La guerra nuclear podría acabar con el mundo, pero ¿y si todo estuviera en nuestra cabeza?

Nuclear Threat Initiative, una influyente organización sin fines de lucro en Washington, trabaja en un proyecto para aplicar los conocimientos de la ciencia cognitiva y la neurociencia a la estrategia y los protocolos nucleares, para que los líderes no caigan en un apocalipsis atómico. (Mirko Ilić/The New York Times)
Nuclear Threat Initiative, una influyente organización sin fines de lucro en Washington, trabaja en un proyecto para aplicar los conocimientos de la ciencia cognitiva y la neurociencia a la estrategia y los protocolos nucleares, para que los líderes no caigan en un apocalipsis atómico. (Mirko Ilić/The New York Times)

La guerra nuclear regresó al ámbito de las conversaciones de sobremesa y pesa en la mente del público más que en toda una generación.

No solo hablamos del gran éxito de taquilla de “Oppenheimer”: desde la invasión de Ucrania por parte de Rusia, las autoridades del país han proferido amenazas nucleares. Además, Rusia suspendió su participación en un tratado de control de armas nucleares con Estados Unidos. Corea del Norte ha lanzado misiles de demostración. Estados Unidos, que está modernizando sus armas nucleares, derribó un globo de vigilancia de China, que está aumentando su arsenal atómico.

“Me parece que, en la actualidad, la amenaza del uso de armas nucleares es tan alta como nunca a lo largo de la era nuclear”, afirmó Joan Rohlfing, presidenta y directora de operaciones de la Nuclear Threat Initiative, una influyente organización sin fines de lucro en Washington D. C.

En este entorno, una crisis convencional corre un riesgo significativo de convertirse en nuclear. Basta con que un líder mundial decida lanzar un ataque nuclear. Y necesitamos comprender mejor ese proceso de toma de decisiones.

Históricamente, los estudios sobre la toma de decisiones nucleares han surgido de la teoría económica, en la que los analistas a menudo asumieron de manera irracional que es un “actor racional” el que toma las decisiones.

“Todos sabemos que los seres humanos nos equivocamos”, explicó Rohlfing. “No siempre tenemos el mejor juicio. Nos comportamos de manera distinta en momentos de estrés. Y hay tantos ejemplos de fallos humanos a lo largo de la historia. ¿ Por qué pensamos que va a ser diferente con la energía nuclear?”.

Joan Rohlfing, presidenta y directora de operaciones de Nuclear Threat Initiative, una influyente organización sin fines de lucro en Washington, el 3 de agosto de 2023. (Shuran Huang/The New York Times)
Joan Rohlfing, presidenta y directora de operaciones de Nuclear Threat Initiative, una influyente organización sin fines de lucro en Washington, el 3 de agosto de 2023. (Shuran Huang/The New York Times)

Pero el creciente conocimiento científico del cerebro humano no se ha traducido necesariamente en ajustes a los protocolos de lanzamiento nuclear.

Ahora, hay una iniciativa para cambiar esta situación. Por ejemplo, la organización que dirige Rohlfing está trabajando en un proyecto para aplicar los conocimientos de la ciencia cognitiva y la neurociencia a la estrategia y los protocolos nucleares, para que los líderes no caigan en el apocalipsis atómico.

Pero encontrar ideas realmente innovadoras y respaldadas por la ciencia para evitar un ataque nuclear accidental o innecesario es más fácil de decir que de hacer. También lo es presentar el trabajo con los matices adecuados.

Los expertos también tienen que convencer a los responsables políticos de que apliquen las ideas basadas en la investigación a la práctica nuclear del mundo real.

“Los límites de ese discurso están extraordinariamente bien protegidos”, aseveró Anne I. Harrington, especialista en energía nuclear de la Universidad de Cardiff, en Gales, refiriéndose a las presiones internas a las que, según ella, se han enfrentado los funcionarios cuando han cuestionado el statu quo nuclear. “Así que a cualquiera que piense que va a hacer cambios solo desde fuera... le diría que no creo que ocurra”.

