Guerrero tiene una tasa de suicidios entre jóvenes de 1.4, la menor del país; autoridades admiten subregistro y poca prevención

undefined
undefined

Mar era una joven alegre, risueña y sociable. Era alta, delgada y de piel morena. Le gustaba compartir tiempo con su familia —principalmente con sus hermanas— y con sus amigos. Viajar y nadar también eran algunas de sus actividades favoritas.

El 12 de marzo de 2013, por la tarde, Mar visitó a María, una de sus mejores amigas, quien le pidió ayuda para grabar un video para una tarea de su escuela. Fue una tarde de plática y risas. Cuando terminaron, Mar regresó a su casa; vivía en una pequeña comunidad de la región de la Tierra Caliente de Guerrero.

Al día siguiente, 13 de marzo, María supo que algo le pasó a Mar. Nadie la vio en todo el día; su familia la buscó por horas y la halló en mal estado cerca del río de su comunidad.

La joven de 17 años había ingerido pastillas con una sustancia altamente tóxica y murió más tarde: se suicidó.

El grupo de edad al que pertenecía Mar, de los 15 a los 29 años, es donde los suicidios tienen mayor incidencia. En 2022, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) reportó que la tasa de suicidios por cada 100 mil habitantes entre jóvenes de ese sector fue de 10.4 en todo el país; entre la población general, fue de 6.5.

Dentro de Guerrero, ese indicador fue de 1.4 por cada 100 mil habitantes, el más bajo de todo México, aunque las propias autoridades de la entidad reconocen que esa estadística no refleja la realidad y subestima el problema, al tiempo que fallan la prevención y la atención a la salud mental.

Abraham Bautista Hernández, enlace para Prevención del Comportamiento Suicida de la Coordinación Estatal de Salud Mental y Contra las Adicciones de Guerrero, reconoció la situación recientemente.

“Es la tasa más baja en el país, (pero) esto se da no porque no existan los casos de suicidio, sino porque no se registran como tal”, dijo, y atribuyó ese subregistro a que con frecuencia “no se ingresa el diagnóstico por cuestión de estigma y desconocimiento del personal de salud, al colocar la clave que implica el fallecimiento por suicidio”.

Los municipios guerrerenses donde se contabilizan más suicidios son Iguala, Acapulco y Chilpancingo —la capital—, en tanto que algunos factores sociales de riesgo son el abuso sexual, la violencia de género, la pobreza y la falta de acceso a servicios de salud, detalló el funcionario.

Prevención y salud mental, en el descuido

En Guerrero, autoridades y especialistas advierten que el suicidio es un problema de salud pública cuya prevención se complica por la burocracia.

Hace 10 años, en Tierra Caliente, una de las regiones más alejadas de Chilpancingo, la salud mental era minimizada no solo por la sociedad, sino también por las instituciones de salud. Mar nunca tuvo acceso a servicios para obtener un diagnóstico sobre su estado emocional.

Ahora, las posibilidades de conseguir atención apenas comienzan a abrirse, pero sobre todo en las principales ciudades.

En Chilpancingo existen dos espacios dedicados a tratar padecimientos de salud mental, pero aun así el acceso es complicado y los pacientes con frecuencia reportan falta de medicamentos.

Después de sufrir una agresión sexual, Jesica Estévez Ojendiz fue diagnosticada con trastorno de ansiedad generalizada y trastorno depresivo recurrente o crónico.

Por recomendación de una amiga, acudió al Centro Especializado para la Prevención y Atención de la Violencia de Género (Cepavi), ubicado en las instalaciones del Hospital General Raymundo Abarca Alarcón, en Chilpancingo.

“Yo empecé a asistir a ese espacio, el cual es totalmente gratuito y hay personal capacitado y preparado, pero lamentablemente la alta demanda de estos servicios hace que la atención sea insuficiente, porque llegan muchísimos casos para el poco personal que es”, contó Jesica, quien ahora tiene 28 años. 

Por su diagnóstico, necesitaba tratamiento psiquiátrico —que no era proporcionado por el Cepavi— y fue canalizada a la Clínica de Salud Emocional dependiente de la Secretaría de Salud de Guerrero (SSG).

Sin embargo, el problema ahí nuevamente fue la burocracia: “Te piden que vayas con referencias, te dan citas muy tardadas y entonces ese sí es un conflicto”.

“Si bien ahí me han brindado la atención, la verdad es que es un poco deficiente, comparado con servicios particulares porque no hay suficiente personal y, aunque esté capacitado, eso no es suficiente para atender la demanda”, alertó Jesica.

Otro problema son los medicamentos porque, aun cuando son gratuitos, es difícil encontrarlos en farmacias del sector público.

En el ISSSTE de Chilpancingo no hay algún servicio que atienda la salud mental. Ni ahí ni en el Cepavi ni en la Clínica de Salud Emocional se pueden realizar estudios especializados como encefalogramas o resonancias magnéticas.

Todos estos problemas hicieron que Jesica buscara otras opciones fuera de Guerrero, en cuya capital una consulta psicológica cuesta de 500 a mil pesos.

