Iván Restrepo: la memoria de la época dorada de la música en México

Ha sido un lujo poder entrevistar, tras su paso por París, al periodista Iván Restrepo nacido en 1938, y como dice él, en Angangueo (Michoacán, México), a donde llegan todos los años 200 millones de mariposas que migran en invierno a los bosques de Oyamel. Fue líder estudiantil en la oposición colombiana contra la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla. Lo apresaron, lo liberaron porque era menor de edad y un juez militar volvió a juzgarlo, condenándolo a retención domiciliar. A los 16 años empezó a colaborar con el periódico liberal medellinense El Diario.

En 1959, se vinculó con los medios de comunicación mexicanos, trabajando para el diario Novedades, y como columnista bajo la dirección de Fernando Benítez, fundador del suplemento México en la Cultura, el mejor de América Latina entonces. En 1983, se convirtió en uno de los fundadores del diario La Jornada, del que fue parte del equipo hasta su jubilación en 2003, aunque ha seguido escribiendo dos columnas: “Penultimátum” y otra para el suplemento mensual de temas ecológicos, en los que ha trabajado toda su vida.

Pero para Iván Restrepo –quien ha sido autor de unos 20 libros sobre el medioambiente, investigador del Centro de Investigaciones Agrarias, profesor de la escuela de Economía y pionero en temas de ecodesarrollo en México desde la fundación del primer centro latinoamericano sobre estas cuestiones–, la música del continente, y la cubana en particular, han sido una de las grandes pasiones de su vida. Testigo y partícipe activo del panorama musical del periodo posterior a 1960, sus relaciones con este medio lo han convertido en una especie de biblia en la materia.

Pérez Prado, Los 3 Diamantes, María Victoria, Margo Su, Ricardo Luna e Iván Restrepo, mayo 1979.
Pérez Prado, Los 3 Diamantes, María Victoria, Margo Su, Ricardo Luna e Iván Restrepo, mayo 1979.

Conoció desde muy temprano al insuperable Damaso Pérez Prado, considerado como el mejor embajador del mambo desde principios de la década de 1950. ¿Qué relación tuvo con él?

Nacido en Matanzas (Cuba) en 1917, Pérez Prado ocupó un lugar cimero en la música mexicana hasta su muerte. Lo conocí en Nueva York, en 1961, después de que lo expulsaron de México en 1953. Cuando le dije que mi padrino era Mariano Rivera Conde, director artístico de la RCA Victor, me invitó esa misma noche a cenar con él en el Waldorf-Astoria. Su expulsión de México ocurrió en condiciones opacas y hubo varias teorías, pero ninguna real. Lo expulsaron porque era un mal ejemplo para los otros artistas, ya que pagaba más que otros a los músicos de su orquesta y no aceptaba que el sindicato de músicos escogiera, en su lugar, a sus colaboradores. Esa fue la razón: un complot entre el sindicato y el gobierno, ya que el primero chantajeó al segundo de retirar a los músicos de las campañas presidenciales si no sacaban a Pérez Prado del país. Así me lo contó Margot Su, la empresaria del teatro Blanquita, con quien yo tenía una relación sentimental, y lo pude comprobar años después hurgando en los archivos gubernamentales. No fue hasta 1964 que a Pérez Prado le retiraron el veto de entrada a México y eso lo logró la actriz y cantante María Victoria Gutiérrez quien, durante una cena con el presidente Adolfo López Mateos, insistió para que éste intercediera en su regreso.

¿Fue entonces que su relación con Pérez Prado se afianzó y perduró hasta su muerte?

Yo había tenido el privilegio, gracias a mi amistad con Rivera Conde, de consultar los archivos de la RCA Victor y encontrar todas las grabaciones inéditas de Pérez Prado en México. El propio maestro se sorprendió al descubrir piezas grabadas que había olvidado y que le hice escuchar en mi casa. En México lo idolatraban y él tuvo el mérito de ser el primer compositor que internacionalizó realmente un ritmo latinoamericano, porque el mambo no solo llegó a Hollywood y Nueva York, sino que impregnó desde el cine europeo hasta los gustos musicales del Japón.

