Himalayas: las montañas que son codiciadas por los turistas aventureros y están bajo amenaza por las disputas entre tres potencias nucleares
En un remoto valle del Himalayas rodeado de barracas militares se puede oír cada tanto cómo el fuego de artillería retumba en las laderas de las montañas. También es posible observar ocasionalmente cómo los helicópteros del ejército indio o pakistaní sobrevuelan la zona. Sin embargo, entre enero y marzo, una pequeña flota merodea la cordillera occidental de Pir Panjal con fines pacíficos. ¿El objetivo? Transportar verticalmente a más de 4500 metros de altura a esquiadores y snowboarders ávidos de aventura y nieve en polvo.
Kashmir Heliski, fundada en 2011 por Billa Majeed Bakshi, es la única empresa de heliesquí en el estado indio de Jammu y Cachemira que, con sus modelos Eurocopter AS350 B3 y experimentados guías y pilotos, recoge a visitantes de todo el mundo en la estación de Gulmarg y les ofrece un paraíso de picos vírgenes para deslizarse con sus tablas.
“Tenemos una de las mejores montañas del mundo para esquiar. Las frecuentes precipitaciones y las bajas temperaturas hacen que la nieve se mantenga en su estado polvo”, dice a LA NACION Bakshi. “Además, es más barato y menos concurrido que Europa”.
Pero a pesar de los pocos vestigios de civilización que hacen de estas montañas un atractivo único para el turismo de expedición y la práctica de deportes extremos, el sistema de los Himalayas es una de las zonas más militarizadas del mundo. Tres potencias nucleares —China, India y Pakistán— aún se disputan las confusas fronteras –muchos tramos heredados del imperio británico– y sus recursos naturales, particularmente el agua. La región tiene la mayor concentración de glaciares fuera de las zonas polares y allí también nacen algunos de los mayores ríos del mundo.
Así, la frágil calma se quiebra cada tanto cuando algún movimiento inesperado de alguna de las partes deriva en un enfrentamiento armado. “La lógica de la disuasión dicta que Pekín, Islamabad y Nueva Delhi perciben los enormes costos de parecer débiles a lo largo de sus fronteras. Las tres potencias están realizando grandes inversiones en sus ejércitos, reforzando sus defensas fronterizas y ampliando sus arsenales nucleares. El temor a fomentar las incursiones o la intimidación por parte de los vecinos hace que las naciones sean más propensas a intensificar las disputas de manera que se corre el riesgo de convertir pequeñas escaramuzas en grandes enfrentamientos”, dice Harsh V. Pant, experto en política exterior de India del King’s College de Londres, a este medio.
Sin embargo, añade Pant, los dirigentes parecen apreciar los enormes costos de una potencial guerra nuclear, por lo que es posible que estas inversiones sirvan para reforzar la disuasión y fomentar la moderación. De igual manera, los riesgos son altos, destaca el experto, y el contexto actual, en el que el miedo a la retaliación es muy grande, ha servido para la proliferación del terrorismo en la zona.
“Pakistán fue nombrado epicentro del terrorismo global. Hay demasiados grupos en la región para poder gestionarlos eficazmente y el ejército pakistaní los ha utilizando muy a menudo para sus fines estratégicos”, comenta el experto.
La masacre del Nanga Parbat
El guía de esquí fue testigo de un episodio el 26 de febrero de 2019. “Estábamos haciendo heliesquí en Sunset Peak en el distrito de Poonch. La nieve era estupenda y el cielo azul”, recuerda. “De repente oímos un gran estruendo. Pensamos que los jets estaban haciendo prácticas, que era algo de rutina”.
Pero cuando el piloto no apareció a buscarlos, Bakshi se comunicó con él para ver qué ocurría. Sin embargo, éste le informó que había habido un bombardeo en Balakot —una ciudad en la provincia pakistaní de Khyber Pakhtunkhwa— y que el control del tráfico aéreo no lo dejaba despegar.
“Tardamos 8 horas esquiando para volver a Gulmarg a través de zonas de avalanchas. Fue una de las peores situaciones a las que nos hemos enfrentado”, dice.
Ese día, doce cazas de la Fuerza Aérea India cruzaron la frontera militar en Cachemira por primera vez desde la guerra indo-pakistaní de 1971 para bombardear un supuesto campo de entrenamiento de la organización islamista Jaish-e-Mohammed. El ataque ocurrió en represalia por el atentado de Pulwama, unos días antes, en el que un miembro del grupo terrorista se estrelló con un vehículo lleno de explosivos contra un convoy que transportaba personal de seguridad indio y mató a decenas de efectivos. La serie de enfrentamientos
Pero Bakshi y su equipo fueron afortunados. Peor suerte corrió Zhang Jingchuan, quien en 2013 presenció cómo ejecutaban uno por uno a sus compañeros de expedición en una de las peores masacres en la historia del Himalayas.
El 22 de junio de ese año, un grupo de 16 militantes disfrazados con uniformes de una fuerza paramilitar pakistán irrumpió en el campamento base del Nanga Parbat, la novena montaña más alta del mundo y una de las más peligrosas. Incluso décadas antes del ataque era conocida como “la montaña asesina”, pero por sus peligros naturales, no por la amenaza del terrorismo.
