Las conclusiones de un médico que dejó de ducharse hace años como experimento

Patito de goma entre espuma de baño. (Imagen creative commons vista en pxfuel).
Patito de goma entre espuma de baño. (Imagen creative commons vista en pxfuel).

James Hamblin es un médico y periodista estadounidense nacido en Indiana en octubre de 1982. Especializado en salud pública, podréis leer sus columnas de forma habitual en The Atlantic. Si hoy os hablo de él, es porque acaba de publicar un libro llamado “Limpio: la nueva ciencia de la piel” (si bien en inglés, no sé si llegará a traducirse al castellano), que comienza con una confesión realmente polémica.

El hombre reconoce que dejó de ducharse hace un año, información que seguramente provocará mucha controversia, lo cual en el mundillo editorial suele ser genial para las ventas. Ya sabéis, un poco de ruido mediático siempre viene bien...

No es que Hamblin le haya cogido alergia al agua, no me malinterpretéis. Sigue aplicándosela de vez en cuando sobre la cabeza, pero ha renunciado al uso del champús, acondicionadores, lociones humectantes, y toda esa pléyade variopinta de productos higiénicos que se pueden encontrar en las estanterías de los supermercados.

¿La razón? Hamblin cree que cuando frotamos una esponja untada en jabón a nuestra piel grasienta, estamos destruyendo un universo microbiano interdependiente (o bioma) presente en la superficie de nuestra piel. En sus propias palabras:

“Cuando nos limpiamos, como mínimo estamos alterando temporalmente las poblaciones microscópicas, ya sea eliminándolas o alterando los recursos de los que disponen”.

En otras palabras, la higiene bloquea una de las mejores estrategias con las que la evolución nos ha dotado para protegernos de las enfermedades y para mantener alejados a los patógenos invasores.

En su libro, Hamblin hace un recorrido histórico por los orígenes de nuestro culto a la limpieza. En su opinión, el movimiento “lo limpio es bueno” comenzó hace siglos, con la llegada de la Peste Negra y otras plagas. En aquellos tiempos, el grado de limpieza de una persona podía tomarse como un indicador de su peligrosidad, de modo que los indicadores higiénicos se convirtieron en señal de estatus: “cuánto más a menudo se lavara uno, mejor”.

El movimiento (siempre según el autor) llegó al nivel más alto el siglo XX, tras el descubrimiento de que los productos de limpieza ayudaban a detener la expansión de las enfermedades. Sin embargo, lo que los acaparadores de jabón pasaron por alto es que al eliminar a nuestro tapete de microbios simbióticos, nos hacemos más vulnerables a otras enfermedades inesperadas.

El tratamiento típico para el eczema por ejemplo, incluye antibióticos tópicos, limpiadores y medicamentos que reducen la respuesta inmunitaria, lo cual según algunos investigadores podría empeorar la afección a largo plazo. Esta observación se alinea además con otra, que establece que los niños criados en entornos altamente desinfectados son más propensos a desarrollar alergias, que otros criados (por ejemplo) en las granjas Amish, donde cualquier avance tecnológico está prohibido por su religión.

Imagen de James Hamblin en 2015 durante un festival en Aspen. (Crédito imagen: wikipedia).
Imagen de James Hamblin en 2015 durante un festival en Aspen. (Crédito imagen: wikipedia).

Existen trabajos científicos que demuestran esta última relación. Parece que limpiar de forma agresiva la película microbiana del cuerpo, hace que el sistema inmunológico inexperto de los niños reaccione con fuerza. En ocasiones esta sobrerreacción produce lo que los inmunólogos llaman una “marcha atópica”, en la que una enfermedad alérgica como la antes citada eczema, conduce a otra (como la fiebre del heno) seguida luego de otra alergia (del tipo alimentaria por ejemplo) y otra más, en una “marcha” sin fin.

Por ello, para el autor de este libro, atacar el microbioma de la piel con jabón podría compararse a dejar entrar a esa persona indeseable que intenta colarse en una fiesta privada, donde solo hay espacio para una cantidad dada de invitados formales. La idea es conservar los microbios buenos dentro la fiesta, para así dejar menos espacio a los alborotadores que están deseando enfangar la casa.

¿Entonces debemos hacerle caso a este gurú y dejar de bañarnos? Bueno, esa no es la idea, a Hamblin le basta con que comencemos a cuestionar “los rituales que se consideran una necesidad” (entre los cuales por cierto no está lavarse las manos con frecuencia, no conviene olvidar en qué momento nos hayamos). Al respecto de eso último, nuestro joven médico recomienda el uso de jabón para las manos constantemente en sus apariciones en Youtube.

La pregunta que seguramente os hacéis es ¿cómo huele alguien que ha dejado de ducharse durante tanto tiempo? Bien, la respuesta la encontré viendo este vídeo de 2016, en el que Humblin entrevistó a una periodista llamada Julia Scott que pasó por una experiencia similar: un mes sin emplear jabón, champú, desodorante, humectantes, etc. (ojo, no dice nada de evitar el agua).

En la entrevista, la propia interesada dice al respecto de su olor durante aquella experiencia que: “no olía a rosas, algunos amigos me decían que olía ligeramente a cebollas”. El secreto para no “apestar” al personal consistió en aplicarse un espray a base de ciertas bacterias de suelo llamadas Nitrosomas eutropha. Estos microbios (que se pueden localizar en la piel de los caballos y de otras criaturas que viven al aire libre y que por tanto tienen que mediar con la suciedad de la naturaleza) son capaces de oxidar el amoniaco. En condiciones normales, nunca nos veríamos expuestos a ellas, pero si te las aplicas sobre la piel, parecen cambiar la química epidérmica evitando – al menos eso asegura Julia Scott – que olamos realmente mal.

En fin, no sé qué pensaréis vosotros al respecto, seguro que las teorías de este tipo van a provocar una tormenta entre los “clasistas de la ducha diaria” (entre los que por cierto me encuentro).

Sea como sea, es cierto que deberíamos estudiar, caracterizar y mapear por completo el paisaje microbiano de nuestra piel. Seguro que eso da lugar a toda una nueva generación de productos “bio” con los que reforzar la relación simbiótica con nuestras amigas las bacterias, al tiempo que evitamos oler a mofeta.

¿Vosotros que opináis? ¿Es una locura más típica de estos tiempos “animalistas”? ¿Tiene razón el amigo Hamblin y nos estamos pasando de limpios?

Me enteré leyendo una crítica al libro de Hamblin Undark.

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