Gonzalo Suárez: la libertad del cine sin reservas

Gonzalo Suárez, en la alfombra roja de los premios José María Forqué de 2020. <a href="https://www.shutterstock.com/es/image-photo/madrid-spain-january-11-2020-red-1621136911" rel="nofollow noopener" target="_blank" data-ylk="slk:Luis Javier Villalba/Shutterstock;elm:context_link;itc:0;sec:content-canvas" class="link ">Luis Javier Villalba/Shutterstock</a>

En una sociedad determinada por líneas trazadas, ser libre es un acto de radicalidad. Al artista se le exige ser original, pero es impelido a hacerlo dentro de unos cánones, emulando a un referente o aplicando una fórmula genérica.

Afortunadamente, algunos directores como Gonzalo Suárez (Oviedo, 1934) son radicalmente únicos, capaces de elevar el concepto de libertad a las más altas cotas de brillantez.

A pesar de que muchos desconocen su extenso palmarés –entre otros, recibió la Concha de Plata y el Goya al Mejor director por Remando al viento– no es de extrañar que Suárez tenga el Premio Nacional de Cinematografía (1991). También ha sido distinguido como Caballero de las Artes y las Letras en Francia y ostenta la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes española. Epílogo fue el premio del jurado joven de la Quincena de realizadores de Cannes.

Literatura y estilo

El suyo es un estilo iconoclasta, carente de resabios de cualquier corriente cinematográfica. Con el placer de romper convenciones, Suárez práctica este mantra desde los años sesenta. En aquel momento, su libro Rocabruno bate a Ditirambo dio lugar a una filmografía heterodoxa, primero con el cortometraje Ditirambo vela por nosotros y después con el largometraje Ditirambo.

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Y es que, además de director, Gonzalo Suárez es periodista, guionista y literato. Julio Cortázar, Javier Cercas o Eduardo Mendoza se han rendido ante la agudeza de su pluma, tanto al retratar la realidad como en la ficción. De hecho, antes de ser cineasta, directores como Vicente Aranda o Cecilia Bartolomé adaptaron sus relatos, aduciendo que sus textos eran ostensiblemente cinematográficos.

Un hombre mayor en silla de ruedas habla con otro más joven que está de pie ante la mirada de una chica vestida de botones que empuña una pistola.
Paco Rabal y José Sacristán en una imagen de Epílogo, de Gonzalo Suárez. RTVE

Bajo el seudónimo de Martín Girard, Suárez se anticipó al nuevo periodismo mucho antes de que Tom Wolfe hiciera suyo el artefacto. Su estilo periodístico y su inquebrantable capacidad literaria explican unos guiones que dialogan con el surrealismo y transitan por lo no convencional. Sin abandonar las raíces literarias, sus libretos también muestran la vida de periodistas, escritores o críticos como algo consustancial a la creación cinematográfica, tal como demuestran Ditirambo, Epílogo, Remando al viento u Oviedo Express.

Dentro y fuera de la industria

Desde el comienzo, la suya fue una nueva ola al margen de la propia nouvelle vague. Es más, aunque fue el promotor de la Escuela de Barcelona, deudora del cine francés que precedería a la revolución cultural, Suárez no se aproximó al cine de los sesenta desde el realismo, tendencia que efectivamente siguieron el cine latinoamericano, el estadounidense o el británico, sino desde la ficción, la fantasía y el surrealismo. A partir de ese magma inicial, Suárez ha experimentado con temáticas, texturas, enfoques y técnicas, manteniendo un compromiso ineludible con su estilo personal.

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A pesar de su extensa filmografía, de más de veintiocho títulos, Gonzalo Suárez ha conseguido mantenerse fuera de la primera línea de la fama, logrando una independencia rubricada con títulos ajenos a la industria. Pese a ello, a su alrededor siempre ha orbitado el cine más industrial. Cuando Aoom fue proyectada en el Festival de Cine de San Sebastián en 1970, el director Sam Peckinpah quedó fascinado por su iconoclastia. Peckinpah se llevó entonces a Suárez a Hollywood para preparar una adaptación de su novela Operación Doble Dos, que no llegó a rodarse.

Además, Suárez combina títulos independientes –El extraño caso del doctor Fausto, Reina zanahoria, El genio tranquilo–, con auténticos éxitos en taquilla como La Regenta, el guion de La colmena o la exitosa serie Los pazos de Ulloa.

Otros títulos, como Parranda, Don Juan en los infiernos, El detective y la muerte o Beatriz se adentran en ese inasible espacio de oscuridad del alma humana con el que tanto disfruta Suárez, diseccionando el miedo y obligando a la audiencia a reflexionar.

Sin embargo, el director rebosa luminosidad, ejerciendo de alquimista al desplegar todo su talento para emparejar duplas explosivamente químicas como la de Ana Belén y Víctor Manuel en los setenta (Morbo), o la de Hugh Grant y Elizabeth Hurley en los ochenta (Remando al viento).

En este sentido, el zahorí Suárez también ha encontrado talentos ocultos, siendo el artífice de la fama del propio Hugh Grant (a quien eligió como Lord Byron frente a Daniel Day-Lewis) o la vertiente interpretativa de Teresa Gimpera, a quien descubrió como modelo en Barcelona.

Tres hombres vestidos de época cargan sus pistolas en una playa.
Imagen de Remando al viento, de Gonzalo Suárez, con Hugh Grant en primer plano. RTVE

Experimentación y creatividad

En las décadas del siglo XXI, Suárez no solo continúa con su cine de calidad, con títulos como El portero, sino que se ha adentrado en la animación con El sueño de Malinche o Alas de tiniebla, rubricando la tendencia ineludible a la experimentación.

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Así, el cine de Suárez se fundamenta en la capacidad analítica de su autor, unida a cierta ininteligibilidad y a una calidad visual sin parangón. La magia, por añadidura, completa la definición de un director outsider que, con todo, ha conseguido ser un verso libre sin ser abocado al ostracismo.

Gonzalo Suárez es, en definitiva, un director inclasificable, cuya obra germina al margen de todo canon, y que, parafraseando al crítico de cine Miguel Marías en la revista Nuestro Cine, nos obliga a abandonar la pasividad y avanzar hacia lo desconocido.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.

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Lucía Tello Díaz no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.