De la Independencia a la Revolución; de la abundancia a la quiebra

Columna DE TIEMPO Y CIRCUNSTANCIAS

Primera de cinco partes

ES DIFÍCIL VISUALIZAR la riqueza del México colonial. Los españoles llegaron en 1492, y en poco menos de un siglo convirtieron la Nueva España en fuente de inacabable riqueza. Con ella se apuntaló al que fuera el primer imperio mundial que conocieron los hombres. Los dominios de Felipe II en 1592 le daban la vuelta al mundo, por eso su frase “en mis dominios no se pone el sol” era una verdad absoluta. Ningún rey antes que él pudo pronunciarla.

El imperio tenía un costo enorme y ni Carlos V, ni Felipe II, quienes fueron monarcas juiciosos, ni su hijo Felipe III, quien además de ser el monarca era un badulaque dedicado al jolgorio, eran duchos en el arte de las finanzas. Vivían abriendo agujeros financieros que tapaban con los caudales de plata que venían de América, de los cuales más de la mitad provenía de la Nueva España.

La casa de moneda o ceca de la Nueva España producía plata de calidad superior y sus monedas circulaban en todo el mundo. La pieza más importante era el real de a ocho, moneda de plata de 27.468 que se utilizaba como moneda de curso legal en los Estados Unidos de América. Se les conocía como “spanish dollars”. Los estadounidenses se vieron obligados a acuñar su propia moneda y el real fue el modelo para acuñar su dólar de plata.

¿Cómo fue que en un territorio tan rico México nació en la bancarrota?

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La historia oficial, la que nos cuentan, es una historia de héroes nobles, valientes e incapaces de cometer errores. Pocas veces se ocupa de las ambiciones o de los errores de sus héroes, y mucho menos de las consecuencias en pesos y centavos de estos errores. De eso hablaremos, entre otras cosas, en esta serie de relatos.

Se considera que la última parte del periodo colonial (1790 -1810) registró una gran prosperidad económica. La población en México era similar a la de Madrid, se construían edificios suntuosos, la minería producía grandes cantidades y España recibía cada vez más impuestos, pero esto era un espejismo. Los gastos de España para mantener su preeminencia en Europa y defenderse de la invasión de ingleses y franceses la llevaron a la bancarrota, arrastrando a sus colonias a un destino semejante.

La Nueva España cooperaba a la gloria española resignada a su sino, pues era una colonia profundamente católica y la ley del derecho divino había determinado que su riqueza le pertenecía al rey de España y a nadie más.

Así las cosas, españoles, criollos y mestizos aceptaban la división de castas, y el pago de unos impuestos onerosos, tolerados con pena resignada, pues la Colonia progresaba ante la mirada del mundo.

En la última parte del periodo colonial una serie de acontecimientos habrían de cambiarlo todo; por un lado, Carlos IV se alió con Francia, y luego abdicó en nombre de su hijo, Fernando VII. Don Fernando, el nuevo rey, era brillantemente estúpido y solo duró en el trono de marzo a mayo de 1808. Napoleón, utilizando una marrullería, destronó a don Fernando para imponer en el trono a su hermano, José Bonaparte, a quien la corte española conocería por el simpático motete de Pepe Botella1. Fernando VII fue llevado a Francia y acomodado confortablemente como huésped, pero en calidad de preso.

¿CONSERVADORES O CONSPIRADORES?

El derecho divino se había violado. Un borracho francés usurpaba el trono y se embolsaba el desproporcionado tributo que la Nueva España mandaba a Europa; una cosa era sacrificarse por su sagrada majestad y, muy otra, hacerlo por un usurpador francés que se la vivía achispado, eso era más de lo que podía aguantar la Nueva España.

Entonces se formaron dos bandos, uno conservador, que abogaba por no cambiar las cosas y dejar que España encontrara su rumbo, y otro conspirador que urgía a la insurrección. Una de las conspiraciones en Querétaro fue denunciada por uno de sus miembros. Los otros tuvieron aviso de la traición y no tuvieron más remedio que convocar al pueblo para la lucha.

En la conspiración había un sacerdote, don Miguel Hidalgo, y algunos militares como el capitán Ignacio Allende. Al ser avisados, el Sr. cura fue a su parroquia y arengó a los parroquianos para unirse a la lucha y declarar la guerra al mal gobierno. Allende se fue al cuartel por su batallón de soldados para unirse a la lucha. La respuesta fue sorprendente, de inmediato se reunieron más de 500 hombres y junto a los soldados se pusieron en marcha hacia San Miguel el Grande, y conforme avanzaba, la gente se sumaba al ejército. Al llegar a San Miguel la batalla fue corta, pero la matazón y el saqueo se prolongaron y devastaron el pueblo. La gleba destruyó vidas, casas y haciendas. No se respetaron ni mujeres, ni niños, ni nada que oliera a español. Allende, como pudo desde su caballo y a punta de machete, trató de contener los excesos.

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Al final del día una cosa quedó clara: la causa de los insurgentes no era la misma que la de la tropa. Los primeros buscaban restituir el derecho divino; los segundos, destruir el orden infernal que los había condenado a la miseria, al abuso, la degradación y el oprobio de cuatro siglos. Allende le reclamó al cura la crueldad innecesaria hacia los civiles, pero el sacerdote ignoró los reclamos del militar. Desde ese momento la conspiración de Querétaro, a pesar de los triunfos en campaña, estaba condenada al fracaso.

