Una generación lista para el poder: cómo gobiernan los millennials

Finlandia es un país que rara vez llega a las tapas de los diarios del mundo. La semana pasada sucedió uno de esos momentos excepcionales cuando Sanna Marin, de 34 años, se convirtió en la jefa de gobierno más joven del mundo, en una coalición de cinco partidos, todos liderados por mujeres.

Para un país que tuvo a su primera presidenta en 2000, a su primera premier en 2003 y en el que las mujeres ocupan hoy el 47% de las bancas del Parlamento, tener a un gobierno liderado por cinco mujeres es más natural que en otras regiones del mundo todavía rezagadas en cuestiones de género. Pero lo que sí fue más sorpresivo fue la edad: cuatro de las líderes partidarias son menores de 35 años. La era del liderazgo político millennial ya está entre nosotros.

Marin se sumó a un puñado de líderes de la también llamada Generación Y que ya gobiernan en otros países del mundo. Su perfil es una buena síntesis de la generación que representa: feminista y ecologista, fue criada por una madre lesbiana y su pareja. Su figura ganó relevancia nacional cuando empezaron a circular por YouTube sus acaloradas intervenciones cuando era concejal del ayuntamiento de Tampere. Su ascenso político se volvió imparable desde entonces.

"No pienso en mi edad o mi género", dijo Marin la semana pasada. Pero el resto del mundo si piensa en la edad de sus líderes. Es un tema que se reactualiza ante cada nueva campaña y cada asunción. Sin ir más lejos, en Estados Unidos es un debate nacional que los principales candidatos para las elecciones del año que viene -el presidente Donald Trump y los demócratas Bernie Sanders, Joe Biden y Elizabeth Warren- son mayores de 70 años. La excepción es el alcalde Pete Buttigieg, que a los 37 años quiere convertirse en la voz de los millennials. Su perfil diverso lo ayuda: es gay, veterano de la guerra de Afganistán, habla ocho idiomas y toca la guitarra.

Lo que distingue a líderes como Marin y Buttigieg no es tanto su edad -hubo muchos presidentes jóvenes a lo largo de la historia- sino porque forman parte de una generación que por primera vez está ocupando espacios de poder. Una generación que ha sido analizada y descripta tal vez como ninguna otra a lo largo de la historia y que tiene un marco de valores, creencias y aspiraciones muy definidos. Una generación que también se siente frustrada al ver que es la primera, al menos en los países más desarrollados, que enfrenta condiciones de vida más adversas que la de sus padres.

Esa frustración y esa distancia intergeneracional quedó reflejada hace poco más de un mes en el Parlamento de Nueva Zelanda cuando una congresista de 25 años, indignada por la interrupción de un congresista mayor cuando hablaba de una ley ambiental, le respondió con un "ok, boomer", una expresión que gana popularidad entre los millennials para referirse despectivamente a la generación de los baby boomers por su incapacidad para entender los problemas actuales.

Una madre al poder

Fue justamente en Nueva Zelanda donde en octubre 2017 asumió la primera ministra Jacinda Ardern con apenas 37 años. Su ascenso había sido celebrado como la integrante más joven de una camada de líderes progresistas que incluía al francés Emmanuel Macron y al canadiense Justin Trudeau.

Conocida por su carisma y su buen sentido del humor, apareció invitada como DJ en festivales de música y dice que el whisky es su bebida favorita. Se convirtió en un símbolo de la reivindicación femenina cuando tuvo un bebé estando en el cargo y se tomó seis semanas de licencia. Esa notoriedad se volvió global durante la Asamblea General de la ONU del año pasado, cuando llevó a su en brazos a su bebé, al que bautizó con un nombre indígena, e hizo furor en los talk shows norteamericanos.

Progresista al igual que Marin, la gestión no le resultó fácil y pronto la "Jacindamanía" empezó a dejar dudas sobre la consistencia de sus ideas. En el primer aniversario de su mandato los comentaristas políticos la criticaban por la lentitud para avanzar con las reformas y por su manejo de la economía. Durante ese período restringió la propiedad de los extranjeros, aumentó el salario mínimo y enfrentó huelgas masivas de distintos sectores. También incluyó el "bienestar" en su primer presupuesto para focalizarse en los sectores más vulnerables. Los prejuicios por su juventud no la dejaban en paz: no fueron pocos las que la acusaban de ser puras buenas intenciones y poca gestión.

Pero entonces ocurrió la masacre de Christchurch: el 15 de marzo pasado, un supremacista blanco entró a una mezquita y transmitió en vivo por sus redes sociales el asesinato de 50 musulmanes. Era la posibilidad de demostrar su madera de líder y no la desaprovechó: reaccionó con tranquilidad y compasión, y en vez de un discurso de venganza llamó a proteger a la comunidad musulmana. Con un pañuelo negro en la cabeza, acompañó a los familiares y puso como prioridad de su gestión endurecer la legislación para la compra de armas. Su reacción y su llamado a defender los valores de una sociedad abierta a la diversidad rápidamente le valieron elogios internacionales, y muchos aprovecharon para usarlo de blanco de críticas a la reacción que tuvo ante masacres similares el boomer más poderoso del mundo, Donald Trump.

