La IA está remodelando la casa de nuestras fantasías

En medio de una crisis inmobiliaria inextricable, las casas de lujo simuladas son una prueba de nuestro propio delirio. (Pablo Delcan/The New York Times)
En medio de una crisis inmobiliaria inextricable, las casas de lujo simuladas son una prueba de nuestro propio delirio. (Pablo Delcan/The New York Times)

Hace poco, mientras curioseaba por Instagram, me topé con una página nueva que se había colado en mis noticias publicadas a través de una entrada sugerida: @tinyhouseperfect. Parecía perfectamente diseñada para conectar con mi anhelo frustrado de tener mi propio espacio. Quiero tener una casa; por desgracia, en este momento no puedo comprar una casa. Pero… ¿y si la casa fuera muy pequeña? ¿Muy pequeña y además perfecta?

En un instante, estaba recorriendo el rincón para leer y la cocina equipada de una pequeña cabaña, una casa gótica con techo a dos aguas en la costa y una acogedora “casa en el lago” en las Tierras Altas escocesas. Me había proyectado hacia un futuro en la costa escocesa y me preguntaba cuánto costaría la renta de esa casa para un fin de semana, cuando caí en cuenta de que el precio era lo de menos, porque la casa no existía. Todas esas casas pequeñitas eran obra de un software de inteligencia artificial; luego, otro software de IA había ayudado a arreglarlas. Había fantaseado con una fantasía.

En retrospectiva, el origen de estas casas era obvio. Sus interiores eran de una extensión nada creíble, con una habitación tras otra llena de objetos meticulosamente seleccionados. No es difícil imaginar por qué Instagram me presentó las imágenes computarizadas de @tinyhouseperfect. No le he ocultado al ojo avizor de internet mi obsesión con las renovaciones ni mi enorme deseo de tener una casa. Por las noches, visito cuentas de Instagram sobre mejoras en el hogar y reviso Zillow, recorro obsesionada el pasillo de todo tipo de casas que nunca visitaré, reviso qué han hecho los influentes especializados en trabajos de construcción que nunca contrataré y evalúo decisiones estéticas que nunca tomaré. La inteligencia artificial sencillamente irrumpió en mi fantasía doméstica y reinterpretó mis deseos para contenerlos entre sus paredes fantasma.

En años recientes, se ha materializado toda una economía de casas de ensueño creadas con IA. Si buscas inspiración para decorar en Pinterest, puedes encontrar todo tipo de recámaras artificiales con vínculos a sitios web en los que se venden accesorios para el hogar a excelentes precios. Las cuentas de “house porn” en TikTok y X producen en masa representaciones asépticas de buhardillas y vistas imposibles de apartamentos parisinos inexistentes. Basta un comando en el sitio web “This House Does Not Exist” para que se genere aleatoriamente una casa nueva. También hay decenas de servicios y aplicaciones de diseño, como SofaBrain y RoomGPT, que utilizan IA para producir imágenes profesionales según las especificaciones que les des.

En cierta época, el tintineo del juego de llaves de una casa se asociaba con el ideal estadounidense del éxito: era la mayor recompensa de quienes trabajaban duro. La miseria producida por esta idea (basta ver la Gran Recesión) no ha disminuido su atractivo. Ahora más que nunca, en un clima de tasas de interés elevadas, oferta insuficiente y arrendadores corporativos que acaparan el número limitado de viviendas, la meta de tener una casa es irreal. Las casas de AI hacen explícito ese anhelo irreal. En el mercado virtual, la oferta es infinita y la llave siempre está en el cerrojo.

De ninguna parte y en todas partes

Ver casas siempre ha alentado en cierta medida la proyección psíquica. En la televisión, los programas sobre visitas a la casa de una celebridad y reparaciones en el hogar son más viejos que yo. Las revistas de domesticidad aspiracional son todavía más viejas. En los años setenta, Architectural Digest, que era una publicación para profesionales, se transformó en un escaparate para difundir los espacios privados, según su descripción, de “hombres y mujeres de buen gusto, discernimiento y éxito personal”. En los años ochenta, “Lifestyles of the Rich and Famous” invitó a sus espectadores a imaginar cómo podrían gastar sus millones… si los tuvieran.

Fue el abominable equilibrio que encontró la balanza de la desigualdad estadounidense: los ricos tienen casas lujosas; los demás pueden verlas en fotografías y contentarse con juzgar de cerca todas sus selecciones.

Al final de cada episodio de “Lifestyles”, Robin Leach despedía a su audiencia con “deseos de champaña y sueños de caviar”.

La versión moderna de “Lifestyles”, el programa de telerrealidad de Netflix “Selling Sunset”, no solo se trata de la gente que vive en mansiones de Hollywood, sino de los glamorosos agentes inmobiliarios que las venden. Ahora que los espectadores ven a estos agentes de lo más acicalados preparar y montar casas sofisticadas, no se les invita a imaginar que viven en una mansión, sino que tienen total control financiero y estético sobre ella. La inteligencia artificial y los algoritmos predictivos solo enfatizan esta sensación de propiedad personal, pues hacen que sintamos que construyeron una casa de ensueño solo para nosotros.

La casa del lago de @tinyhouseperfect me llamó la atención por las enormes ventanas con impresionantes vistas de la ribera. Sin embargo, cuando observé con más atención, reconocí, aunque a regañadientes, que también me había gustado porque parecía que la habían arreglado a mi gusto personal. Había una tina con patas metálicas y grifería de peltre, un encantador asiento desordenado y repisa para libros en la orilla de la ventana, y la cocina estaba pintada de un color verde fresco. En el lugar de los gabinetes, había repisas de madera expuestas con frascos torneados de vidrio que contenían todo tipo de pociones y conservas.

