Así se destruye la cautela ciudadana cuando un gobernante con coronavirus se salta el confinamiento
Aristóteles, ya dejó claro que “el que nunca ha aprendido a obedecer no puede ser un buen comandante”, un enunciado que completó Dwight Eisenhower, el trigésimo cuarto presidente de Estados Unidos, tras afirmar que “la cualidad suprema del liderazgo es la integridad”. Hay frases antológicas e irrebatibles sobre este tópico que deberían influir en la ética de los líderes actuales, otra cosa es que tanto ellos como sus escuderos ejecuten estas ideas desde sus puestos de responsabilidad. En el panorama político actual, muchos mandatarios no sólo no toman nota, sino que perciben estos conceptos como el que oye llover. Pero ahí están, moviendo los hilos de países y tomando decisiones que conciernen a sus conciudadanos sin que les importe lo más mínimo su nivel de seriedad.
Hay líderes que dirigen en primera línea de batalla, mientras que otros lo hacen en la sombra. El británico, Dominic Cummings, forma parte del segundo grupo y ni ha aprendido a obedecer, ni la integridad se ha convertido en una de sus cualidades, todo lo contrario. Es una de las personas más influyentes del primer ministro de Reino Unido, Boris Johnson, trabaja como su asesor principal desde julio de 2019 y en la actualidad se encuentra en el meollo de una tempestad política que gravita sobre su irresponsabilidad y que está sirviendo para dos cosas: debilitar la maltrecha imagen del máximo mandatario británico y tocar la moral a una sociedad obligada a obedecer a pesar de la hipocresía de sus líderes.
En plena pandemia y con unas medidas de confinamiento que rigen a toda la población, Cummings, su mujer y su hijo decidieron viajar en coche una distancia de 400 kilómetros, desde Londres a Durham, para visitar a sus padres. Hasta ahí, mal, porque el asesor político de Johnson quebró una norma incómoda para sus compatriotas pero que él decidió saltarse tras dejarse llevar por la jeta del que siente que está por encima de la ley. Por si fuera poco, la pareja había sido diagnosticada con coronavirus, es decir, no sólo se saltan el confinamiento, sino que lo hacen contagiados y convertidos en un riesgo absoluto para la población, incluidos sus padres. Ni las advertencias de sus compañeros, los asesores científicos de Downing Street, ni las normas implantadas desde el 23 de marzo en la que no se puede salir a no ser que sea para hacer ejercicio, para comprar lo necesario o para trabajadores esenciales, ni un mínimo sentimiento de decencia impidieron que su prepotencia apretara el acelerador.
Le pillaron, se negó a pedir disculpas en una rueda de prensa en la que puso como excusa el temor a no poder cuidar a su hijo, y ahora la ciudadanía se pregunta qué diantres hacen ellos cumpliendo las normas si los que ocupan puestos de poder hacen lo que les viene en gana y las eluden sin que haya consecuencias contra ellos. El propio Cummings redactó alguna de las medidas que él mismo incumplió. Puso a la élite de la que él mismo forma parte frente al espejo, y el reflejo mostró a un individuo cegado por la hipocresía que creyó estar por encima del bien y del mal como representante de unos votantes asqueados.
La primavera está dejando días de buen tiempo en algunas zonas costera de Gran Bretaña y, esta semana, en Brighton Beach, la policía se preparó para identificar a grandes grupos de personas que abarrotaban las playas y parques. Cuál fue su sorpresa, que a la hora de poner multas, muchos de los que infringieron las normas de distanciamiento social pusieron como excusa la actitud de Cummings con un discurso que dificultó enormemente la labor de las autoridades: “si él puede, nosotros también”. La proclama tiene un componente irrebatible: la equidad; aunque la naturaleza de esa actuación sea equivocada.
La falta de responsabilidad de Cummings es comparable a la del presidente de EE.UU.,Donald Trump, que desafía continuamente las recomendaciones de prevención de sus asesores en materia de virología y salud, y no lleva puesta la máscara. No sólo eso, sino que también critica a los que la portan en un ejercicio que inspira a sectores de la población que ejecutan todo lo que sale de su boca, copian sus acciones y finalmente se convierten en un foco de contagio para el resto de la gente. Una de las consecuencias de este tipo de comportamientos es la que vivió un periodista de un canal afiliado a NBC que acudió a cubrir una manifestación improvisada en contra de las medidas de confinamiento en la que sus asistentes trataron de arrebatarle la mascarilla mientras le gritaban todo tipo de improperios.
El máximo mandatario de Brasil, Jair Bolsonaro, es una figura que también opera al margen de las recomendaciones de salubridad y prevención que debería seguir cualquier ciudadano. Aquellos que le admiran emulan su irresponsabilidad y se convierten en focos de contagio. En España, la polémica estuvo servida cuando se pudo ver a Pablo Iglesias en un supermercado sin mascarilla mientras que su mujer, Irene Montero, llevaba días contagiada por el virus. Incluso el expresidente, Mariano Rajoy, fue visto haciendo ejercicio en la calle donde tiene su vivienda en un claro incumplimiento de las normas de confinamiento.
Incluso el británico, Johnson, cometió la irresponsabilidad de afirmar en una rueda de prensa que había visitado y extendido la mano a personas contagiadas por Covid-19, y, claro, acabó infectado e ingresado en cuidados intensivos. Reino Unido cuenta con alrededor de 38 mil víctimas mortales por el coronavirus, EE.UU. registra más de cien mil fallecidos, Brasil acumula alrededor de 30 mil muertes confirmadas y España cuenta con entre 27 mil y alrededor de 40 mil en un baile de cifras que aún no deja claro el número preciso. No está la situación para subestimar la pandemia.
La influencia que los políticos tienen en la población es, en muchos casos, incuestionable y sus acciones, por ilógicas que sean, sirven algunas veces como inspiración y otras como excusa. Sin embargo, eso no elimina la obligación de la ciudadanía a la hora de actuar de manera comedida y racional, independientemente de las barbaridades que hagan los que ocupan puestos de poder e influencia. Es inevitable que haya gente que oiga lo que quiere oír en lugar de escuchar, que dejan de lado la coherencia para enmascarar su irresponsabilidad tras las caretas de nuestros líderes. Y ante ello, tan solo queda la esperanza de que sean los menos, los más ruidosos quizás, pero una minoría que no manche los sacrificios de la mayoría.