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Las potencias nucleares del mundo tienen distintos protocolos para tomar la seria decisión de usar armas nucleares. En Estados Unidos, a falta de un cambio poco probable en el equilibrio del poder entre las ramas del gobierno, la decisión está en manos de una sola persona.

“Solo el presidente puede ordenar el uso de las armas más devastadoras del arsenal militar estadounidense”, explicó Reja Younis del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales en Washington D. C., quien también es doctoranda en Relaciones Internacionales de la Escuela Johns Hopkins de Estudios Internacionales Avanzados.

Según Younis, en una crisis nuclear, el presidente probablemente se reuniría con el secretario de Defensa, los altos mandos militares y otros asesores. Juntos, evaluarían los datos de inteligencia y discutirían la estrategia y los asesores presentarían al presidente posibles acciones.

“Que podrían ir desde ‘no hagamos nada y veamos qué pasa’ hasta ‘lancemos un ataque nuclear a gran escala’”, expresó Alex Wellerstein, profesor del Stevens Institute of Technology de Nueva Jersey y director de un proyecto de investigación llamado “The President and the Bomb“.

Aunque, al final, solo el presidente toma la decisión y puede prescindir de la orientación de sus asesores. Un presidente podría simplemente apretar el botón simbólico.

“Estas son las armas del presidente”, aseguró Rohlfing.

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Antes de su victoria electoral en 2016, expertos y opositores políticos comenzaron a manifestar su preocupación sobre otorgarle a Donald Trump el poder de ordenar un ataque nuclear. Ese debate continuó en el Congreso a lo largo de su mandato presidencial. Para cuando dejó el cargo, la entonces presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, había pedido de manera directa al jefe del Estado Mayor Conjunto que limitara la capacidad de Trump de lanzar armas nucleares.

Fue en este entorno en el que Deborah G. Rosenblum, vicepresidenta ejecutiva de la Nuclear Threat Initiative, invitó a Moran Cerf, neurocientífico y actual profesor de la Columbia Business School, a dar una conferencia en la organización en 2018. La tituló “Tu cerebro ante el riesgo catastrófico” (en la actualidad, Rosenblum trabaja en el gobierno de Biden como subsecretario de Defensa para programas de defensa nuclear, química y biológica, una oficina que informa al presidente sobre asuntos nucleares).

Cerf, vestido con pantalones de mezclilla y una camiseta negra, habló ante una sala repleta de expertos e investigadores acerca de lo que la ciencia del cerebro tenía que decir sobre temas existencialmente problemáticos como la guerra nuclear. La visita precedió una colaboración entre Cerf y una organización sin fines de lucro llamada PopTech, cuya conferencia organiza Cerf.

Los grupos, con una subvención de la Carnegie Corporation de Nueva York, trabajan para proporcionar al gobierno sugerencias basadas en la ciencia para mejorar los protocolos de lanzamiento nuclear. Cambiar esas políticas no es imposible, pero requeriría un escenario político específico adecuado.

“Se necesitaría algún tipo de consenso que no solo procediera de grupos externos, sino también de responsables políticos y militares”, afirmó Harrington, quien agregó: “A decir verdad, probablemente también se necesite al presidente adecuado”.

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Cerf tiene la cadencia rápida de un orador de TED Talk. Nació en Francia y creció en Israel, estudió Física en la universidad, hizo una maestría en Filosofía, se unió a un laboratorio que estudiaba la conciencia en Caltech, donde comenzó y terminó un doctorado en Neurociencia.

También hizo el servicio militar obligatorio en Israel, trabajó como hacker de sombrero blanco, fue consultor de cine y televisión y ganó el concurso de relatos Moth GrandSlam.

Cerf comentó que su principal crítica al sistema para iniciar una guerra nuclear es que a pesar de los avances en nuestra comprensión del cerebro voluble, el statu quo presupone actores en gran medida racionales. En realidad, el destino de millones de personas depende de la psicología individual.

Una de las sugerencias de Cerf es escanear los cerebros de los presidentes y comprender las particularidades neuronales de la toma de decisiones presidenciales. Tal vez un comandante en jefe funcione mejor por la mañana, otro por la tarde; uno funcione mejor cuando tenga hambre y otro no la tenga.