Selfies y órdenes

El liderazgo de Ardern no sorprende tanto en un país como Nueva Zelanda, durante mucho tiempo considerado una especie de laboratorio de las políticas progresistas. Más disruptivo fue el triunfo de Nayib Bukele en El Salvador, que a los 37 años y con un estilo a golpe de tuits más parecido al de Trump que al de Ardern, logró poner fin en febrero pasado a treinta años de dominio político bipartidista de Arena (derecha) y el FMLN (izquierda). Arrasó en unas elecciones en las que en vez de recorrer el país apuntó a los jóvenes desencantados a través de las redes sociales.

Bukele está en su período de gracia. Acaba de terminar una gira de tres semanas por el exterior que incluyó un encuentro con Ivanka Trump en Doha. En momentos en que muchos líderes latinoamericanos sufren, su aprobación llega casi al 90%.

Con un estilo directo y poco apego al protocolo que también genera cuestionamientos, Bukele apuesta a convertirse en el símbolo de todo lo opuesto a la política tradicional salvadoreña, manchada por el nepotismo y la corrupción. De hecho, se volvió habitual que despida por tuits a familiares de miembros del FMLN con cargos en el estado. "Se le ordena" se volvió una frase ya viral en El Salvador.

Bukele, que por momentos puede adoptar un tono mesiánico, tiene como prioridad terminar con la guerra de pandillas que desangra al país centroamericano y a diferencia de Ardern o Marin, tiene un estilo más pragmático que ideologizado, lo que lo ha llevado a hacer buenos tratos tanto con Estados Unidos como con China.

Su estilo irreverente en redes sociales puede competir tranquilamente con el de Trump. En la última Asamblea General de la ONU, se sacó una selfie antes de dar su discurso. "Muchas más personas verán esta selfie de las que escucharán este discurso", dijo.

Al igual que Ardern, los detractores de Bukele dicen que sus políticas son insustanciales y todavía está por verse hasta donde llegará su aventura. Sin peso en el Congreso, las elecciones de mitad de mandato del año que viene serán clave para su futuro.

El Campeón de la Tierra

Antes de que Bukele se convirtiera en el gobernante más joven de América, el título lo tenía Carlos Alvarado, que en mayo del año pasado asumió la presidencia de Costa Rica con 38 años.

Si Bukele sobresale por su estilo, lo que distingue a Alvarado es su agenda. Fue elegido este año por la revista Time como uno de los 100 jóvenes más influyentes del mundo, especialmente por el énfasis que está poniendo en la lucha contra el cambio climático. Alvarado se propuso con una serie de medidas "descarbonizar" el país -eliminar el uso de combustibles fósiles- para 2050, lo que a su vez le valió el título de "Campeón de la Tierra", el máximo premio en materia de medio ambiente que entrega la ONU.

La campaña electoral que lo llevo a la presidencia rompió moldes en un país muy conservador en materia política. Sin mayor experiencia política y con un discurso más pragmático que dogmático, logró posicionarse rápidamente como un candidato moderno: escritor, amante del rock, padre en un hogar de tareas compartidas y hábil usuario de redes sociales. También su perfil más progresista y su apoyo determinado al matrimonio igualitario fue determinante en una elección que polarizó al país. Le ganó en el ballottage a un pastor evangélico que promovió los valores tradicionales.

Su gobierno fue el primero en el que hubo más mujeres que hombres y nombró por primera vez a una afroamericana como canciller.

Durante sus mandatos promovió iniciativas en temas de especial interés para los jóvenes urbanos: medidas a favor de minorías sexuales, de grupos indígenas y de protección a los corales. La semana pasada, enfureció más al sector evangélico al flexibilizar la legislación sobre el aborto terapéutico.

Pero el reconocimiento internacional que tiene la agenda de Alvarado no se condice con su situación interna. A diferencia de Bukele, su imagen sufrió mucho por la situación económicas. Los paros sindicales han sido una constante y también las críticas por enfatizar en la descarbonización en momentos en que sube el desempleo y la economía se muestra débil: la proyección de crecimiento de 3,2% para este año fue rebajada a 2,2%.

Los sectores empresarios le exigen medidas para reactivar la economía y que avance con la reforma fiscal. El talón de Aquiles de Alvarado está en el Congreso: su partido tiene apenas 10 de las 57 bancas. Hay cosas que en política nunca cambian, no importa cuántas generaciones pasen.