James A. Robinson, ganador del Nobel de Economía: “La pobreza y la desigualdad en América Latina están profundamente arraigadas en el colonialismo y la explotación de los indígenas"
“Estoy un poco en shock honestamente, no lo esperaba”, dice James A. Robinson, uno de los economistas que ganó este lunes el premio Nobel de Economía, junto a Daron Acemoglu y Simon Johnson.
Robinson y sus colegas recibieron el reconocimiento por sus estudios empíricos y teóricos que exploran las diferencias en la prosperidad de las naciones y su análisis sobre la desigualdad.
Profesor de Estudios de Conflictos Globales y director del Instituto Pearson para el Estudio y la Resolución de Conflictos Globales de la Universidad de Chicago, se ha destacado por sus influyentes investigaciones sobre la relación entre el poder político, las instituciones y la prosperidad.
El economista de 64 años ha desarrollado un interés particular en el estudio de África Subsahariana y América Latina.
Eso lo llevó a impartir cursos en la Universidad de los Andes en Bogotá entre 1994 y 2022 y a realizar trabajo de campo en países como Bolivia, Colombia y Haití, entre muchos otros.
Junto a Daron Acemoglu, Robinson ha publicado aclamados libros como “Orígenes económicos de la dictadura y la democracia”, “Por qué fracasan las naciones: los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza”, y “El corredor angosto: Estados, sociedad y el destino de la libertad”.
Robinson conversó con BBC Mundo sobre América Latina y los desafíos que enfrenta la región.
Felicitaciones por el galardón. Usted lleva tres décadas investigando el tema de la desigualdad en la esfera económica, pero también la social y la política. ¿Cuál ha sido la principal contribución de sus investigaciones?
La mayor parte nuestro trabajo ha estado enfocado en tratar de entender la desigualdad, en intentar entender por qué el mundo está dividido entre países que son prósperos y otros que son pobres.
Nos hemos preguntado cómo surgió históricamente esta diferencia y cómo se ha mantenido pese a las enormes consecuencias en el bienestar humano.
Ese ha sido el tema principal de nuestras investigaciones durante los últimos 30 años.
Específicamente hemos tratado de entender cómo las instituciones establecen las reglas que en diferentes sociedades influyen en la prosperidad y la pobreza.
Y en las últimas décadas, ¿ha mejorado la situación de desigualdad?, ¿hemos avanzado o seguimos estancados?
Hemos visto enormes mejoras en los niveles de pobreza en algunas partes del mundo, como por ejemplo China, pero no ha sido así en otras regiones como África Subsahariana y América Latina.
Y en países como Estados Unidos, vemos amenazas a la inclusión social y la prosperidad.
Aún hay enormes desafíos para crear sociedades más inclusivas, prósperas y democráticas en el mundo.
Usted mencionaba Latinoamérica, ¿cuáles son los principales desafíos que actualmente enfrenta la región?
He trabajado mucho en Latinoamérica, en países como Colombia, Chile y Bolivia.
Me parece bastante apropiado que el premio se entregue en estos días en que se recuerda la llegada de Cristóbal Colón y su encuentro con los pueblos indígenas latinoamericanos.
Nuestra investigación muestra que la pobreza y la desigualdad en América Latina están profundamente arraigadas en el colonialismo, la explotación de los indígenas y la existencia de la esclavitud.
Esas desigualdades se autorreproducen de muchas maneras en la actualidad.
Latinoamérica tiene grandes problemas de inclusión, marginalización, explotación. Por eso es pobre y aún sigue tratando de encontrar una salida.
Por otro lado, gran parte de nuestro trabajo analiza cómo Estados Unidos difiere históricamente de esos patrones.
Latinoamérica tiene grandes problemas de inclusión, marginalización, explotación. Por eso es pobre y aún sigue tratando de encontrar una salida.
¿Ha habido algún progreso en la región en relación a los temas de inclusión social?
Ha habido progreso en países como Chile en las últimas décadas, desde el colapso de la dictadura. Podemos pensar en Costa Rica o en países como Bolivia en el sentido del ascenso de los pueblos indígenas.
Pero otras partes de Latinoamérica han ido en la dirección opuesta. Pensemos en países como Venezuela o Argentina, que siguen patrones complicados, o Nicaragua y la consolidación de una autocracia en el país.
¿Ve usted una gran amenaza a la democracia en Latinoamérica a partir de la profunda desigualdad que existe en la región? Hay encuestas que han revelado que la gente está dispuesta a sacrificar la democracia a favor de líderes considerados populistas
La democracia es un sistema bastante nuevo en América Latina. Piense en Centroamérica que solo desde la década de los 90 se ha logrado crear sistemas más democráticos.
Uno de los problemas es que a las personas en América Latina les hicieron muchas promesas sobre la democracia, les prometieron que sus problemas se acabarían, y obviamente eso no era verdad.
La democracia ha sido decepcionante en América Latina, la gente se desespera y busca otras soluciones.
Es que toma tiempo crear instituciones democráticas que funcionen para cambiar la vida de la gente.
La democracia ha sido decepcionante en América Latina, la gente se desespera y busca otras soluciones.
Mire lo que está pasando en El Salvador con el presidente Nayib Bukele. Hay una razón que explica por qué la gente vota por él. Votan por él porque hay mucha inseguridad.
Piense en el presidente Andrés Manuel López Obrador, son tiempos difíciles. Pero, por otro lado, se puede decir que hay una democracia genuina en México.
Esa ha sido la decisión popular y debemos reconocer que toma tiempo para que la democracia funcione y cambie la vida de las personas.
Colombia probablemente tuvo una de sus elecciones más democráticas cuando el presidente Gustavo Petro llegó al poder, pero no es fácil, hay muchos desafíos por delante.
Usted publicó hace más de una década el aclamado libro “Por qué fracasan las naciones”. ¿Qué ha cambiado en los últimos años desde que hicieron ese análisis?
Veo el mundo de la misma manera. Sin embargo, en el prólogo del libro hablábamos de la “Primavera Árabe” y su potencial para crear más inclusión en el Medio Oriente.
Pero hemos visto que eso fracasó completamente. Ese es un ejemplo interesante de lo difícil que es cambiar el mundo hacia la creación de instituciones más inclusivas.
Es muy difícil tener una sociedad culturalmente democrática cuando existen enormes niveles de desigualdad.
Como usted dice, es muy difícil construir un mundo más inclusivo y reducir la desigualdad, ¿cuál es el mejor camino para avanzar hacia ese objetivo?
Se trata de construir instituciones políticas y económicas más inclusivas. Ese es el problema en América Latina, en África Subsahariana, en Estados Unidos, y en muchos otros lugares.
Aún hay muchos elementos de lo que llamamos instituciones extractivas, en vez de instituciones inclusivas.
En Estados Unidos persisten altos niveles de pobreza, un gran aumento en la desigualdad y una disminución en la movilidad social.
Yo vivo en Chicago y eso se ve todos los días. Entonces, se trata de incluir a la gente y darle oportunidades en la esfera política y económica.
Mirando los desafíos que nos trae este siglo a nivel global, ¿qué se viene?
La desigualdad lo desafía todo, desafía el contrato fundamental de las sociedades. Es muy difícil tener una sociedad culturalmente democrática cuando existen enormes niveles de desigualdad.