Guerra en Ucrania: La historia de superación de los soldados ucranianos que fueron mutilados y volvieron a combatir con piernas protésicas

El 7mo grupo que Protez llevó a Estados Unidos
El 7mo grupo que Protez llevó a Estados Unidos

La sala era amplia y luminosa. Había pelotas inflables repartidas por el suelo de carpeta, cintas caminadoras, barras paralelas y otras máquinas para hacer ejercicio. Elementos que uno podría encontrar en un gimnasio cualquiera. Pero no lo era.

“Hola”, murmuró tímidamente Nikola mientras se levantaba de su silla de ruedas con la ayuda de dos bastones para mostrar por Zoom a LA NACION sus nuevas piernas protésicas hechas a medida y con rodillas computarizadas.

Este guardia de seguridad ucraniano de 22 años devenido en soldado caminó un kilómetro ese 18 de enero de 2023 en aquel centro de rehabilitación para amputados en la ciudad de Oakdale en Minnesota. Un logro extraordinario para alguien que había perdido sus dos piernas —la izquierda a la altura de la rodilla y la derecha por completo— hace tan solo unas semanas tras pisar una mina terrestre.

Se mostraba sereno. Según el Dr. Yakov Gradinar —“Jacob” para los norteamericanos—, Nikola progresó rápidamente desde que llegó. De hecho, a los pocos días del encuentro virtual regresó a Ucrania y continuó su tratamiento allá.

De los 36 pacientes que había atendido hasta finales de enero por la Fundación Protez, una organización fundada por Gradinar y su socio Yury Aroshidze “que ayuda a las personas mutiladas a recuperar su calidad de vida”, al menos siete regresaron al frente a pelear. Muchos otros, los que no pudieron alistarse en el ejército por las lesiones, se ofrecieron como voluntarios para entrenar a nuevos soldados.

“Creo que la guerra cambió la forma en que funcionan sus mentes. Están muy motivados. Quieren regresar desesperadamente para luchar por su país. Sienten que el futuro depende de ellos”, dijo Gradinar, un cirujano ortopédico ucraniano que emigró a Estados Unidos hace 16 años.

El Dr. Gradinar con un paciente
El Dr. Gradinar con un paciente

Cuando estalló la guerra, Gradinar y sus hijos barajaron la posibilidad de regresar a Ucrania para ayudar. “Uno tiene esa culpa de sobreviviente, ¿sabes?”, se sinceró. Sin embargo, luego de un extenso debate en la cocina, la familia decidió que la mejor opción y la más sostenible era ayudar a los combatientes en Estados Unidos por varias razones. La primera, para darles un respiro de la guerra, “unas pequeñas vacaciones”; la segunda, brindarles prótesis y rehabilitación de calidad; y la tercera, y más importante, “mostrarles que el mundo está con ellos”.

“Sí, pelearon; sí, perdieron sus piernas; sí, perdieron sus brazos, pero el mundo está con ellos”, enfatizó.

Así, a base de donaciones privadas y la ayuda de algunas ONG, como la de la primera dama ucraniana Olena Zelenska, Gradinar y su equipo comenzaron a traer grupos de pacientes a Estados Unidos en mayo de 2022. Entre ellos, dos niños: Artyom, de nueve años, y Sasha, de 11.

Artyom estaba jugando en el patio junto a su hermano cuando un misil golpeó su casa en la ciudad de Zhytomyr. Su padre se tiró encima de él como escudo y mientras se abrazaban, el niño perdió su mano y su padre la vida. Su hermanó también falleció en el ataque. Sasha, por su lado, estaba en una plaza con juegos para niños en la entonces asediada Mariupol cuando cayó un proyectil. El pequeño perdió su pierna aquel día.

Cuando llegaron a los distintos aeropuertos de Estados Unidos —Washington, Seattle, Chicago, Portland— cientos de personas de la diáspora ucraniana fueron a recibirlos “como héroes”, contó Gradinar. A ellos y a todos los soldados que viajaron a recibir sus prótesis. “Se ponen emocionales, no lo esperan”, añadió.