De San Miguel enfilaron a Guanajuato. Los guanajuatenses se pertrecharon y dieron la batalla, pero la masacre fue espantosa. Hidalgo era un hombre inteligente, carismático y con un brutal poder de convocatoria, pero ni era militar, ni veía la importancia de disciplinar al ejército, y en una guerra la disciplina es fundamental para conquistar la gloria.

Con esto, españoles y criollos que, hartos de la opresión monetaria ibérica, abogaban por liberar de algún modo a la Colonia, al verse en riesgo de muerte se refugiaron en el gobierno bonapartista y condenaron la revuelta.

El 31 de octubre de 1810, Hidalgo llegó a las puertas de México y mandó una carta al virrey Francisco Xavier Venegas, pidiendo la rendición de la plaza. El virrey sabía cuál era su destino si se rendía y se negó. El ejército insurgente, ante la sorpresa de todos, en lugar de atacar se retiró. Después de esto el destino del cura quedó sellado. En julio de 1811, tanto Hidalgo como Allende fueron fusilados.

EL DERRUMBE ECONÓMICO

El impacto en la economía novohispana era brutal. La acuñación se redujo de 19 millones de pesos en 1809 a 4.4 millones en 1812. A la muerte de Hidalgo el ejército se desmembró y muchos de los peones que se habían ido de soldados se dedicaron al saqueo y al pillaje. La inseguridad y la falta de mano de obra agravó la situación y la fuga de capitales fue mayúscula. Cálculos conservadores sugieren que durante los años que duró la guerra salieron de la Nueva España 2.8 millones de pesos anuales. El peso mexicano era igual a un real de a ocho. Para darnos una idea de las equivalencias entre aquella moneda y la de hoy diremos que el costo total de la administración de la Nueva España era de aproximadamente 20 millones de pesos anuales, y no debemos olvidar que el territorio era un triángulo que iba de la Alta California a Texas, de Texas a Yucatán, el tramo de Yucatán a la Alta California cerraba el triángulo.

Por lo que respecta a las arcas del gobierno, los impuestos ordinarios se redujeron de 6.8 millones de pesos en 1808 a 2.8 millones en 1816.

Los impuestos regionales también se vieron fuertemente reducidos, pues el costo del ejército para controlar a los bandoleros que asolaban los caminos había de restarse de los envíos a la capital.

El movimiento independiente volvió a tomar forma en el sur, comandado por otro sacerdote jesuita: José María Teclo Morelos Pavón y Pérez. Morelos es quizá la figura más extraordinaria de la historia de la Independencia. Reunía, como pocos, los talentos de un militar, un político y un estadista; sin embargo, las condiciones no estaban dadas para que fuera él quien consolidara la Independencia. Morelos fue fusilado en 1815 y su lugar lo tomó el Gral. Vicente Ramón Guerrero Saldaña; habrían de pasar seis años para que este militar lograra la tan ansiada alianza para liberar a México.

La oportunidad se dio cuando el virrey Juan Ruiz de Apodaca comisionó al coronel Agustín de Iturbide para atrapar al caudillo del sur.

Iturbide, militar de oficio, aceptó la comisión del virrey, pero el coronel ya se había percatado de la imperiosa necesidad de independizar a México.

Partió hacia Acapulco a combatir a Vicente Guerrero, y en la primera oportunidad le propuso unir a sus ejércitos en uno que garantizase la libertad de todos los mexicanos sin distinción de castas. Ahí nació el Ejército Trigarante. El proceso de independencia finalmente lograba unir a españoles, criollos, mestizos y naturales del país respaldando un ejército que, en vez de masacrar a alguna de las castas, ofrecía abolir el sistema racial y les daba garantías a todos los habitantes del país. Pero las arcas nacionales estaban vacías, las fuentes de riqueza, destrozadas, y los sistemas administrativos que la corona había impuesto, desarticulados.

Uno de los territorios más ricos del mundo nació en el concierto de las naciones como un país en bancarrota. Estén mañana atentos a la continuación de esta historia…

VAGÓN DE CABÚS

La elección estadounidense está decidida, y el presidente Trump ve cómo el poder se escapa de sus manos mientras esgrime una desangelada protesta, basada en demandas sin pruebas sólidas, la mayoría de las cuales se están desestimando. El sistema se cierra y proclama a Biden presidente electo.

Pierde el presidente un tiempo precioso para ordenar su salida. Hay muchas demandas en su contra que no han progresado en función del poder presidencial; pero, una vez que Trump esté desvalido de ese poder, caerán en tropel sobre él.

Incierto futuro el que le espera. N

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1. Aparentemente, la dipsomanía de José Bonaparte era fruto más de la animadversión de los españoles que de un problema de alcoholismo, pero el apodo y la fama se quedaron para la historia.

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Salvador Casanova es historiador y físico. Su vida profesional abarca la docencia, los medios de comunicación y la televisión cultural. Es autor del libro La maravillosa historia del tiempo y sus circunstancias. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.