Lo que el apetito de una persona revela sobre su infancia

Ya sabemos que el deseo incontrolado de consumir comida chatarra es una consecuencia de la evolución. Pero el origen de la voracidad en la adultez, aun entre personas ajenas a la estrechez económica, podría hallarse más bien en la infancia. Una niñez agobiada por la pobreza marca los hábitos alimenticios para toda la vida, sin importar el ascenso posterior a la clase media o alta.

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Los hábitos alimenticios adquiridos en la infancia influyen en la relación con la comida en la adultez. (USDA - Flickr)

Niños hambrientos, adultos voraces

Una reciente investigación de la Texas Christian University ha demostrado ese vínculo entre la nutrición en los primeros años de vida y el consumo de alimentos en la edad adulta. Si bien el equipo de investigadores advierte que no se trata de una relación causal, las experiencias tempranas con respecto a la comida pueden influir en el futuro control de la saciedad.

Al cabo de tres experimentos, los científicos de la universidad estadounidense concluyeron que las personas nacidas en hogares de bajos ingresos comían –galletitas, pretzels y gaseosas en este caso—a pesar de no tener apetito.

Según la psicóloga Sarah Hill, la deficiente educación de los padres en hogares desfavorecidos repercute en cómo los menores se relacionan con su cuerpo. Al desconocer el impacto de determinados alimentos en la salud física, los niños adoptan también hábitos perjudiciales.

Por otra parte, señaló la investigadora a The Washington Post, las personas pobres aprenden desde temprano que deben comer cuando hay alimentos disponibles y no solo cuando sienten hambre.

El estudio de la universidad texana confirma el peso de las familias en la salud de cada individuo a lo largo de su vida. Una investigación publicada en 2014 en el American Journal of Clinical Nutrition había señalado a los hábitos alimenticios aprendidos en casa como los principales responsables de la obesidad infantil. En general los padres de los pequeños con sobrepeso no disponían de los recursos, el tiempo o la voluntad para preparar un menú más sano.

En Estados Unidos la obesidad entre los niños se ha duplicado en las últimas tres décadas y entre los adolescentes se ha cuadruplicado. Según datos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), en 2012 más de un tercio de la población comprendida entre 6 y 19 años era obesa.

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La relación entre la obesidad y la pobreza también está determinada por la raza y el origen étnico (Yahoo Finanzas México)

¿Pobres y siempre obesos?

Al contrario de otros países de similar desarrollo económico, la obesidad en Estados Unidos afecta en mayor medida a los pobres. Los condados donde la pobreza rebasa el 35 por ciento exhiben tasas de obesidad 145 por ciento más altas que los condados acomodados, según estadísticas citadas por el artículo Poverty and Obesity in the U.S, publicado por la revista Diabetes en 2011.

No obstante, los CDC han advertido que no siempre una persona de bajos recursos tiene mayores probabilidades de ser obesa. Entre los negros no hispanos y los estadounidenses de origen mexicano la obesidad aumenta con los ingresos, mientras la prevalencia del sobrepeso se mantiene idéntica en la escala social entre los hombres blancos no hispanos. En cambio, las mujeres pobres, sin importar la raza o el origen étnico, sí padecen obesidad con más frecuencia que sus compatriotas de altos ingresos.

En general los vecindarios pobres en Estados Unidos tienen menos acceso a mercados que ofrecen alimentos frescos y sanos. El término “desierto alimentario” describe justamente esta realidad. Además, la comida etiquetada como saludable suele superar el precio de la “chatarra”. Cuando el dinero escasea, elegir alimentos ricos en azúcares y grasas aparece como la mejor opción para el bolsillo, a pesar de las objeciones sanitarias.

La conclusión del estudio de la Universidad de Texas debería contribuir a la reflexión sobre cómo el combate a la obesidad pasa necesariamente por la pobreza infantil. También en este tema las matemáticas dan la razón a quienes abogan por elevar de la precariedad a millones de estadounidenses. El costo anual de la atención médica a la obesidad en Estados Unidos ronda los 150.000 millones de dólares.