Otras ideas para mejorar los protocolos de las que Cerf ha hablado se remontan en general a investigaciones existentes sobre la toma de decisiones o cuestiones nucleares.

Sin embargo, la principal recomendación del grupo refleja las propuestas de otros activistas: exigir a otra persona (o personas) que digan que sí a un ataque nuclear. Wellerstein, quien no colaboró con la Investigación del grupo, afirma que una persona así necesita la facultad explícita para decir que no.

“Creemos que el sistema que tenemos, que depende de un único responsable, que puede o no estar capacitado para tomar esta decisión, es un sistema frágil y muy arriesgado”, aseveró Rohlfing.

Otro de los estudios de Cerf se relaciona con el cambio climático. Descubrió que cuando se pedía a la gente que apostara dinero sobre los resultados climáticos, apostaban a que el calentamiento global estaba ocurriendo y se mostraban más preocupados por su impacto, más partidarios de la acción y más informados sobre las cuestiones relevantes, aunque empezaran siendo escépticos. “En esencia, cambias tu propio cerebro sin que nadie te diga nada”, afirma Cerf.

Cree que los resultados podrían aplicarse a escenarios nucleares, ya que las apuestas podrían hacer que la gente se preocupara por el riesgo nuclear y apoyara cambios en las políticas. Los resultados también podrían utilizarse para evaluar el pensamiento y la predicción de quienes asesoran al presidente.

Algunos académicos de la ciencia de la toma de decisiones no concuerdan con dichas extrapolaciones.

“Ir de eso a dar consejos sobre el destino del mundo, no lo creo”, comentó Baruch Fischhoff, psicólogo que estudia la toma de decisiones en la Universidad Carnegie Mellon.

Paul Slovic, catedrático de Psicología de la Universidad de Oregón y presidente de la organización sin fines de lucro Decision Research, afirmó que ninguna investigación psicológica puede detenerse en el experimento.

“Hay que ir y venir entre los estudios de laboratorio, que son muy restringidos y limitados, y ver hacia afuera”, dijo.

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A cualquier cerebro, incluso al de un comandante en jefe, se le dificulta la empatía a gran escala necesaria para entender lo que significa lanzar un arma nuclear. “No podemos percibir realmente lo que significa matar a 30 millones de personas”, señaló Cerf.

Existe un antiguo término psicológico para designar esta situación: adormecimiento psíquico, acuñado por Robert Jay Lifton. El hecho de que los humanos seamos lo bastante inteligentes como para dominar las armas destructivas “no significa que seamos lo bastante inteligentes como para manejarlas una vez creadas”, afirma Slovic, cuyas investigaciones han ampliado el concepto de adormecimiento psíquico.

A este efecto se añade la dificultad de prestar la debida atención a toda la información importante. Y eso se suma a la tendencia a tomar una decisión basándose en una o unas cuantas variables destacadas. “Si nos enfrentamos a decisiones que plantean un conflicto entre la seguridad y salvar vidas extranjeras lejanas a las que estamos insensibilizados porque son solo números, optamos por la seguridad”, afirma Slovic.

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Wellerstein recuerda que en el pasado los planes de lanzamiento nuclear se han adaptado a los cambios de circunstancias, filosofías y tecnologías. Y los presidentes han cambiado los protocolos por los temores que surgieron en sus momentos históricos: que los militares lanzaran una bomba nuclear por su cuenta, que el país sufriera un Pearl Harbor nuclear o que se produjera un accidente.

Quizá el temor actual sea que la psicología individual gobierne una elección que altere el mundo. Por eso es importante entender cómo funcionaría el cerebro en una crisis nuclear y cómo podría funcionar mejor.

Lo que viene después de la ciencia, cómo cambiar las políticas, es complicado, pero no imposible. Los protocolos nucleares pueden tener un sentido de permanencia, pero están escritos en procesadores de texto, no sobre piedra.

“El sistema actual que tenemos no nos cayó del cielo ya terminado”, concluyó Wellerstein.

c.2023 The New York Times Company