Los voluntarios también se ofrecen para hospedarlos en sus hogares durante las tres semanas que permanecen en el país y van todos los días a los centros de Protez a cocinar y pasar tiempo con los soldados y civiles.

Hasta el momento, las donaciones han cubierto el costo de las prótesis, que según Gradinar, puede variar entre 5000 y 15.000 dólares la pieza, y algunos soldados necesitan múltiples. Por ejemplo, Roman, quien perdió su brazo derecho por completo y su pierna derecha arriba de la rodilla, recibió la ayuda financiera de Mykhailo Dianov, uno de los rostros más icónicos de la resistencia ucraniana en la planta acerera de Azovstal, cuyas imágenes de su cambio físico se viralizaron como muestra del maltrato al que fue sometido por las tropas del Kremlin.

No se sabe a ciencia cierta cuántas personas perdieron la vida en esta sanguinaria guerra que el 24 de febrero cumple un año. Funcionarios estadounidenses y europeos han ofrecido recientemente estimaciones poco precisas de las bajas en ambos bandos: de 180.000 a 200.000 por el lado ruso, entre muertos y heridos; y 100.000 o más para Ucrania. Sin embargo, no está claro cuántos son los heridos y cuántos los muertos.

Tampoco se sabe de esos heridos cuántos han sufrido una amputación. Según la ONG Limbs for Life, los informes del país sugieren que entre 8000 y 10.000 personas han perdido algún miembro desde la invasión, y muchos de los 400.000 amputados existentes no pueden acceder a la atención médica. Cientos de personas ya han aplicado al programa de Protez y de otras organizaciones sin fines de lucro como Soldados Revividos de Ucrania y Operación Renovar Prótesis.

Por su parte, Limbs for Life envió a fin de año un gran cargamento de componentes protésicos hacia Odesa, en colaboración con PENTA Medical Recycling.

En el centro de rehabilitación de Protez, a unos metros de Nikola, Serhyi (21) descansaba en un banco. Él también pisó una mina terrestre. Perdió su pierna izquierda. El otrora ingeniero chateaba con su familia y pausó para saludar.

Nikola, Serhyi, Roman y otros soldados que viajaron a Estados Unidos a recibir el tratamiento en Protez
Nikola, Serhyi, Roman y otros soldados que viajaron a Estados Unidos a recibir el tratamiento en Protez

A su lado, estaba Artem, de 20 años. Era estudiante de abogacía antes de la invasión. Ni bien comenzó la guerra, un misil golpeó en el departamento aledaño y una pila de escombros cayó sobre su pierna. Como a Serhyi y a Nicola, tuvieron que amputarlo.

Ninguno de ellos estaba preparado para lo que se avecinaba. Ninguno de ellos tenía experiencia militar. Pero al cabo de un breve entrenamiento, se habían recibido de soldados. De hecho, de los otros dos pacientes que estaban ese día en el centro, uno era camionero antes de la guerra y el otro trabajaba en una mina de carbón. Éste último sufrió las lesiones cuando un fragmento de metralla perforó su pierna luego de que una bomba de racimo —que supuestamente están prohibidas según la ley internacional— detonó cerca de su paradero.

A pesar de todo, Gradinar destacó la templanza de los pacientes que llegan de Ucrania en comparación con otras víctimas de accidentes o enfermedades que trató en Estados Unidos. “Creen que esta guerra los hará más fuertes, que los hará mejores”, apuntó.

Y con tono de sorpresa dijo: “Esperaba más ira”.

“Sin embargo –añadió–, siempre se puede escuchar por lo bajo el enojo con él [Putin]. ‘Ojalá se detuviera. Ojalá frenara esta locura. Esta guerra es literalmente su decisión’, se les puede oír”.