Los habitantes de Gaza viven dolor y penurias a diario a un mes del comienzo del ataque de Israel

Por Nidal al-Mughrabi

GAZA, 7 nov (Reuters) - Sacan el cadáver de un niño de una casa bombardeada, una mujer llora sobre una hilera de cadáveres amortajados, víctimas llegan a hospitales ya desbordados de heridos y desplazados, y la gente hace cola durante horas para conseguir unos pocos litros de agua que compartir con decenas de otras personas.

Cuando se cumple un mes del devastador ataque militar israelí contra la Franja de Gaza, gobernada por Hamás, los palestinos atrapados en el enclave asediado se enfrentan a un sufrimiento diario de una magnitud, intensidad y persistencia que han sumido a algunos en la furia y la desesperación.

"Juro que estamos esperando la muerte. Será mejor que vivir. Estamos esperando la muerte a cada momento. Es una muerte suspendida", dijo Abu Jihad, un residente de mediana edad de Jan Yunis, en el sur del pequeño territorio densamente poblado.

Jihad estaba de pie en una calle cerca de una casa arrasada por un ataque aéreo, que despertó al vecindario en mitad de la noche.

"No estamos viviendo. Necesitamos una solución. O nos matan a todos o nos dejan vivir", dijo, furioso contra Israel y contra el resto del mundo, al que acusó de silencio e impotencia.

El objetivo militar declarado de Israel es destruir a Hamás, el grupo islamista palestino cuyos combatientes irrumpieron a través de la valla fronteriza de Gaza y arrasaron las comunidades cercanas el 7 de octubre, matando a más de 1.400 personas y secuestrando a otras 240.

El posterior ataque aéreo, marítimo y terrestre de Israel contra Hamás ha matado a más de 10.000 personas, más de 4.000 niños entre ellas, en la franja costera, según las autoridades sanitarias de la zona.

Israel ha dicho a los residentes de la parte norte del enclave, donde sus fuerzas han rodeado la ciudad de Gaza, que se trasladen al sur por su propia seguridad, pero también ha bombardeado el sur, si bien con menos intensidad que el norte.

HILERA DE CUERPOS

En Jan Yunis y Rafah, dos ataques distintos contra viviendas mataron a 23 personas durante la noche, informaron el martes las autoridades sanitarias.

En el lugar del ataque de Jan Yunis, un hombre sacó el cuerpo sin vida de un niño pequeño, vestido con lo que parecía un pijama rosa, de las ruinas de una casa.

Una niña sobrevivió, pero estaba atrapada por una losa de hormigón que le había caído sobre las piernas. Un grupo de hombres intentaba liberarla con sus propias manos, mientras una multitud ansiosa permanecía fuera animando a los rescatadores.

Ahmed Ayesh, un residente herido en el ataque, salió del lugar de la explosión con la cara ensangrentada y salpicada de sangre en la camiseta y en un brazo. Estaba visiblemente enfurecido mientras hablaba con los periodistas.

"Esta es la valentía del llamado Israel. Muestran su fuerza y su poder contra civiles. Hay bebés dentro, niños dentro", dijo, señalando con el dedo hacia las ruinas y alzando la voz.

Israel afirma que sólo ataca a militantes y acusa a Hamás de utilizar escudos humanos y ocultar armas y puestos de operaciones en barrios residenciales edificados. Hamás lo niega.

En el Hospital Nasser de Jan Yunis, una hilera de cadáveres envueltos en sudarios blancos fue colocada en el suelo frente a la puerta. Por la longitud de los cuerpos, se infería que algunos eran adultos y otros niños.

Una mujer con vestido rojo y pañuelo beige en la cabeza rompió a llorar de forma incontrolable, con el cuerpo doblado hacia delante mientras un hombre intentaba consolarla. Un hombre con camisa negra se agachó y lloró, con el rostro enrojecido y contorsionado por la angustia.

Al cabo de un rato, un grupo de hombres, entre los que había personal médico con batas quirúrgicas y delantales de plástico, se arrodilló para rezar junto a los cadáveres.

En Rafah, también en el sur, hubo otra escena demasiado familiar: hombres y niños hacían cola en una extensión arenosa sembrada de basura, donde una sola manguera en funcionamiento era la única fuente de agua para miles de residentes.

Una larga hilera de bidones amarillos, negros, verdes y azules se colocaban en ordenada fila mientras la gente se acomodaba para esperar durante horas a conseguir una exigua ración.

"Cada persona viene con un bidón de 20 litros y lo comparte con el resto de su familia. Cada persona recibe cuatro o cinco litros. Es la misma situación todos los días", dijo Bakr al-Kashef, un joven con chaqueta amarilla.

(Redacción de Estelle Shirbon; edición en español de Javier López de Lérida)