos tres instantes citados el tiempo habrá explorado todos los estados intermedios posibles. Por ello, sería una irresponsabilidad que en el tercio del día en que toca pasar frío, todos conviniéramos que el cambio climático es un bluf. ¿Verdad?

Por desgracia Lambán ha caído en un error de bulto impropio de alguien de su condición, por mucho que lo haya hecho intentando arrimar el ascua a la sardina de la potente industria del esquí aragonesa. Ojo, no estoy diciendo que todos los políticos ignoren el modo en que los científicos miden los efectos del cambio climático, afortunadamente ha habido un cambio de paradigma para mejor desde que en 2007 Rajoy (y su célebre primo catedrático de física en la Universidad de Sevilla) pusieran en duda el calentamiento global. El propio Rajoy cambió de idea poco después, y aceptó que el medioambiental era el mayor reto al que se enfrentaba la humanidad.

La batería de críticas recibidas por Lambán en redes sociales es en el fondo una buena noticia, puesto que muestra el grado de madurez y concienciación que ha alcanzado la sociedad española. Una lección para nuestra clase política, que tendrá que asimilar por las buenas o por las malas que la prudencia en todo lo relativo a la ciencia es de lo más aconsejable. No obstante soy de la opinión que la respuesta a estos despropósitos no debería ser la lapidación, sino la pedagogía.

Evitémosle futuras confusiones a la población mediante las mejores armas a nuestro alcance: formación, cultura, divulgación y educación. Y cuando parezca que ya caemos pesados, redoblemos los esfuerzos.

Como diría un buen mandaloriano “este es el camino”.

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