Los hospitales rurales están cerrando sus unidades de maternidad

La alcaldesa de Toppenish Elpidia Saavedra en el ayuntamiento de Toppenish, Washington, el 5 de enero de 2023. (Ruth Fremson/The New York Times)
La alcaldesa de Toppenish Elpidia Saavedra en el ayuntamiento de Toppenish, Washington, el 5 de enero de 2023. (Ruth Fremson/The New York Times)

TOPPENISH, Washington — Tres días antes de Navidad, el único hospital de esta remota ciudad de la reservación india de Yakama cerró de repente su unidad de maternidad sin consultar a la comunidad, a los médicos que atendían partos allí o incluso a su propio consejo de administración.

Al menos 35 mujeres tenían previsto dar a luz en el Hospital Astria Toppenish tan solo en enero y el cierre repentino (que incumplía el compromiso del hospital con el estado de mantener los servicios esenciales en esta zona rural) echó por tierra sus planes.

Victoria Barajas, de 34 años, quien esperaba su primer hijo, se apresuró a buscar un nuevo médico antes de la fecha prevista para el parto, el 7 de enero. Jazzmin Maldonado, una maestra de 29 años que iba a dar a luz en un futuro próximo, se preguntaba cómo podría llegar a tiempo a un hospital lejano.

Tras un aborto anterior, los médicos le habían puesto un punto de sutura en el cuello del útero para evitar un segundo aborto.

El Hospital Astria Toppenish forma parte de una serie de proveedores de todo el país que han dejado de prestar servicios de parto en un esfuerzo por controlar los costos, a pesar de que las muertes maternas aumentan de forma alarmante en Estados Unidos y de que cada vez más mujeres sufren complicaciones que pueden poner en peligro su vida.

El cierre de Toppenish es un reflejo de las tendencias nacionales, ya que los hospitales con problemas económicos han llegado a una dura conclusión: los partos no dejan beneficios, al menos en las comunidades de bajos ingresos.

Shayla Owen con su hijo Israel en su casa de Goldendale, Washington, el 11 de enero de 2023. (Ruth Fremson/The New York Times)
Shayla Owen con su hijo Israel en su casa de Goldendale, Washington, el 11 de enero de 2023. (Ruth Fremson/The New York Times)

De 2015-2019, al menos 89 unidades obstétricas cerraron en hospitales rurales de todo el país. Para 2020, cerca de la mitad de los hospitales de comunidades rurales no proporcionaban atención obstétrica, según la Asociación Estadounidense de Hospitales.

De acuerdo con un estudio del Commonwealth Fund, las mujeres en zonas rurales enfrentan un mayor riesgo de complicaciones relacionadas con el embarazo. Las que viven en lo que se conoce como desiertos de atención a la maternidad tienen tres veces más probabilidades de morir durante el embarazo y el año crítico de posparto que las que están más cerca de los centros de atención médica, según un estudio sobre madres de Luisiana.

En muchas áreas rurales no se puede depender de los servicios de ambulancias, como en la reserva Yakama, que abarca más de 40.4685 hectáreas. No hay muchos vehículos de emergencia y las grandes distancias provocan esperas largas. En otoño e invierno, una densa niebla suele cubrir las carreteras, lo cual las vuelve peligrosas.

En Toppenish, la frustración y el temor fueron evidentes en una asamblea reciente del Ayuntamiento, tan multitudinaria que el pasillo exterior de la sala principal estaba lleno de gente. Astria, un sistema de asistencia sanitaria con sede en el estado de Washington, se había comprometido a mantener ciertos servicios, incluidos los de parto y alumbramiento, durante al menos una década tras adquirir el hospital, señalaron los residentes.

Ahora, el hospital dijo que no podía costear hacerlo y el estado no ha tomado ninguna medida. “Se perderán vidas, es necesario que la gente lo sepa”, afirmó Leslie Swan, una doula nativa estadounidense.

