Gontrodo Pérez, una amante regia que superó en méritos al hombre
Cuando el historiador Simon Barton afirmó que las crónicas hispanas de la duodécima centuria sólo se refieren a los personajes femeninos de manera tangencial tenía razón.
Pero en ese panorama predominante, Gontrodo Pérez –o Petri– de Oviedo supone una excepción. La Chronica Adefonsi Imperatoris, que cuenta el reinado de Alfonso VII de León y Castilla y fue redactada en los tiempos de la azarosa vida de nuestra protagonista, le dedica una inusual atención. Y es que su relación extramatrimonial con este rey los vinculó para siempre. De ella nació una hija: Urraca la Asturiana, que adoptó ese sobrenombre debido a su efímero, pero bien documentado, reinado en este territorio.
Junto a los datos que esta crónica nos proporciona acerca de la biografía de Gontrodo, su nombre aparece en algunos documentos vinculados a fundaciones eclesiásticas del momento. Por último, constituyen testimonios expresivos de su destacada posición social las inscripciones funerarias de su excepcional enterramiento.
Un rey “prendado”
Sobre sus orígenes familiares, cuando la Crónica del Emperador la adscribe a la más alta nobleza asturiana, seguramente exagera, para adornar el linaje de una joven a la que, al fin y al cabo, Alfonso VII había elegido como amante.
Este texto fecha la relación en el verano de 1132, coincidiendo con la presencia del rey en Asturias para sofocar el levantamiento del conde Gonzalo Peláez contra su autoridad. Parece que Alfonso VII se quedó prendado de la belleza de la joven. De dicho encuentro nacería una niña, entregada para su crianza a su tía paterna, la infanta Sancha.
Después de unos años sin noticias sobre el contacto entre la madre y la hija, la Crónica vuelve a vincularlas. Lo hace en el momento de la entrega de Urraca al rey García Ramírez de Navarra, en 1144, cuando según los cálculos ella sólo contaba con doce años. García era vasallo de Alfonso VII, y esto sugiere la utilización estratégica de esta unión como alianza entre el rey castellano y el navarro.
Quizá para dar importancia a este acto, el redactor de la Crónica califica a la futura reina consorte de infanta, pese a ser fruto de una relación ilegítima. Además se extiende en la descripción de los detalles de la boda, que tuvo lugar en León, donde se había criado en el ambiente refinado y cortesano de su tía y mentora. Además, el narrador se refiere amablemente a Gontrodo Pérez como mater reginae (madre de la reina), y concluye diciendo que “colmados así sus deseos para su hija, profesó en el monasterio de Santa María en Oviedo”.
Fundación del monasterio de Santa María de la Vega
Con ello llegamos a otra de las fechas claves de la vida de esta mujer: 1153.
En ese año, a partir de la donación de los terrenos por parte del propio rey, Gontrodo funda extramuros, en Oviedo, el desaparecido monasterio de Santa María de la Vega. Lo sometería a la orden francesa de Fontevraud, creada a principios del siglo XII por Robert d’Arbrissel, con muy poca presencia en territorio hispano. Se levantaba en el solar ocupado hoy por la Fábrica de Armas, y lo aprovisionó de un patrimonio capaz de sostener a una comunidad dúplice, de monjes y monjas, bajo el gobierno de una abadesa.
El rico ajuar litúrgico con el que se dotó la fundación incluía, entre otras piezas ricas, un cáliz, candelabros, frontales de altar y velos finos, testimonio del estatus de su impulsora. Pero el retiro de Gontrodo a la nueva casa no pareció implicar su ingreso como religiosa; su condición correspondía más bien a la figura de la “dómina”, quien controlaba el funcionamiento al frente del mismo, pero sin hacer votos y manteniendo la autonomía en la gestión de sus bienes materiales.
De este modo debió discurrir el resto de su vida hasta su muerte en 1186, documentada en la inscripción funeraria que recorre la lauda de su sepulcro.
De la construcción primitiva del monasterio tenemos pocas evidencias, porque sería necesario hacer una excavación arqueológica. Pero sabemos que ocupó una antigua parcela de propiedad real, cercana a la iglesia altomedieval impulsada por Alfonso II el Casto –San Julián de los Prados–. La calidad de los capiteles de la portada principal, que se conserva reutilizada en una capilla moderna, nos da idea de la destreza del taller contratado para levantar el templo. En ese lugar podemos imaginar a Gontrodo, ocupando algunas estancias privilegiadas, en un retiro más que honroso.
Una tumba casi real
Cuando llegó el momento de su muerte, como era costumbre, decidió que su cuerpo descansara en la fundación que era su casa, en un sepulcro digno de una reina, que por fortuna se conserva en el Museo Arqueológico de Asturias. La documentación medieval no lo localiza en un lugar preciso del conjunto, que sufrió una remodelación total en los siglos del Barroco hasta su desmantelamiento en tiempos de la Desamortización.
Sin embargo, las referencias históricas posteriores parecen indicar su ubicación en el coro de las monjas de la iglesia. En todo caso, la calidad excepcional de los relieves que tapizan la lápida remiten de nuevo a un contexto artístico refinado, adscrito a la cultura cortesana del reino de León, pero también al ámbito navarro y franco, con los que Gontrodo se relacionó de forma indirecta a través de su hija.
Su memoria fue honrada por la comunidad, como se refleja en el excepcional epitafio conservado hoy junto a su enterramiento. Con un tono poético, la caracteriza como “esperanza, honra y espejo de su linaje”, y ensalza su condición femenina hasta el punto de indicar que “superó en virtudes a los hombres”.
Pese a tratarse de una mujer relevante de la Edad Media de Asturias, la historia posterior silenció su recuerdo hasta época reciente. Tras las menciones puntuales a su sepulcro en el monasterio ovetense de distintos cronistas y viajeros de época moderna, la Comisión Provincial de Monumentos de Oviedo rescató su memoria a mediados del siglo XIX, con ocasión del traslado del enterramiento con sus restos al cercano monasterio femenino de San Pelayo tras la supresión de la comunidad de La Vega.
En los últimos años, la fascinante figura de Gontrodo Pérez ha vuelto a despertar el interés desde la literatura y la investigación histórica y artística. Sin duda a ello contribuyó la restauración de su destacado conjunto funerario, pero también el futuro del solar en el que un día esta relevante mujer, amante de rey y madre de reina, levantó la que sería su última morada, testimonio del poder que ejerció en vida.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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Isabel Ruiz de la Peña González recibe fondos de la Agencia Estatal de Investigación-Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades (Proyecto MINORES. Construir la memoria de las elites periféricas en la corona de Castilla y el reino de Navarra: ss. X-XV, Ref: PID2022-138387NB-I00)