Eso cambió en 2013. A eso de las 22, los hombres armados obligaron a los alpinistas a salir de sus carpas y los hicieron arrodillarse descalzos y en ropa interior térmica sobre la hierba congelada. Los palparon, tomaron sus pertenencias y luego rompieron con piedras sus computadoras.
“Después comenzó la masacre”, dijo Zhang a The Guardian, el único sobreviviente del atentado en el que murieron un total de 11 personas.
Zhang, veterano del ejército chino, recibió un disparo en la cabeza y cayó al suelo mientras la sangre corría por su cara. Sin embargo, la bala únicamente había rozado su cuero cabelludo. Por lo que el alpinista permaneció tumbado y cuando los atacantes se alejaron corrió mientras escuchaba las súplicas de sus compañeros. Zigzagueando como lo habían entrenado en el pasado, avanzó en la oscuridad antes de saltar hacia las sombras de un barranco, en donde permaneció escondido hasta que se hizo silencio en la montaña.
Luchando contra la hipotermia, regresó sigilosamente al campamento, en donde recuperó sus botas, una campera y un teléfono satelital con el que pidió ayuda. Cuando salió el sol, llegó un helicóptero militar pakistaní a rescatarlo. El hombre salvó su vida, pero el resto de sus compañeros habían muerto asesinados.
Terrorismo en la región
Tehrik-i-Taliban Pakistan (TTP), la rama pakistaní de los talibanes, reivindicó la autoría del atentado ese mismo día. El grupo afirmó que era una represalia por el ataque estadounidense con drones que mató a Wali-ur-Rehman, un comandante talibán. En noviembre, muchos de los asaltantes implicados en el atentado fueron detenidos y juzgados en virtud de la Ley Antiterrorista, aunque la mayoría de los detenidos fueron puestos en libertad en 2014 y nunca se confirmó la identidad de los autores materiales.
China, aliado estratégico de Pakistán en la región, condenó el ataque y pidió a las autoridades que capturaran a los responsable y protegieran a los chinos en el país.
Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, Pekín amplió sus esfuerzos antiterroristas haciendo especial hincapié en Pakistán. Y las relaciones económicas entre ambos países han obligado a una mayor interacción para limitar el terrorismo.
De hecho, un atentado suicida en abril de 2022 en Karachi, en el que murieron tres profesoras chinas, planteó un reto a los dirigentes pakistaníes que intentan estrechar sus vínculos con Pekín. A medida que han aumentado las inversiones chinas en Pakistán, sobre todo desde la creación del Corredor Económico China-Pakistán (CPEC), que crea enlaces desde los puertos pakistaníes a las redes de carreteras chinas, las relaciones bilaterales han cobrado una enorme importancia.
India y su giro hacia Occidente
A esto se suma el deterioro de las relaciones entre India y China en los últimos años. Mientras Nueva Delhi se ha volcado a cultivar sus lazos estratégicos con Occidente, especialmente con Estados Unidos, Pekín ha apostado por mantenerse cercano a Pakistán. Así cada uno se ha aproximado al rival del otro y las tensiones entre ambos países han explotado en recurrentes enfrentamientos fronterizos en los últimos años, como en 2020, cuando unos mortíferos combates en el valle de Galwan provocaron la mayor escalada fronteriza en más de cuatro décadas. Tras los enfrentamientos, India y China celebraron 17 rondas de conversaciones militares, pero no han sido capaces de llegar a un acuerdo de retirada en zonas clave de la frontera en disputa.
“En Pekín no cayó nada bien la resurrección de esa alianza que tiene como objetivo básico contener el expansionismo chino. Eso ha inquietado un poco a China, que siempre ha podido dominar las fronteras gracias a su capacidad militar superior. Pero ahora la India está creciendo, está impulsando sus alianzas con Estados Unidos, Australia, Francia, etc. Y lo que más preocupa a China es que India se haya desarrollado hasta el punto de que le resulte difícil controlarla”, dice Pant.
Pequeños entre gigantes
En medio de todo este caos, hay dos pequeños países que comparten fronteras con estos gigantes: Bután y Nepal. “Se encuentran en una posición muy difícil tratando de equilibrar la política exterior de India y China”, explica Pant. “Sin embargo, han sabido utilizarla hábilmente para su propio beneficio. A veces van a India y le dicen: ‘Oye, estamos recibiendo un trato mejor de China, así que será mejor que nos des un buen trato’. Y viceversa”, añade.
Por último, en la convulsionada historia de la región del Himalayas, otro foco de constante conflicto es la región semiautónoma china de Tíbet, tierra de la montaña más alta del mundo, el monte Everest, que fue anexada en 1951.
A lo largo de los años, cualquier forma de protesta en el Tíbet en contra de Pekín ha sido fuertemente reprimida. El dalai lama, exiliado en la India, asegura que cerca de 1,2 millones de personas han muerto en la región durante el dominio chino. Pero las autoridades chinas lo niegan. Varias evaluaciones independientes dudan del elevado número de muertes, pero aún así sitúan la cifra entre 200.000 y 800.000, informó BBC.