“El gobierno es un fracaso”: la angustia de los sirios por el avivamiento de una guerra civil interminable
La casa de Ali en las afueras de Hama quedó vacía y destruida después de un ataque del Ejército sirio el martes, que la dejó sin puertas, sin ventanas y sin muebles. Ali observaba la destrucción a través de un video en su celular desde Idlib, una ciudad donde tampoco hay paz. Mientras los combates entre las milicias insurgentes y el gobierno de Bashar al-Assad golpeaban Hama por la mañana, los residentes de Idlib sabían que la guerra se avecinaba por la tarde.
“La situación es muy mala. Los bombardeos continúan, dirigidos deliberadamente contra barrios residenciales y hospitales”, dijo a LA NACION desde un campo de refugiados en la ciudad de Idlib, controlada en su mayoría por facciones rebeldes y ahora bajo ataque del Ejército sirio, que ayer mató a dos personas en un hospital durante uno de sus bombardeos.
El 27 de noviembre, el grupo islamista Hayat Tahrir al-Sham (HTS) y otras facciones rebeldes lanzaron una ofensiva relámpago en el noroeste de Siria. En pocos días, tomaron el control de decenas de localidades y una gran parte de Alepo, la segunda ciudad más importante del país. La ofensiva desencadenó una violenta respuesta del gobierno sirio, respaldado por Irán y Rusia, que desató feroces enfrentamientos y bombardeos indiscriminados.
Según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, hasta ahora murieron 571 personas, entre ellas 98 civiles. Entre los combatientes, 237 pertenecen a HTS, 54 a grupos rebeldes aliados, y 182 a las fuerzas gubernamentales y milicias respaldadas por Irán y Rusia.
El foco estratégico del conflicto se centra ahora en Hama, donde el Ejército lanzó el miércoles una contraofensiva para frenar a los rebeldes islamistas radicales que, tras una avanzada relámpago desde el norte, llegaron a las puertas de la ciudad. Hama, la cuarta ciudad más grande del país, es crucial para las fuerzas gubernamentales, ya que su control es clave para bloquear el acceso de los rebeldes a Damasco, situada a unos 220 kilómetros al sur.
Mientras tanto, la población civil quedó atrapada entre el fuego cruzado; los desplazamientos masivos se multiplicaron, las ciudades sufrieron cortes de electricidad y agua, y las familias dependen de la ayuda humanitaria para poder seguir adelante.
Vidas fracturadas
Ali, de 23 años, es uno de los miles de desplazados que ha visto su vida transformada por el conflicto. “Me vi obligado a vivir lejos de mi ciudad debido a los bombardeos de la aviación militar y al estallido de la guerra. No he visitado Hama en cinco años”, explica. Ahora reside en un campamento en Idlib, donde depende de la ayuda humanitaria para subsistir. “La fuente de ingresos y el sustento diario son lo más difícil”, agrega este estudiante de administración de empresas que tuvo que abandonar la carrera por la situación económica y la guerra.
Aunque su ciudad natal cerca de Hama ha sido liberada de las tropas del gobierno, no puede regresar debido a los restos de guerra y las minas dejadas por el Ejército sirio. “El 90% de los que han regresado no encontraron más que destrucción” asegura.
También en Idlib, la precariedad define el día a día de sus residentes. La electricidad depende principalmente de baterías y paneles solares. Hay agua potable disponible, pero los servicios de atención médica (por el momento) son deficientes.
“El gobierno es muy débil; Rusia e Irán son quienes deciden y ejecutan. El gobierno sirio es un fracaso, y su líder es un fracaso, además de ser un asesino de niños, mujeres y ancianos”, opina.
Por otro lado, en la ciudad de Homs, a 50 kilómetros de Hama, Hisham Ibrahim comparte un panorama diferente pero igualmente sombrío. “Homs sigue en manos del criminal Bashar al-Assad. Los aviones de guerra del régimen y los rusos son los más temidos. Bombardean hospitales y barrios residenciales”, cuenta.
Acusado de crímenes de guerra y de usar tácticas brutales contra su propia población, Al-Assad enfrenta un rechazo generalizado por parte de quienes lo consideran responsable del colapso del país y del sufrimiento de millones de sirios.
En Homs, la expectativa ante la ofensiva y el futuro del régimen es palpable. Muchos civiles no le temen a la oposición, sino al régimen sirio y a sus aviones. “El temor a los aviones de guerra domina la vida cotidiana, incluso en áreas consideradas seguras”, dice Hisham. “Pero el 40% de Siria está ahora con nosotros. Gracias a las operaciones militares de la oposición, se nos abrieron nuevas zonas”, agrega.
La situación en Alepo
En Alepo, donde los bombardeos han dejado una estela de destrucción y precariedad, la situación mejoró en los últimos días, cuentan los residentes.
“Por primera vez en 15 años tenemos pan”, dice a LA NACION Wissal Mhanna desde la segunda ciudad más grande de Siria y el epicentro de la reciente ofensiva jihadista, tras años de escasez extrema agravada por el conflicto.
Wissal cuenta que el ataque del viernes ocurrió con una velocidad que sorprendió a todos. “El jueves las tensiones empezaron a escalar, pero nadie anticipó lo que sucedió el día siguiente. Fue tan rápido, tan fluido y tan preciso que no podíamos creerlo”, recuerda. “Escuchamos ruidos, pero ni siquiera una ventana se rompió. Alepo fue tomado en 10 horas, sin ninguna víctima civil”.
Según cuenta, lo peor vino el fin de semana, cuando llegaron los bombardeos aéreos del Ejército sirio. Pero para ella, lo peor ya pasó. “Ahora somos optimistas; vemos que las cosas no son tan malas como pensábamos. La electricidad mejoró significativamente”, dice.
“En Alepo, ya no nos importa el régimen; solo no queremos que vuelva a gobernar la ciudad. Su regreso significaría destrucción, más impuestos y más guerra. La única manera en que podría volver a controlar Alepo sería mediante la violencia y asesinando a la gente”, opina.
“Tenemos la esperanza de que esta felicidad continúe en el futuro. Ojalá este régimen caiga, pero no sabemos si eso llegará a suceder”.
Con un gobierno enfrentando desafíos y las milicias jihadistas avanzando, la situación en Siria sigue siendo inestable. Mientras tanto, los civiles son los que pagan el precio más alto, atravesados por el desarraigo, la precariedad y la muerte.
“Sueño con una vida tranquila y segura, y con volver a construir nuestra casa”, concluye Ali.