Jóvenes en la noche. Cuáles son las conductas que derivan en la violencia inesperada

Dieron de alta a Matías Motín, el joven que fue golpeado en un boliche de Mar del Plata
Matías Ezequiel Montín, el joven de 20 años que sufrió una fractura de cráneo tras ser atacado a botellazos en un boliche de Mar del Plata el año pasado - Créditos: @Mauro V. Rizzi

¿Qué hay detrás de un golpe sin previo aviso, como el que sufrió Tiziano Gravier, de 20 años, uno de los hijos de Valeria Mazza y Alejandro Gravier? En declaraciones radiales, por el impacto que le generó el ataque, el padre de Tiziano se preguntó: “¿A dónde hemos llegado como sociedad?”. Para intentar responder ese interrogante, una cuestión central a analizar es si entre los jóvenes se ha profundizado el uso de la violencia como método para definir la propia identidad, canalizar frustraciones o resolver conflictos, o si ahora la posibilidad de filmar cada acto violento con un celular o una cámara de vigilancia hace que la sociedad se tenga que enfrentar a diario con imágenes que muestran su lado más primitivo.

Los especialistas consultados por LA NACION señalan que no es sencillo apoyarse en datos concretos para dilucidar si han aumentado los hechos violentos entre los jóvenes, como las peleas callejeras, que por lo general no son denunciadas o se caratulan bajo el enorme paraguas de las lesiones leves o dolosas. Además, la estadística judicial muestra limitaciones al momento de ofrecer información sobre los victimarios y el tipo daño que causaron. Teniendo en cuenta lo recién mencionado, según las cifras que pudo recopilar este medio a partir de fuentes oficiales y diversos observatorios, en la Argentina el delito de lesiones leves o dolosas se mantuvo estable en los últimos 20 años y los homicidios de menores de 25 años bajaron un 29% entre 2005 y 2020, aunque este última cifra solo contempla a las víctimas y no a los victimarios.

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Sin embargo, más allá de las pocas cifras disponibles, y desde un enfoque más sociológico, las fuentes consultadas por este medio aseguran que la desigualdad y la dificultad para que los jóvenes proyecten un futuro que los motive, junto con otros factores, como la llamada “cultura del aguante”, la discriminación al que identifican como distinto y el consumo de sustancias, sobre todo de alcohol, forman una mezcla peligrosa.

Algunos números

Un indicio para analizar si el uso de la violencia se profundizó entre los jóvenes lo aportan las cifras que recopila el Observatorio de Políticas de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires (OPS). Los datos se basan en investigaciones penales preparatorias publicadas por la Procuración General de la Suprema Corte de Justicia sobre “delitos y violencias” cometidos por menores de 18 años entre 2009 y 2020. Cabe remarcar que se trata de investigaciones penales y no de sentencias condenatorias. En ese período, el total de ilícitos presuntamente cometidos por personas menores de 18 años en la Provincia disminuyó un 38%.

Pero, cuando las cifras se enfocan en la amplia variedad de delitos caratulados como “lesiones leves” perpetuados por personas de ese rango etario entre 2009 y 2021, presentan una tendencia relativamente estable durante todo el período (3500 promedio por año). Aunque, como se mencionó, no especifica qué tipo de lesiones fueron, en qué contexto y quiénes las perpetraron.

En el caso de los homicidios dolosos (aquellos en los se presume que existió la intencionalidad de matar). La evolución de este delito durante los últimos 12 años muestra, en líneas generales, una pronunciada tendencia hacia la baja. Pasaron de 165 en 2009 a 74 en 2020, es decir, hubo un descenso del 55%.

La excepción se da con los abusos sexuales (simples y con acceso carnal) y otros delitos contra la integridad sexual. Esos delitos han aumentado un 140% a lo largo del período, aunque, señalan desde el OPS, puede que ese aumento esté asociado a un incremento de las denuncias a partir de la mayor visibilidad que ha adquirido este tipo de violencia en la sociedad.

