¿Por qué Greta Thunberg usa siempre los mismos zapatos azules?
El 20 de agosto de 2018, la entonces ignota Greta Thunberg se sentó ella sola frente al Parlamento sueco con su abrigo azul, su mochila violeta y un cartel pintado a mano que proclamaba huelga escolar por el clima. En los 16 meses que pasaron desde aquel día, Greta les habló a presidentes y jefes de estado en la ONU y en la Unión Europea, se reunió con el Papa, con el expresidente de Estados Unidos, Barak Obama, se enfrentó con Donald Trump y cruzó dos veces el Atlántico, de ida y de vuelta, siempre calzada con unas zapatillas azules con velcro.
Las mismas que usó el primer día de la huelga. Las mismas con las que habló ante una multitud el miércoles en Madrid; y lo mismo en septiembre, en Nueva York. Pocos notaron el dato.
"¿Por qué Greta usa zapatillas que no son veganas y están hechas con derivados del petróleo? ¿Y ese abrigo rosa de una cadena de ‘fast fashion’?", son algunos de los comentarios que circularon después de que se conociera que la adolescente sueca había sido elegida como la persona del año por la revista Time, que le dedica un extenso reportaje y la portada, con una imagen que le tomó la fotógrafa Evgenia Arbugaeva en la costa de Portugal, antes de que llegara a Lisboa para participar de la COP25 en Madrid.
"Tengo que pensar cuidadosamente todo lo que hago, todo lo que digo, incluso lo que llevo puesto, lo que como, ¡Todo!", les dijo Greta a los periodistas de Time que la entrevistaron. Lo mismo había dicho un año anterior, cuando le preguntaron por los comentarios despectivos que había hecho sobre ella el director de una cadena de ropa deportiva sueca. "Tengo que pasar por alto los comentarios de odio", dijo.
Greta no tiene mucha ropa. No porque no pueda comprarla. El abrigo azul con la que inició la huelga es una de sus prendas favoritas. Durante su recorrido por el norte de Estados Unidos y Canadá, se la vio con el abrigo rosa que usó el día que la retrató la revista Time. En Madrid, repitió la blusa fucsia con la que se enfrentó a Trump, varios talles más grande que el suyo y, en Nueva York, se mostró con una polémica combinación de camisa escocesa y pantalón estampado. La moda no está en sus prioridades. Aunque ella, como usina de fenómenos, sí está influyendo en la moda.
Greta solo usa ropa usada, una tendencia que se profundizó en algunos países europeos, como parte de la cruzada de quienes apuntan al impacto de la industria de la indumentaria en el cambio climático. En Suecia, lo llaman "Köpskam", que quiere decir "vergüenza por comprar". Es un movimiento similar al de "vergüenza por volar" que impulsó Greta para desalentar a que la gente tome aviones. Razón por la que cruzó el Atlántico en velero y por la que distintas aerolíneas europeas empezaron a acuñar el término de "volar responsable" o "volar sustentable", todo un cambio de eje para el negocio de las low cost.
"Vergüenza por comprar", como lo define Greta, propone que la gente compre ropa usada en lugar de prendas nuevas. Para de esta forma reducir el impacto ambiental y la huella de carbono de la ropa y sobre todo para que abandonen el comprar por comprar. Una tendencia en la que se inscribe por ejemplo la campaña de Worn Wear, de la firma americana Patagonia, que consiste en que los clientes intercambien prendas usadas y reparen las que no estén en condiciones en el local de la marca.
Según Naciones Unidas, cerca del 10% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero vienen de parte de la industria de la moda. Además, el 20% del desperdicio total de agua a nivel mundial proviene de la ropa. Se utilizan unos 93 millones de metros cúbicos de agua al año, suficientes para abastecer las necesidades de cinco millones de personas. Solo para hacer una remera de algodón se utilizan 2,700 litros de agua.
¿Y los tenis? La industria del calzado es una de las que más aporta. Los responsables del proyecto europeo Life+CO2Shoe "Huella de carbono de calzado", midieron las emisiones de la industria del calzado a lo largo de todo el proceso.
El 58% de las emisiones se producen durante la fabricación de los componentes del calzado. El 11%, en el montaje y el acabado, el 16% en el envasado, un 6% en la distribución y apenas el 9% ocurre en la vida final del producto, al ser descartado.
Si se tiene en cuenta que el promedio de uso de una prenda en los países ricos es de siete veces antes de ser abandonado, no es menor el aporte que puede hacer alguien que decide pasar más de un año con los mismos zapatos, sin comprar otros.
Al mantener nuestra ropa en uso por nueve meses más, reducimos un 20% su huella de carbono, residuos, un 30% el consumo de agua según una medición que hizo el Waste & Resources Action Programme, una organización británica que recibe financiamiento de la Unión Europea para impulsar la economía circular.