A través de la organización no gubernamental SORECE Asociación de Psicólogas Feministas, Jesica recibe atención cada 15 días, por la que paga una cuota de recuperación de 300 pesos. Además, gasta en medicinas de 500 a 800 pesos.

Jesica ha pensado en el suicidio en varias ocasiones y cree que son más comunes de lo que se admite.

“Son las enfermedades del siglo XXI y parece que no existen”, dijo.

“No se veía triste, no noté nada raro”

A una década de distancia, a María aún le cuesta trabajo entender lo que sucedió con Mar.

“Yo no lo podía creer, fue impactante, cómo eso podía pasar si un día antes había estado conmigo, no se veía mal, no se veía triste, no noté nada raro en ella”, recordó.

Mar siempre se mostró alegre y sonriente, pocas veces se enojaba.

El día que se suicidó lo hizo de manera silenciosa. Su madre, Paola, salió de casa; sus hermanas trabajan, al igual que su padre. Mar se fue a la orilla del río de la comunidad, donde ingirió unas pastillas que usan los campesinos para curar el maíz.

Esas pastillas contienen fosfuro, sustancia altamente tóxica para el ser humano.

La madre de Mar regresó a su casa y no la halló; entonces, comenzó a buscarla y a preguntar entre sus amigas y vecinos. Una mujer que acudió a lavar al río esa tarde halló a Mar desvanecida; la subió a la carretilla donde cargaba su ropa y la llevó hasta su casa. Eran alrededor de las 5:00 de la tarde.

En ese momento, Mar aún estaba viva pero débil, no podía sostenerse. Había salido de casa desde el mediodía.

Sus padres y hermanas la llevaron al hospital que está a unos 20 minutos de distancia, durante el camino le dieron a beber leche contra la intoxicación.

Al llegar al hospital, le hicieron un lavado de estómago, pero el doctor dijo a sus familiares que por el tiempo transcurrido su cuerpo ya estaba muy dañado y no había muchas posibilidades de que sobreviviera y, en caso de que sí, quedaría con graves secuelas, como lesión cerebral o en coma.

Mar estuvo toda la noche en observación y en la madrugada falleció. 

Después, a la familia le cayeron todas las dudas: ¿qué había pasado?, ¿por qué lo hizo?

“Yo conozco el dolor de perder a una hija, pero siempre me quedará la duda de por qué lo hizo, ella no dejó nada, ni una carta ni nada. Es vivir con una doble tristeza y con la incertidumbre“, dijo Paola, su madre.

La mujer vive con muchas dudas; incluso, llegó a sentirse culpable “por no estar atenta o al pendiente”.

Sus hermanas tampoco sabían nada, era como si Mar hubiese querido irse en silencio.

Otros estados que al igual que Guerrero tienen tasas bajas de suicidios entre jóvenes de 15 a 29 años, de acuerdo con el Inegi, son Veracruz, con 4.2, y Baja California, con 3.9. En contraste, las mayores tasas se registran en Chihuahua, Yucatán y Campeche, con 26.4, 23.5 y 18.8, respectivamente.

El vacío que dejó Mar

Paola veía que su hija escribía mucho, sabía que tenía cuadernos en los que exponía su sentir, pero nunca quiso leerlos para no invadir su privacidad.

Tras su muerte, buscó los cuadernos porque guardó la esperanza de saber qué había pasado, pero se dio cuenta de que Mar los destrozó antes; entonces, le volvió la tristeza.

“De esos cuadernos no quedó nada, un día antes de que ella se suicidara quemó y arrancó todo lo que escribía”, relató.

“Nadie sabe, que saquen sus conclusiones o inventen lo que quieran, yo sola sabré mi verdad”, fue la última frase que escribió Mar en su perfil de Facebook.

Paola y su familia no se salvaron de ser señaladas. Al vivir en un pequeño pueblo sin acceso a información sobre salud mental, comenzaron las especulaciones que hicieron más doloroso el duelo.

Entre muchas pláticas, amigos y familiares de Mar llegaron a la conclusión de que posiblemente pasaba por un cuadro de depresión severo.

“Después, analizando, yo me di cuenta de que ella nos daba señales que no vimos, a veces publicaba que se sentía triste o vacía, incluso a un amigo una vez sí le dijo que ella a veces quería ya no estar aquí, y él le dijo que por favor no jugara ni dijera eso”, contó su amiga María.

A nivel mundial, organizaciones de salud y especialistas alertan sobre los problemas que llevan hasta el suicidio.

“Es un problema de salud pública importante, pero a menudo descuidado, rodeado de estigmas, mitos y tabúes. Cada caso de suicidio es una tragedia que afecta gravemente no solo a los individuos, sino también a las familias y las comunidades”, dijo la psicóloga Eleuteria Cabrera Alonso.

Para los especialistas, el suicidio demanda que las personas sean más sensibles con el sufricimeitno de otros, de forma que puedan detectarse señales de alerta como que una persona no encuentre sentido a su vida, experimente un alto nivel de frustración, hartazgo o dolor emocional.