Cuando falleció en México, el 15 de septiembre de 1989, se lo comuniqué a Carlos Payán, el director de La Jornada, y ese día, en vez de poner en primera plana una importante intervención del Presidente en la plaza del Zócalo lo que puso con grandes titulares fue: “Murió el rey del mambo”, con una foto en que aparecíamos Margot Su, Manuel Buendía y yo, acompañándolo en el Ateneo de Angangueo, en 1977, durante la presentación del libro Amor perdido, de Carlos Monsiváis, y tres textos escritos por éste, García Márquez y yo.

¿Supo algo de su relación con Cuba, su isla natal?

Alguien del gobierno cubano, conocedor de la estrecha relación que teníamos, me pidió que le comentara el deseo del pueblo Cuba de hacerle un homenaje. Se lo dije, me contestó que lo pensaría y poco después me comunicó que rechazaba la propuesta. “En Cuba me hicieron siempre la vida imposible: cada vez que iba me acusaban de haberle robado el mambo a Orestes López, sabiendo que nunca me consideré su inventor”, me dijo. Y añadió: “Ha sido México el país que me dio todo; es aquí en donde quiero que me entierren”. Por supuesto, Pérez Prado estaba consciente de ser quien había vestido de gala un ritmo que venía de muy lejos.

Iván Restrepo, Nelly Keoseyan, Tongolele, Celia Cruz y Pedro Knight. México DF, 1998.
Iván Restrepo, Nelly Keoseyan, Tongolele, Celia Cruz y Pedro Knight. México DF, 1998.

En Cuba, en 2017, le hicieron un homenaje en su ciudad natal de Matanzas y me invitaron. Acepté, a condición de que el gobierno cubano no me pagase nada. Mi viaje y el de mi compañera Nelly Keoseyan, lo pagamos nosotros. En Matanzas se hizo el homenaje y, a la excepción de los especialistas musicales, nadie sabía quién era Pérez Prado. Yo había llevado dos placas para la fachada de su casa natal, una mandada por el propio Armando Manzanero y la otra de parte de todos sus amigos mexicanos. Dejé en el archivo matancero unas 300 grabaciones de Pérez Prado y todas sus películas. Lo que más me impresionó fue que en su casa vivían aún sus tías y primos completamente olvidados. El día en que se develaron las placas, bailé incluso con las tías Manuel en plena calle.

Iván Restrepo, París, 2023.
Iván Restrepo, París, 2023.

También fuiste muy amigo de otra gloria de Cuba: Celia Cruz…

A Celia la conocí apenas llegada a México en 1960 con La Sonora Matancera. Fue en casa de Yolanda Montes, más conocida como “Tongolele”, cuyo esposo era el bongosero cubano Joaquín González. Celia se alojaba en la calle Pensilvania, en el mismo edificio de la pareja. Nuestra amistad atravesó las décadas hasta su fallecimiento en 2003. Un año antes de morir me dijo que quería pasar sus vacaciones con Nelly y conmigo en nuestro piso de Playa del Carmen y allí estuvo con nosotros, en marzo de 2002, haciendo vida casera durante 15 días y sin salir a la calle porque en cuanto ponía un pie fuera la gente la abordaba para autógrafos y fotos. Lo mismo venía a vernos a México que nos quedábamos nosotros con ella en su casa de Nueva York. Era una artista única, integral y, sobre todo, muy humana.

¿Alguna anécdota más personal de su relación con Celia?

En 1991 me llamó para pedirme un favor muy personal. Su madrina Ana, a quien ella adoraba, vivía en Cuba y estaba muy enferma. Celia no la había vuelto a ver desde que salió sin regreso posible a la Isla. Pero tampoco dejaban que Ana viajara a Estados Unidos. Por mi trato directo con Carlos Salinas de Gortari pude pedirle al Presidente que facilitara el viaje de la madrina de Celia Cruz a México. Inmediatamente el Presidente obró y meses después estaban Ana, su enfermera y Celia en un apartamento en Cancún, durante un mes en que la artista anuló todos sus compromisos musicales.

Poco después, Celia me dijo que quería agradecerle personalmente a Salinas de Gortari su gesto. Y así fue como en agosto de 1993 reuní en mi casa a Celia y Pedro Knight su esposo, con el Presidente, Manzanero, Tongolele, su esposo Joaquín, Carlos Payán, Monsiváis, María Victoria y al gran músico cubano exiliado en México Juan Bruno Tarraza. Alrededor también de un piano, por supuesto.

William Navarrete escritor establecido en París.