De las frescas montañas al calor extremo de Florida... ¡y un apagón estilo Cuba! | Opinión

¡Qué recibimiento tras un viaje de verano por las montañas del oeste de Pennsylvania!

¡Gracias, Florida Power & Light!

Tras una semana de vacaciones, volví a la planicie del sur de la Florida a un calor extremo que hizo récord —94 grados al mediodía del martes que se sentían más como 100 y, puf, apagón a la cubana. La electricidad se fue, llevándose consigo a Comcast y todo el servicio de internet, y eventualmente, el de teléfono también.

Esperé y esperé el regreso a la civilización.

Después de todo, esto no es la pobre Cuba, donde la electricidad está racionada y los cortes pueden durar todo el día.

Pero fue mala suerte que en el más caluroso verano registrado en nuestro ya recalentado planeta, el apagón de cuatro horas en pleno día, de 12:12 p.m. a 4:14 p.m., afectó a 1,636 de los que vivimos en la zona oeste de Miami Lakes.

La razón dada a los clientes: daños en los equipos de FPL.

El calor implacable no es broma

La exposición prolongada al calor, que puede tener graves repercusiones de salud y económicas, no es ninguna broma.

Tuve una probadita de lo que demasiado tiempo en el calor puede producir cuando recientemente pasé mucho tiempo podando, escardando y rastrillando en mi patio.

Demasiado calor, demasiada humedad, mi cerebro me decía que descansara, pero yo no escuché hasta que sentí náuseas y mareos. Perdí un día de trabajo.

A diferencia de lo que ocurre con un huracán, en este nuevo mundo de condiciones inducidas por el cambio climático no hay avisos ni tiempo de preparación para afrontar un apagón de larga duración. La situación empeora porque perder la electricidad supone también perder otros servicios muy necesarios.

Sin Wi-Fi.

En mi iPhone solo se veía una pequeña barra, como la punta solitaria de un iceberg caído de lado.

“Solo SOS”, decía ominosamente el teléfono justo después de que sonara una última llamada –de la jefa– y gritara inútilmente “hola, hola”.

Había quedado oficialmente aislada del mundo.

¿Cuánto calor hace en el sur de la Florida? La arena de la playa estaba a 137 grados y el suelo del parque infantil alcanzaba los 177

Perecederos en el refrigerador

Se fue la luz cuando entraba a casa y me apresuraba a guardar $189.30 en comestibles comprados en Whole Foods: en su mayoría mariscos, aves, sushi, queso, leche, ensaladas y otros vegetales que requieren refrigeración.

Tonta de mí, ni siquiera me había dado cuenta de que se había ido la electricidad, pero una de las alarmas de humo empezó a pitar.

Maldita sea, ¿tengo una pila de 9V nueva en alguna parte?

Pensé que mi problema era así de pequeño hasta que abrí el refrigerador y vi que estaba a oscuras. Así fui aparato por aparato hasta que me di cuenta de lo que estaba pasando. El reloj de la estufa estaba apagado y Alexa se quedó en silencio cuando la engatusé para que se despertara: “¡Buenos días!”

A medida que el calentamiento global afecta al planeta, el impacto es menos visible en el cambio de las temperaturas promedio y más visible en la forma en que las mínimas extremas son más altas, las máximas extremas son más altas y el número de días calurosos aumenta.
A medida que el calentamiento global afecta al planeta, el impacto es menos visible en el cambio de las temperaturas promedio y más visible en la forma en que las mínimas extremas son más altas, las máximas extremas son más altas y el número de días calurosos aumenta.

Modalidad mitigación

Como la experta en huracanes que me he convertido, entré en modalidad de mitigación: el desastre de la pérdida de alimentos y dinero fue disminuido por un factor: a principios de junio, haya o no un huracán amenazando el Caribe, me preparo para tormentas y/o cortes de electricidad almacenando montones de hielo en bolsas Ziploc de diferentes tamaños en el congelador.

Así que metí en el congelador los alimentos de más riesgo y recé para que el resto sobreviviera en el refrigerador. Almorcé sushi y más tarde, cuando el apagón parecía interminable, un bocadillo de hojuelas de salmón y rodajas de pepino y rábano.

