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‘Huimos de Honduras por miedo a morir, y un oficial de migración abusó de mi niña’

“BIENVENIDOS al infierno”. Estas fueron las palabras que le oí a un oficial de inmigración poco después de que entré en Estados Unidos cerca de El Paso, Texas, en mayo de 2018. Pensé que había alcanzado la seguridad con Angie, mi hija de siete años. Estaba equivocado.

En cuanto llegamos a la frontera, los oficiales nos llevaron a mi hija y a mí a un centro de detención, y nos metieron en una celda abarrotada con otras 50 o 60 familias. Olía terrible —como a orina— y todo estaba gris. Teníamos mucho frío. Ni siquiera nos ofrecieron las cobijas de celofán que ves en televisión. Tuve que quitarme la camisa para envolver a Angie y mantenerla caliente. Yo tiritaba.

El viaje hasta este punto había sido extremadamente doloroso. Temiendo por nuestras vidas, tuvimos que tomar la decisión de huir. Yo tenía una buena vida en Honduras. Era empresario y poseía casa propia. Sabía que sería difícil dejar atrás todo aquello que trabajé tan duro para construir. Comenzar una vida nueva en un país nuevo con una cultura diferente no sería fácil. Pero circunstancias desesperadas exigen medidas desesperadas. La esperanza de llegar a un lugar seguro para mi familia me mantuvo en pie.

En el centro de detención, muchos padres empezaron a oír rumores de que los oficiales de inmigración iban a llevarse a nuestros hijos. ¿Llevarlos adónde? ¿Llevarse a mi hija? ¿A otra celda? ¿Una instalación distinta? Por dentro estaba en pánico, pero sabía que necesitaba mostrarme fuerte por mi hija. Necesitaba ser valiente y prepararla, si los rumores eran ciertos. Contactarás a tus abuelos en Ohio, le dije a Angie.

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En la celda practicamos memorizar sus números telefónicos, repitiéndolos una y otra vez. Para estar más seguros, escribí los números con un bolígrafo en el brazo de mi hija, su barriga, pie y en el interior de su pantalón de mezclilla, con la esperanza de que tuviera la oportunidad de hacer una llamada telefónica antes de que los oficiales de inmigración le borraran la tinta.

Luego sucedió mi pesadilla. Ellos vinieron a llevarse a nuestros niños. Presencié el dolor, los llantos angustiosos y una sensación honda de impotencia. Algunos de los oficiales de inmigración bromeaban mientras esposaban a los padres. Otros expresaron una crueldad que yo nunca habría esperado. En vez de tratar de aliviar nuestro dolor, en cierta forma se regodeaban con su poder. Como si creyeran que sus acciones eran lo correcto. No sé cómo alguien puede creer que separar a un niño de un padre es lo correcto.

Cuando vinieron por Angie, ella guardó silencio. Nos habíamos preparado para ello. Le dije que fuera fuerte y consolara a los niños a su alrededor. Ella asintió. Se me estrujó el pecho, y mi corazón se sintió tan pequeño que me pensé al borde del colapso. Ni siquiera pude verla alejarse; me sentía completamente roto. No podía dejar de pensar dónde estaba Angie, cómo le iba, si estaba segura o si la vería de nuevo. Por semanas, no oí una sola palabra con respecto a Angie. Nadie respondía mis preguntas sobre ella. Todo lo que tenía era mi preocupación, y mis pensamientos no me consolaban.

Pero a Angie le fue peor. Peor que cualquier cosa que pude haber imaginado.

EL OFICIAL LA VIOLÓ Y AMENAZÓ

Cuando la transferían a un centro de detención para niños, un oficial de inmigración abusó sexualmente de ella. Cuando ella se defendió, el oficial la amenazó diciéndole que, si se lo contaba a alguien, nunca vería a sus padres de nuevo. Luego Angie vio al mismo oficial abusar sexualmente de dos niñas que eran aún más jóvenes que ella. Angie guardó silencio sobre la experiencia incluso meses después de que nos reunimos.

Nos reunimos después de varias semanas, aunque la separación se sintió eterna. La Angie que el gobierno de Estados Unidos me regresó no es la misma niña que me arrebataron de los brazos en ese centro de detención. Ella no puede olvidar lo que le sucedió. Y ella quiere que yo comparta lo que le sucedió, pues le preocupa que el oficial que abusó de ella todavía sea oficial. No sabemos su nombre, mucho menos si todavía trabaja en el gobierno.

“¿Qué tal si ese oficial todavía está lastimando a otras niñas?”, me preguntó Angie.

Como padre, quiero decirle a Angie que no se preocupe. Por ello le pido al presidente Joe Biden que actúe. Reunir a las familias y asegurarse de que tengan estatus migratorio en Estados Unidos es crucial, pero no es suficiente. El gobierno puede marcar una diferencia enorme en las vidas de miles de buscadores de asilo que son rechazados en la frontera justo ahora. A todos los buscadores de asilo se les debería permitir buscar protección y refugio en Estados Unidos sin miedo.

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El gobierno debe investigar toda acusación de abuso sexual y maltrato por parte de los oficiales de inmigración. Esos oficiales deben ser identificados de inmediato y removidos de sus puestos para que no puedan lastimar a alguien más. Presidente Biden, el Departamento de Seguridad Nacional y el Departamento de Justicia juntos tienen la capacidad de asegurar que familias como la mía puedan empezar a sanar.

Es un infierno dejar tu hogar y arriesgarlo todo para que tu hija pueda estar segura. No debería ser un infierno en cuanto llegas a lo que pensabas que sería un refugio seguro. N

—∞—

Después de entrar en Estados Unidos en busca de seguridad, Daniel Paz y su hija fueron separados por varias semanas. Paz y su familia fueron reunidos en 2018 y desde entonces han recibido asilo. Él es un defensor comprometido con otras familias que han sufrido un trauma similar. Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad de su autor. Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek.