Lo que las hormigas y las orcas pueden enseñarnos sobre la muerte

Susana Monsó, filósofa de la mente animal en la Universidad Nacional de Educación a Distancia de Madrid. “Siempre me han interesado las capacidades que se consideran exclusivamente humanas”, dijo. “La muerte era un tema natural para escoger”. (Gianfranco Tripodo/The New York Times)
Susana Monsó, filósofa de la mente animal en la Universidad Nacional de Educación a Distancia de Madrid. “Siempre me han interesado las capacidades que se consideran exclusivamente humanas”, dijo. “La muerte era un tema natural para escoger”. (Gianfranco Tripodo/The New York Times)

Una filósofa se adentra en el mundo de la tanatología comparada, que explora cómo responden a la muerte los animales de todo tipo.

En el verano de 2018, frente a la costa de Columbia Británica, una orca llamada Tahlequah dio a luz. Cuando la cría murió al cabo de media hora, Tahlequah se negó a soltarla. Durante más de dos semanas, cargó con el cuerpo de su cría, a menudo balanceándolo sobre su nariz mientras nadaba.

La historia se hizo viral, lo que no sorprendió a Susana Monsó, filósofa de mentes animales de la Universidad Nacional de Educación a Distancia de Madrid. A pesar del enorme abismo que parece separar a los humanos de las orcas, esta madre orca se comportaba de una forma profundamente cercana.

“Esta idea de una madre que se aferra al cadáver de su bebé durante 17 días parece algo que podemos entender, algo con lo que podemos identificarnos quienes hemos experimentado una pérdida”, dijo Monsó.

Por supuesto, proyectar nuestras propias experiencias humanas en otras especies puede ser un asunto delicado, y los científicos advierten a menudo de los errores que podemos cometer cuando nos dedicamos a este tipo de antropomorfismo. Pero también podemos equivocarnos por nuestra tendencia a asumir que muchos rasgos cognitivos y emocionales son exclusivos de los humanos, dijo Monsó. Y en su libro recién editado en inglés
Playing Possum
(antes publicado en español como La zarigüeya de Schrödinger) sostiene que diversas especies animales tienen al menos un concepto rudimentario de la muerte.

Monsó habló con The New York Times sobre su obra. Esta conversación ha sido condensada y editada por claridad.

¿Cómo empezó tu interés por este aspecto de la mente animal?

Siempre me han interesado las capacidades que se consideran exclusivamente humanas, como la moralidad o la racionalidad. La muerte era un tema natural para escoger. Cada vez había más informes sobre animales que reaccionaban de distintas maneras ante los cadáveres. Parecía el nacimiento de una nueva disciplina, la llamada tanatología comparada: el estudio de la relación de los animales con la muerte.

Señalas que un animal no necesita tener un “concepto” de la muerte para responder a ella. ¿Puedes poner un ejemplo?

Los cadáveres pueden ser objetos muy importantes, bien porque suponen una oportunidad para un animal carroñero o una amenaza para los animales que podrían infectarse con los agentes patógenos que transporta. Así que algunos animales están dotados de adaptaciones que les permiten detectar cadáveres.

Las hormigas hacen cosas como sacar a las hormigas muertas de la colonia y llevarlas al montón de desechos. Este comportamiento parece depender de la detección de ciertas señales químicas, como el ácido oleico, que surge del proceso de descomposición.

Si tomamos ácido oleico y lo ponemos sobre una hormiga viva, las otras hormigas la tratarán como una hormiga muerta y la llevarán al montón de desechos. Así que en realidad no están entendiendo la muerte. Lo que hacen es reaccionar, de forma más o menos automática, a un determinado estímulo.

Pero sostienes que muchos animales sí entienden la muerte.

El concepto de muerte se ha entendido a menudo de un modo muy exigente desde el punto de vista cognitivo, como si de algún modo exigiera comprender el infinito o la ausencia. Pienso en lo que yo llamo un “concepto mínimo de la muerte”, que es la idea de que los individuos muertos no hacen el tipo de cosas que suelen hacer los seres vivos y que se trata de un estado permanente e irreversible.

Uno de los casos más interesantes fue el de un chimpancé que nació con albinismo. Los otros miembros del grupo reaccionaron de una forma que sugería que el bebé les daba mucho miedo. Empezaron a hacer llamadas de alarma, esas llamadas que utilizan para señalar a los depredadores. Se les erizó el pelo. Y después de unos momentos de pánico, el macho alfa agarró al bebé y lo mató.

Una vez muerto el bebé, la actitud de los chimpancés cambió radicalmente. De repente, todos sintieron curiosidad por el cadáver. Lo olfateaban, lo tocaban, le tiraban del pelo. No daban muestras de miedo. Comprendieron que el bebé ya no podía hacerles daño, que su no funcionalidad era irreversible.

¿Es ir demasiado lejos decir que los animales experimentan el duelo?

El cargar con crías fallecidas, lo que vimos en el caso de Tahlequah, es muy común en las madres de mamíferos que pierden a sus bebés. No creo que sea descabellado para nada suponer que se trata de un ejemplo de duelo. El duelo es un proceso emocional de asimilación de la desaparición de otro individuo. Y esto parece ser lo que están haciendo estas madres.

¿Qué podemos aprender de la reacción de los animales ante la muerte?

Pensar en la muerte entre los animales, en cómo la afrontan, en cómo viven esta realidad, puede ayudarnos a comprender que la muerte no es algo injusto que nos ocurre a nosotros. Es un acuerdo que cualquier animal que esté vivo debe asumir. Somos esos cuerpos que funcionan hasta cierto punto, pero que al final se rompen irremediablemente, igual que le ocurre a cualquier otro animal del mundo.


Emily Anthes
es reportera de ciencia; se enfoca primordialmente en la salud animal y ciencia. También ha cubierto la pandemia de coronavirus. Más de Emily Anthes

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