Con todos los aparatos electrónicos apagados y sin nadie con quien hablar, leí un New York Times de hacía una semana que compré en la librería independiente Riverstone Books de Pittsburgh. Y me consolé pensando que puedo sobrevivir cualquier apocalipsis mientras esté rodeada de los miles de libros que poseo.

Pero, ¿realmente podré?

Se eleva el pronóstico de huracanes para lo que queda de la temporada, gracias a un océano Atlántico vaporoso

Nunca se está tan preparado como se cree

El ventilador personal que compré con batería recargable y seis horas de autonomía no funcionó. Debería haberlo probado antes, en vez de comprarlo y guardarlo a espera de un huracán.

Del mismo modo, un cargador apenas tuvo energía suficiente para añadir unos puntos porcentuales al teléfono.

Empecé una costosa lista de mejoras pendientes: Instalar un generador. Mejora de la capacidad de carga y conexión, y rápidamente me di cuenta de lo privilegiada que soy al poder hacerlo mientras otros no solo sufren en Cuba, sino aquí mismo, en Estados Unidos, considerado el país más rico del mundo.

Por mucho que intenté que el apagón no arruinara mi último día de vacaciones, apareció la conocida ansiedad de la temporada de huracanes.

Había estado recorriendo felizmente las verdes y cálidas —aunque frescas— Laurel Highlands, hasta el punto de que cancelé mi vuelo de regreso y opté por un viaje por carretera de 1,223 millas a través de Virginia Occidental, Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur, Georgia y la Florida.

La culpa de ese viaje fue mi adoración por el clásico de John Steinbeck, “Travels with Charley (Viajes con Charley)”. Un relato épico de 1960 sobre un recorrido de meses con su perro para tomar la temperatura del país. Como dijo brillantemente Steinbeck: “La gente no hace viajes, los viajes hacen a la gente”.

Algo así me ocurrió a mí.

En Virginia Occidental, el GPS me indicó que saliera de la Ruta 79; luego, me llevó por una carretera “escénica” pero interminable y “sin servicio” celular, dando vueltas por una montaña como si estuviera en un carrusel. La única alma a la vista fue un hombre que estaba parado junto a un remolque que había visto días mejores. El hombre quería que entrara para usar la supuesta internet. Pero esta veterana de guerras periodísticas sabe lo que no debe hacer.

Seguí conduciendo hacia el sur y llegué al pueblo de Clay, donde había internet —aunque ya no me fiaba— y tres lugareños con un acento que casi ni entendía se peleaban en una moderna gasolinera por la ruta que debía tomar.

La experiencia se convirtió en un momento de viaje inolvidable, pero cuando llegué a casa, pasada la medianoche del martes, lo único que quería era besar el fresco piso de mi casa.

El calor extremo se quedará

La alegría de volver a casa duró poco, pero la angustia es la mejor maestra.

Muchos de nosotros hemos invertido en protección contra el viento instalando ventanas de impacto contra huracanes, y por fin este año en Miami-Dade los residentes de bajos ingresos están recibiendo alguna ayuda financiera del gobierno para hacerlo.

Pero el calentamiento de la Tierra es más complicado, y ha llegado para quedarse. La experiencia de este verano exige aún más formas de prepararse mejor y nuevas políticas.

La interrupción prolongada del martes no se debió a un accidente de construcción ni fue el resultado de una mayor demanda por el calor extremo en la red eléctrica, me dijo el viernes el portavoz de FPL, Shawn Johnson.

“Algunos equipos subterráneos se dañaron y tuvieron que ser reemplazados”, dijo.

La compañía agregó en un comunicado: “Inicialmente, aproximadamente 2,400 clientes se vieron afectados por la interrupción, pero los equipos de trabajo de FPL restauraron el servicio a la mitad de esos clientes en aproximadamente 30 minutos utilizando tecnología de red inteligente”.

Solo nos queda aspirar a que todos en el sur de la Florida reciban ese tipo de servicio.

Vivimos en un nuevo orden mundial natural y político que amenaza nuestro modo de vida.

Lo menos que necesitamos es gente, políticos y empresas que nos sirven con la cabeza metida en la arena caliente.