Jaime Munguía y su espectacular victoria que, sin embargo, refleja todo lo que hace mal

Jaime Munguía en junio del año pasado, previo a su pelea con Jimmy Kelly en el Honda Center de Anaheim. (Tom Hogan/Golden Boy Promotions via Getty Images)
Jaime Munguía en junio del año pasado, previo a su pelea con Jimmy Kelly en el Honda Center de Anaheim. (Tom Hogan/Golden Boy Promotions via Getty Images)

Julio César Chávez le gritó a Jaime Munguía lo mismo durante toda la noche: "¡Pégale al cuerpo!". Tenía sentido la exigencia que hacía el mito mexicano al eterno prospecto tijuanense. Chávez patentó el gancho de zurda durante su gloriosa trayectoria. Sabía de lo que hablaba, la impronta número uno del boxeo: pega abajo y la cabeza caerá sola. Las indicaciones del Gran Campeón, comentarista de TV Azteca, pretendían enmendar los yerros de la esquina de Munguía. Se quitaba la diadema de transmisión y era claro: Sergiy Derevyanchenko iba a quitarse los golpes a la cabeza ("¡pega de abajo hacia arriba!").

Toda la pelea, en la Toyota Arena de Ontario, había sido un tormento para Munguía, invicto en 41 peleas (ahora 22), peleador de potente pegada que, sin embargo, ejemplifica como nadie la sobreprotección que se le brinda a las gallinas de los huevos de oro. Fue campeón del Mundo superwelter cuando tenía 21 años, en 2018. A cinco años de distancia, su boxeo no ha evolucionado. Al contrario. Muestra un retroceso que debería ser preocupante para él y para su equipo, liderado por Erik Terrible Morales.

Desde 2020 hasta 2022 peleó en peso mediano y nunca enfrentó a un rival de élite. Ni siquiera soñar con un rival de título mundial. Hubo acercamientos con Jermall Charlo (campeón CMB), pero el combate se cayó por diferencias en los derechos de transmisión. También la OMB lo llamó a pelear con Janibek Alimkhanuly. No aceptó. En cambio, el año pasado, enfrentó a tres rivales a modo: D'Mitrius Ballard, Jimmy Kelly y Gonzalo Coria.

Incluso ambos, Munguía y su entrenador Morales, han aceptado que ya no están conformes con ese nivel de oposición. Pero su manejador principal, Fernando Beltrán, y su promotor, Óscar del Hoya, no han querido mover los planes. La prueba de este año fue diferente. Sergiy Derevyanchenko, un poderoso peleador ucraniano con quien, en realidad, Munguía debió pelear antes. En 2021, en la convención del Consejo Mundial de Boxeo en Ciudad de México, se anunció que el mexicano enfrentaría al vencedor de la pelea entre Derevyanchenko y Carlos Adames. Ganó Adames, y Munguía no peleó contra ninguno de los dos.

Hasta ahora. A casi dos años de distancia. Y pagó caro el retardo, pagó caro todas las pruebas fáciles que sólo sirvieron para agrandar el récord invicto. Derevyanchenko es un peleador con poco recorrido profesional (19 peleas, 14 victorias, cinco derrotas), pero con un amplio bagaje amateur. Además, sus pocas pruebas profesionales lo han medido contra rivales de primer nivel. Le dio una pelea brutal a Gennady Golovkin en 2019. Para muchos le ganó, aunque la decisión favoreció al kazajo. También fue retador de Charlo. Sin haber sido campeón del mundo nunca, su nivel es un punto de referencia, un sello de calidad.

Y eso quedó claro desde el primer round. Derevyanchenko dictó una cátedra en el ring con pegada y rapidez. Munguía no podía encontrarlo y lamentó, como nunca en su carrera, todas las deficiencias defensivas que nadie le ha corregido en estos años: bajar la guardia, lanzar puñetazos sin preocuparse por esquivarlos o bloquearlos, ser un blanco fijo y lanzar golpes predecibles. Fue un manjar para el ucraniano, que en el quinto round estuvo muy cerca de noquearlo. Lo conectó con vehemencia y lo tuvo a su merced.

Asalto tras asalto, la tónica era similar. Munguía intentaba pegar, y lo hacía, pero en cada golpe encontraba una furibunda respuesta de un Derevyanchenko dispuesto a consumir toda la energía que le quedaba. Fue un guerrero el ucraniano, que no se achicó ante un rival que le superaba en tamaño y alcance. Munguía no aprovechó esas ventajas, porque insistía con golpear a la cabeza y eso lo llevaba a quedar vulnerable en los contragolpes.

La pelea iba encaminada a una decisión favorable a Derevyanchenko. Pero en el último round el consejo insistente de Julio César Chávez tomó sentido: Munguía conectó un poderoso gancho de izquierda al cuerpo y tumbó al roble que tenía por rival. Se levantó Sergiy, aturdido y jalando aire por la boca. La pelea se consumió en medio del éxtasis generalizado. Victoria para Munguía. Los jueces vieron una pelea pareja y otro vio a un Munguía superior (tarjetas de 114-113, 114-113 y 115-112). No iban a dejar que cayera el invicto.

Fue la victoria más espectacular de su carrera, pero paradójicamente también la más preocupante: el primer rival de élite que enfrentó en cinco años lo exhibió. Y en un peso, 168 libras, que no favorecía a Derevyanchenko, muy pequeño para esa división. Munguía no está listo para enfrentar a los leones del supermediano: Canelo Álvarez, David Benavidez o David Morrell. Y no parece interesado en cambiar su método. Las peleas a modo cobran factura. No siempre habrá un golpe agónico para salvar la noche. La sabiduría de Chávez es valiosa. Pero él no es su entrenador, aunque sepa más que su equipo mismo. Munguía está en el punto de no retorno. Ya no será lo que pudo ser, pero podría salvarse de la peor versión de sí mismo.

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