“La estadística del Ministerio Público Fiscal de la provincia de Buenos Aires permite señalar que los delitos caratulados como lesiones leves presentan una tendencia descendente aunque no tan pronunciada. La tasa de lesiones leves cada 100.000 habitantes de 2009 fue 479, 9, mientras en 2021 fue 381,7. Es importante tener en cuenta que es necesario contar con mayor información sobre la evolución cuantitativa y cualitativa de las lesiones, ya que la estadística judicial tiene limitaciones para avanzar sobre la caracterización de los hechos, las víctimas y victimarios”, describe Angela Oyhandy, directora del OPS.

Por ejemplo, el número de lesiones dolosas publicadas por la Dirección Nacional de Estadística Criminal del Ministerio de Seguridad de la Nación, entre 2001 y 2019, se mantuvo estable, pero no segmenta la edad de los acusados. LA NACION también consultó al Ministerio de Justicia y Seguridad de la ciudad de Buenos Aires para indagar sobre las lesiones leves a manos de los jóvenes en ese distrito, pero tampoco tienen estadísticas segmentadas por edad y tipo de lesión para esos delitos en particular.

En cuanto a los homicidios de menores de 25 años, la Universidad Nacional de Lanús confeccionó una estadística basada en los datos del Ministerio de Salud de la Nación. Allí muestran que la tasa de asesinatos en ese rango etario descendió un 29% entre 2005 y 2020, pero estas cifras solo contemplan a la víctima y no al victimario, por lo que no solo se trata de violencia entre jóvenes.

El ataque a Tiziano

Lo que ocurrió el fin de semana pasado en Rosario terminó mal para todos. Tiziano tuvo que ser operado en el Hospital Austral por una fractura de mandíbula, intervención que finalizó con éxito, y los agresores, de 26 y 27 años, se entregaron y están detenidos. Ahora, Tiziano debe encarar su rehabilitación y los otros dos jóvenes enfrentarán una acusación por “lesiones dolosas graves”, una figura penal que prevé en Santa Fe penas de entre dos y cinco años de prisión.

Los que agredieron a Tiziano no cuentan con antecedentes penales, no son delincuentes. Sin embargo, lo emboscaron y le pegaron sin previo aviso luego de referirse a él como un “Tincho”, una manera peyorativa de llamar a los jóvenes de clase alta.

Para analizar en este caso puntual por qué lo atacaron a Tiziano habría que conocer en profundidad a los agresores, indican las fuentes consultadas. Pero, existen tantos ejemplos de violencia dentro o fuera de los boliches, como también en la vía pública en pleno día, que es posible empezar a barajar algunas hipótesis sobre los factores que desencadenan un episodio violento.

Las juventudes son una categoría difusa y en permanente movimiento con diversas características más expuestas a la violencia social e institucional. Los niveles de violencia no letal son muy difíciles de registrar en el sistema argentino de estadísticas administrativas. La gran mayoría de los hechos no se denuncian. Lo que se puede advertir es una mayor naturalización de la violencia. Pero no lo reduciría solo a las juventudes. No es que los jóvenes argentinos se volvieron más violentos, sino que la Argentina se volvió más tolerante a la violencia. De hecho, la violencia está permanentemente en el discurso público e institucional”, analiza Martín Appiolaza, docente de Criminología y Prevención del Delito en diversas universidades y asesora a gobiernos y organismos internacionales como Unicef en temas de prevención de la violencia con los jóvenes.

“Hay categorías de análisis que involucran cuestiones sociológicas, psicológicas y subjetivas que se entraman y que no dan una única respuesta posible a estos fenómenos del odio entre los seres humanos”, argumenta Jorge Catelli, psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y profesor e investigador de la Universidad de Buenos Aires.

El especialista opina que la violencia expresa la identificación de algo que el agresor rechaza. “Las fantasías inconscientes que habitan a esas ideas por las cuales hay que atacar al otro varían ampliamente. En muchos casos, se le adjudica al otro la causa de los males propios, ya sea en lo individual o en lo colectivo, así como la fantasía de que el otro se quedó con algo propio (prestigio, dinero, belleza o fama)”, agrega Catelli.