La casa del lago me dio la impresión de que estaba en un lugar remoto, pero en realidad no salió de ninguna parte… o vino de todas partes. Estaba llena de elementos de diseño en perfecta sincronía con las más gustadas en mis listas de noticias de Instagram y Pinterest. Lo cierto es que el “gusto personal” que me atrajo en realidad era un gusto de lo más impersonal: un gusto estético que es tan dominante en mi navegación por internet que se siente como si yo lo hubiera elegido.

En “Filterworld: How Algorithms Flattened Culture” (Filterworld: cómo los algoritmos minimalizan la cultura), Kyle Chayka describe la “extraña geografía sin fricciones creada por las plataformas digitales” y “la atmósfera vaporosa e irreal” creada por la existencia, por ejemplo, de cafeterías bohemias con diferencias mínimas en distintas ciudades del mundo. Esta sensación sofocante ha rebasado nuestra imaginación colectiva y se ha infiltrado en los espacios de la mente.

Ahora, las redes sociales y la inteligencia artificial nos inclinan hacia un megaestilo ubicuo; en contraste, quieren vendernos sus productos como centros de creatividad. Un artículo de Architectural Digest sobre herramientas de diseño de IA afirma que ofrecen una “perspectiva fresca” capaz de “inspirar a los arquitectos” a nutrir su “pensamiento creativo”. No obstante, con todo y las propuestas aparentemente interminables de la IA, los resultados, en general, son de una banalidad espeluznante. Gran parte de la decoración de IA que aparece en Instagram presenta las mismas imágenes insólitas: frazadas líquidas, cuadros accidentalmente surrealistas, chimeneas encendidas con flamas inertes.

Estas representaciones son baratas, pero parece que el diseño plano minimalista afecta sobre todo las casas de los ricos. En lo personal, no utilizo software de IA, pero he creado un juego que me sirve para reajustar mi fijación con las casas en espacios absurdos y nada prácticos. Cambio mi selección de precios en la aplicación de Zillow para que en el mapa de la ciudad solo me muestre los inmuebles que cuestan más de 10 millones de dólares, más de 50 millones de dólares o más de 100 millones de dólares. Conforme aumenta el costo, el perfil del posible comprador se hace más extraño y misterioso, hasta que parece alguien que no existe en mi mundo y las escenas de las casas en sí empiezan a parecer de un gusto programado mecánicamente.

Sin personas ni animales

El autor de la casa del lago de mis sueños es Ben Myhre, un diseñador de Noruega que hace unos años comenzó a utilizar software de IA para crear arte con base en conceptos arquitectónicos y publica sus creaciones en Instagram, donde ya tiene más de 500.000 seguidores. A diferencia de algunas de las representaciones extrañas que abundan en las redes sociales, la elaboración de las imágenes personalizadas de Myhre requiere muchas horas, con ayuda de sus propias fotografías de edificios, el programa de IA generativa Midjourney, el programa de manipulación de fotografías con IA Topaz y Photoshop. Además de adorables casitas, también produce imágenes de casas inspiradas en Harry Potter, Papá Noel y "El señor de los anillos”.

Me puse en contacto con Myhre y hablé con él por Zoom. “Me gusta utilizar este recurso para darle rienda suelta a los sueños”, comentó acerca de la inteligencia artificial, que considera una especie de “imaginación colectiva a la que cualquiera tiene acceso”. Me interesaba saber más sobre los contornos de la imaginación que motivan sus casas de ensueño, y él compartió algunos de los elementos que utilizó para crear la casa del lago. Sus instrucciones para el software fueron que creara una “cocina acogedora y extravagante en las hermosas Tierras Altas escocesas”, con “ventanas con amplias vistas a un lago espectacular en un espacio natural de principios del otoño”. Pidió “detalles rústicos”, “profundidad de campo", “tonos cálidos”, “estilo crudo”. Además, solicitó que se evitaran algunos elementos: “sin personas ni animales”.

Sin personas ni animales. Una de las razones por las que las imágenes de Myrhe parecen “reales” es que se ajustan al estilo de un recorrido en línea de una casa, como el que puedes ver en Zillow o Airbnb. Pero no había comprendido bien el atractivo de su trabajo hasta que pronunció esas palabras: la fantasía consiste en tener espacios sin ningún objeto animado. Las diapositivas para la venta de casas y su versión de IA crean una atmósfera posapocalíptica. Se percibe una urgencia porque las casas están abandonadas, aunque hay un libro abierto sobre el brazo del sofá y el fuego está encendido en la chimenea. Cuando “recorrí” la casa del lago, me detuve a revisar su repisa de frascos con tapones, pues me preguntaba dónde habían dejado los residentes todas las cosas prácticas de la cocina, hasta que por fin me di cuenta de que no había residentes. No había necesidad de cocinar nada para nadie.

No había ningún ser humano en la casa del lago. Por desgracia, esto cada vez es más cierto en las casas de ensueño reales. Muchos de los apartamentos de lujo de Nueva York están vacíos. Gente ultrarrica los ha comprado para tenerlos en su cartera de activos. Su razón de existir no es darle techo a nadie, aunque afuera haya gente que duerme en la calle. Ver casas siempre ha sido una especie de distracción, un excelente mecanismo para olvidar nuestra incapacidad o renuencia a darles albergue a todos. Nos hace pensar en las casas como una elección de estilo de vida, no un derecho. Las casas de IA refuerzan esta idea. Representan vivienda que por fin ha quedado libre de toda responsabilidad hacia los seres humanos. No dan albergue, solo vibras.

c.2024 The New York Times Company