El ingrediente inolvidable


La mente humana es un territorio tan vasto e inexplorado como las profundidades del océano, donde a menudo se encuentran criaturas extrañas y abisales, pero de esas hablaré después. Si nos enfocamos en algo más tangible, como la lectura y comprensión, descubrimos que el mexicano promedio está reprobado en ambas. Esto no es sorprendente, considerando que a muchos les encanta venerar tanto a personajes ficticios como a aquellos reales que murieron de la forma más estúpida imaginable.

En las monografías escolares, el flemático héroe patrio, ese señor de patillas largas y sable en mano, poco puede hacer frente a un cadete envuelto en la bandera cayendo desde lo alto. Porque, admitámoslo, para un niño la imagen de los sesos esparcidos en el pavimento es un recuerdo que se graba a fuego para toda la vida.

“¿Por qué se habrá aventado Juan Escutia en lugar de esconder la bandera?”, se pregunta con suspicacia el niño. “¿No habría sido más valeroso (o patriótico) matar a uno o dos gringos que a sí mismo?”, elucubra, pero sin el valor suficiente para preguntárselo a la profesora.

Luego, en la adolescencia, la historia se repite. En toda la literatura universal no existe mayor ejemplo de compromiso y perseverancia que el de Ulises y Penélope. Sin embargo, el mexicano promedio prefiere idolatrar a un par de ninis veroneses que, en lugar de mudarse a otra ciudad y trabajar ocho horas al día para obtener un crédito Infonavit, optan por el suicidio colectivo. No es de extrañar que “te quiero hasta la muerte” cale más en el colectivo nacional que “te quiero, aunque nunca estés en casa”.

¿EL MEXICANO EN QUÉ DEPOSITA SU FE?

Finalmente, en la madurez el mexicano deposita su mayor fe en la siguiente historia: en tiempos de los emperadores romanos se rumoraba la existencia de un emprendedor que podía convertir el agua en vino, multiplicar panes y peces, y devolver la vista a los ciegos, entre otros servicios.

Pero, en lugar de franquiciar supermercados u optometrías, el imperio decidió girar una orden de aprehensión contra el microempresario por alterar el orden público. El acusado, en lugar de huir caminando sobre el agua o volando como paloma, habilidades propias de él, se entregó voluntariamente para que lo ejecutaran de la forma más espeluznante posible.

En el velorio, su mejor amigo, lleno de culpa por haber negado las excentricidades del difunto, intentó lavarle la reputación para que no lo recordaran como un perfecto imbécil.

“Su muerte”, dijo a los deudos, “fue, en realidad, un sacrificio para salvarnos a todos”.

Esta declaración, contra todo pronóstico, trascendió el seno familiar, y dos milenios después, en países subdesarrollados como el nuestro, sigue más vigente que nunca. N

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Rodrigo Solís es escritor y publicista, fundador de las empresas Killer Quake y Pildorita Estudio. Su columna “Pildorita de la Felicidad” se publica en 18 países. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.

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