Entonces, el significado de la violencia habría que decodificarlo según cada caso, piensa Catelli. Destaca que, evidentemente, hay tensiones propias de las inequidades y resentimientos, como también una búsqueda de la propia identidad. “Momentos tales como la adolescencia o la juventud, en que la personalidad se está consolidando, se producen procesos psicológicos complejos que facilitan las polarizaciones para identificar alguien quien no se es, alguien quien se teme ser, o en términos más generales, alguien depositario del odio, ya sea por su clase social, sus grupos de pertenencia o su ideología”, afirma Catelli. Mientras que Appiolaza también opina que no posible establecer una regla general para entender qué desencadena la violencia, pero agrega que en el trabajo con grupos juveniles se ve más frecuentemente el uso de la violencia para reafirmar identidades, territorios y masculinidades (violentas).

Por su parte, Silvia Guemureman, coordinadora del Observatorio de Adolescentes y Jóvenes en el Instituto Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires (UBA), expresa que la violencia aparece como una modalidad de resolución de conflictos a la que apelan no solo los jóvenes, sino también muchos sectores de la sociedad por el contexto de incertidumbre, de falta de previsibilidad, de cambio de reglas permanente y la “imposibilidad” de planificar un futuro asentado sobre las posibilidades propias.

El abuso de sustancias

Otro factor que podría ayudar a que se desate una pelea es el abuso de sustancias. Hugo Spinelli, director del Instituto de Salud Colectiva de la Universidad Nacional de Lanús, advierte que no hay buenos estudios que vinculen directamente el uso de sustancias con los hechos de violencia, pero señala que, sobre todo el consumo de alcohol, hace que las personas sean más propensas a los desbordes violentos. Sin embargo, al mismo tiempo aclara que el motivo que genera la violencia es mucho más profundo.

“La principal causa de muerte entre menores de 35 años son las muertes violentas, esto incluye homicidios, accidentes y suicidios. Dentro de las muertes violentas el 70% involucran a varones. El problema de la violencia es un tema de salud pública muy serio, y el consumo de algunas sustancias sin dudas elimina el filtro que una persona puede tener para evitar una pelea. También sucede que las adicciones degradan el tejido familiar y social y hacen que se puedan generar climas propensos a la violencia, aunque el adicto sobre todo se hace daño a sí mismo más que a un tercero. Pero los motivos que desencadenan la violencia son más profundos que el consumo de una sustancia, cuando vemos a un grupo de rugbiers peleándose luego de consumir alcohol, ahí veo, más que una pelea de borrachos, una pelea entre machos y si vamos al tema de fondo lo entiendo como un problema de herencia patriarcal”, indica Spinelli.

¿Qué postura deben tomar los padres?

Más allá de los posibles motivos que desencadenan la violencia y las cifras que se puedan recabar, las fuentes consultadas creen que los padres tienen el enorme desafío de preparar a sus hijos para situaciones potencialmente violentas, sin transmitirles miedo o angustia. También, resaltan, es importante que el temor a que algo les suceda a los chicos no derive en un esquema de prohibiciones que les impida a los hijos salir y divertirse.

Miguel Espeche, psicólogo y psicoterapeuta especialista en vínculos, reconoce que tener hijos implica entrar en un terreno de riesgos. “Muchos padres están muy asustados por las cosas que ocurren en la noche y justamente las cosas que uno señala es que, más que estar atemorizado y exacerbar los controles, hay que ofrecerle al hijo recursos para no dejarse llevar por la masividad. También deben tener presente cómo está el hijo emocionalmente, ya que no lo va a ver fuera de casa, hay que prestar atención dentro de casa. Siempre digo que es distinto cuidar a un hijo que controlarlo, el control no es bueno como método permanente, obviamente hay que tener disciplina, pero hay que ayudarlo a que la pase bien, a que esté despabilado y entienda los riesgos de la calle”, concluye Espeche.

Mientras que Catelli aporta otro enfoque para reflexionar sobre los hechos que pueden ocurrir en la vía pública: “Hay que pasar del miedo al otro, al cuidado del otro, a la lógica de la solidaridad y del crecimiento en la diferencia”.