El hallazgo de víctimas del genocidio, una herida abierta en Ruanda treinta años después

Huye (Ruanda), 3 abr (EFE).- Treinta años después del genocidio de 1994 contra los tutsis, aldeanos armados de palas y azadas siguen descubriendo en Ruanda fosas comunes con cadáveres de la matanza, unos hallazgos que complican el proceso de reconciliación nacional.

El próximo 7 de abril, el país conmemora el trigésimo aniversario de una de las peores masacres étnicas de la humanidad, en la que murieron unos 800.000 tutsis y hutus moderados en unos cien días de violencia desencadenada por el régimen extremista hutu.

Aunque el paso del tiempo ha limado asperezas y el país ha dado pasos gigantes hacia la reconciliación, el hallazgo de víctimas continúa provocando resquemor.

En el sector de Ngoma, en el sureño distrito de Huye, decenas de voluntarios -entre ellos hombres, mujeres, niños y ancianos- usan actualmente herramientas de jardinería y cavan zanjas en busca de cuerpos de personas asesinadas en el genocidio.

Desde el pasado octubre, estos voluntarios han desenterrado más de mil cadáveres en esa zona, situada a algo más de dos horas por carretera de la capital ruandesa, Kigali.

El proceso de exhumación empezó después de que obreros contratados para construir una valla alrededor de un terreno edificado hallaran, por casualidad, los seis primeros cuerpos.

El recinto perteneció al residente local Jean Baptiste Hishamunda, cuyo hijo cumple cadena perpetua por crímenes de genocidio.

Después de desenterrar los restos de las víctimas en los alrededores de la casa y la cocina, se tomó la decisión de demoler la vivienda para continuar con las actividades que llevaron al descubrimiento de más cuerpos.

Theodate Siboyintore, representante en el distrito de Huye de la asociación coordinadora de supervivientes del genocidio IBUKA, comenta que ocultar información sobre el paradero de los cadáveres de las víctimas sigue siendo un delito grave que conlleva penas de hasta nueve años de cárcel y diversas multas.

Sin embargo, la tipificación del delito no impide que muchos ciudadanos guarden en secreto pistas que podrían conducir al descubrimiento de víctimas.

"Los vecinos y los dueños de las viviendas siguen ocultando información sobre la situación del paradero de las víctimas", declara EFE Siboyintore.

"Por eso, los que estamos aquí nos vemos obligados a continuar el ejercicio indefinidamente, porque cada vez que excavamos más hondo, encontramos suelo con restos", subraya el representante de IBUKA, quien asegura que existen fosas comunes similares aún por exhumar en todo el país.

El desafío de la reconciliación

En su opinión, "el mayor desafío para la reconciliación es que la información sobre la ubicación de estas tumbas masivas está en manos de personas, por lo que básicamente también es necesario reconciliar a las personas que no están dispuestas a revelar dicha información".

Según IBUKA, en los últimos cinco años se han encontrado los restos de más de 100.000 víctimas de la matanza.

John Rutayisire , un investigador sobre la reconciliación, cree también que el hallazgo de fosas comunes, tres décadas después del genocidio, pone a prueba el número de personas asesinadas a la hora de acordar una cifra más o menos definitiva.

Rutayisire explica a EFE que esos descubrimientos cuestionan "el éxito de la narrativa de unidad y reconciliación propugnada por las autoridades".

"Los supervivientes siempre han dicho en silenciosos murmullos que los genocidas nunca se arrepintieron y estos acontecimientos que han estado ocurriendo durante tres décadas podrían estar dándoles la razón", agrega el investigador.

Ejide Nshimiyimana, un sobreviviente del genocidio que perdió a más de cincuenta miembros de su familia, ve imposible la reconciliación con personas que asesinaron a sus compatriotas y se niegan a proporcionar datos sobre el paradero de las víctimas.

"¿Cómo reconciliarse con alguien que oculta información sobre el paradero de seres queridos que él o ella mató?", se pregunta Nshimiyimana en declaraciones a EFE.

El genocidio empezó el 7 de abril de 1994, un día después de que el avión en el que viajaban los presidentes de Ruanda, Juvénal Habyarimana, y Burundi, Cyprien Ntaryamira (ambos hutus), fuera derribado sobre Kigali, provocando sus muertes.

Tras culpar a los tutsis del magnicidio, soldados del Gobierno hutu y milicias extremistas aliadas orquestaron una campaña de exterminio.

En pueblos de todo el país, uno de los más densamente poblados del mundo, vecinos se volvieron contra vecinos y hombres, mujeres y niños fueron quemados vivos, asesinados a machetazos y fusilados.

Como parte del proceso de reconciliación, la división étnica, promovida por los colonos belgas, ha dado paso a una única identidad aceptable: la nacionalidad ruandesa.

Charles Ndushabandi

(c) Agencia EFE