Una espiral descendente

Estados Unidos ya es el país desarrollado más peligroso del mundo para dar a luz, su tasa de mortalidad es de 23,8 por cada 100.000 nacimientos vivos, o más de 1 muerte por cada 5000 partos.

Cifras recientes muestran que los problemas se agudizan en las comunidades minoritarias y, en especial, entre las mujeres nativas estadounidenses, cuyo riesgo de morir por complicaciones relacionadas con el embarazo es tres veces mayor que el de las mujeres blancas. Sus bebés tienen casi el doble de probabilidades de morir durante el primer año de vida que los bebés blancos.

El cierre de una unidad de obstetricia suele provocar una espiral sanitaria descendente en las comunidades remotas. Sin un acceso fácil a los obstetras, la atención prenatal y las revisiones posparto críticas, aumentan las probabilidades de complicaciones de riesgo.

Pero gestionar una unidad de partos es caro, explica Katy Kozhimannil, directora del Centro de Investigación de Salud Rural de la Universidad de Minnesota. El centro debe estar dotado de personal las 24 horas al día, siete días a la semana, con un equipo de enfermeras especializadas y servicios de apoyo, como pediatría y anestesia.

“Tienes que estar listo para recibir a un bebé en cualquier momento”, comentó Kozhimannil.

Conciencia cultural

Los pacientes de Astria Toppenish son una población muy vulnerable que incluye una gran comunidad de trabajadores agrícolas que trabajan en los viñedos, huertos y campos de lúpulo del valle de Yakima.

Hay tantos niños provenientes de hogares de bajos ingresos que las escuelas locales ofrecen almuerzos gratuitos. Las pacientes a menudo tienen dificultades para pagar la gasolina para ir al médico. Son frecuentes las enfermedades crónicas que complican el embarazo, como la diabetes, las cardiopatías y la drogadicción.

“Son pobres a pesar de ser muy trabajadoras”, afirma Jordann Loehr, obstetra que trabaja en la Clínica de Campesinos del Valle de Yakima.

Muchas mujeres optaban por dar a luz en Astria Toppenish debido a su reputación por que respetaban los deseos de las pacientes y su sensibilidad cultural, que incluye una sala de partos orientada al este para mujeres nativas estadounidense, una práctica ancestral, y permiso para que en la sala de partos haya tantos amigos de la familia y “tías” como la madre desee.

Las enfermeras no apresuraban a las parturientas y la tasa de cesáreas de la unidad era del 17 por ciento, muy por debajo del promedio nacional del 32 por ciento. Enseñaban a las madres primerizas los cuidados posnatales y a amamantar, pero también cómo utilizar un ‘papoose’, un portabebé, de forma segura y por qué las madres no deben abrigar en exceso a un recién nacido, una práctica habitual.

Muchos residentes temen que el cierre de las salas de obstetricia sea el preludio de que el hospital cierre sus puertas por completo, en una repetición de lo ocurrido en 2019, cuando el sistema Astria Health se declaró en bancarrota y posteriormente cerró el mayor de sus tres hospitales, un centro de 150 camas en Yakima. Astria había comprado el hospital apenas dos años antes.

Por ahora, las cuatro obstetras de la ciudad, todas mujeres, se están esforzando por atender a las pacientes. Loehr encabezó una campaña comunitaria para restablecer una unidad de maternidad mediante la creación de un distrito hospitalario público, una entidad especial que se regiría y financiaría localmente con impuestos o gravámenes.

Anita Showalter, otra obstetra, atendió hace poco el parto del bebé de Barajas, pero en un hospital más lejano. La madre ya había sufrido un aborto y Showalter permaneció con ella durante las 37 horas que duró la labor de parto. Dylan nació el 15 de enero a la 1:52 a. m. “Mi corazón está rebosante”, dijo Barajas en un mensaje de texto.

c.2023 The New York Times Company