‘La intensa vida’, de Zoé Valdés, un abanico de contundentes fogonazos de la memoria

Las autobiografías, así como las memorias y las confesiones, han sido definidas de diferentes maneras. Pero todas, sin excepción, coinciden en que se trata de la narración de la vida de una persona escrita por ella misma y que sus características comunes son las de ser obras concebidas en el umbral de la vejez y en las que, además, aparecen los motivos que impulsaron a los autores a escribirlas.

No son los únicos aspectos de las autobiografías que los académicos han tomado en cuenta. También han considerado las formas en que deben escribirse. Es decir, ciertas estructuras y reglas que deben ser observadas. Y aunque la mayoría de los autores -incluso los más famosos- se ajustan a ellas, hay otros que las desafían.

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Una prueba de esto es La intensa vida (Editorial Almuzara, 2022), el más reciente libro de Zoé Valdés en el que, sí, narra su vida, pero a su manera. La verdad es que me sorprendió su renovador estilo y sus innovadoras formas. Yo esperaba unas memorias que hubiesen comenzado así: “Abrí los ojos al mundo el 2 de mayo de 1959 en la antigua Clínica Reina, en La Habana”. Pero, no. Zoé inicia la historia de su vida recordando al sonero Carlos Embale y a Ñico Saquito, cuando el primero trabajaba en La Bodeguita del Medio a cambio de que le sirvieran “un plato de frijoles negros con un cucharón de picadillo encima”, y el segundo “mendigaba limosna en la calle, pero no dinero, directamente pedía comida”.

Y es que en esta singular autobiografía -o memoria- sus capítulos no son capítulos sino florilegios (trozos selectos de materias literarias) que Zoé utiliza para conducir al lector por los vericuetos de su vida, primero en Cuba, y después, en Francia. Así, a través de textos que parecen haber sido escogidos sin un orden aparente pero que en verdad están conectados entre ellos (el derrumbe del solar natal, el traslado al albergue de la calle Monserrate, visitas al Museo de Bellas Artes de la mano de su abuela y las viñetas de su nueva vida en París), va surgiendo un collage narrativo en el que es posible reconocer los más importantes episodios de la fragmentada realidad que le fue impuesta.

La intensa vida es una mirada a la larga y vital travesía de Zoé Valdés: desde un solar en la Habana Vieja hasta un apartamento en la capital francesa. Algunos de los títulos de sus más de cien capítulos ofrecen una idea de ese periplo: Yo vengo de aquí (“Era una época en que la que todavía de las latas de luz brillante no solo se sacaban chispas, además se extraía el verdadero ritmo de la vida del solar cubano”), Mamá y los policías (“Mi madre sentía un enorme respeto por los policías. Para ella era un oficio y sus consideraciones se remontaban a antes del año fatídico: 1959”), Dora Maar (Toda una novela salió de aquellos encuentros con la ex amante de Pablo Picasso. La titulé La mujer que llora”) o La exiliada satisfecha (“Para ir a un mercado nuevo que abrieron debo pasar por las arcadas de la Place des Vosges, donde está la Casa Museo de Victor Hugo, que es mi catedral personal”).

Aquí, entre pasado y presente, está todo. Solo que ambos tiempos están contados -sin atender a las reglas del género- a través de breves pero contundentes fogonazos de la memoria: infancia, adolescencia, pasión por la escritura, carrera literaria, oposición frontal al castrismo y sus legendarias polémicas políticas.

La intensa vida es una autobiografía sui géneris en la que Zoé Valdés no subordinó el contenido al estilo. Al contrario. La escribió con su proverbial manera de decir, sin tapujos, lo que en verdad quiere decir.