El estadio donde Barack Obama quiere hacer historia

Quienes han organizado la visita de Barack Obama a Cuba probablemente conocen el alma de los habitantes de la isla. El presidente de EEUU irá a un partido de béisbol en el Estadio Latinoamericano de La Habana. Ese gesto consumará el idilio que los cubanos viven con el político demócrata desde el 17 de diciembre de 2014, cuando rompió medio siglo de maleficio.

Quizás ningún deporte y ningún sitio simbolicen mejor la ardua saga de encuentros y discordias entre ambos países. El Latino, como lo llaman los millones de cubanos fanáticos al béisbol, conserva también la memoria de siete décadas convulsas en la vida de la isla caribeña.

Cuando caiga el out 27 en el juego entre el equipo local y los Tampa Bay Rays el 22 de marzo, Obama habrá sellado su lugar en la historia de Cuba. La gente sencilla, que ignora los malabares de la política exterior, atesorará durante generaciones la imagen del mandatario que se sentó en las gradas del Latinoamericano.

Entre el deporte y la política

Los cubanos le deben el béisbol a EEUU. Ese deporte desembarcó en la isla en las valijas de jóvenes que habían estudiado en colegios norteamericanos y de marineros norteños. Se cree que el primer juego organizado ocurrió en 1866 en Matanzas, una ciudad portuaria 120 kilómetros al este de La Habana, cuando una tripulación estadounidense enseñó a los lugareños los rudimentos del baseball.

El juego se enraizó en la identidad de un país que aún no se había independizado de España. El béisbol no tardó en convertirse en el pasatiempo preferido de la gente, que encontró en él otra manera de manifestarse contra el gobierno colonial.

Casi un siglo después de aquel descubrimiento, la empresa Frederick Score Corporation ejecutó la construcción del Gran Estadio del Cerro (por el nombre del barrio habanero donde se levanta). Era 1946 y la liga de béisbol profesional cubana disfrutaba su época dorada.

En los años siguientes, equipos de las Grandes Ligas (MLB) se entrenaron en el terreno durante la pretemporada primaveral. El estadio también albergó entre 1954 y 1960 a los Havana Sugar King, una franquicia de la Liga Internacional Triple A.

Pero el Coloso del Cerro no solo sirvió como escenario a enfrentamientos deportivos. Durante el régimen militar de Fulgencio Batista (1952-1959) grupos de jóvenes universitarios organizaron protestas en el estadio.

Después del ascenso al poder de Fidel Castro, la instalación cambió de nombre y de carácter. La ruptura con EEUU precipitó el fin del campeonato de béisbol profesional y cerró las puertas a los equipos estadounidenses de la MLB. El líder comunista rebautizó el recinto como Latinoamericano. Castro también fomentó su leyenda como pelotero: la fotografía del gobernante empuñando un bate inicia el volumen del llamado “béisbol revolucionario”.

Desde 1962 el Latinoamericano ha acogido la Serie Nacional, el campeonato de elite del popular deporte en Cuba. El equipo anfitrión, Industriales, ha ganado más títulos que cualquier otro en esa liga. Los fanáticos suelen compararlo con los New York Yankees. De hecho, uno de los lanzadores cubanos más reconocidos, Orlando “El Duque” Hernández, jugó en ambas novenas.

La diplomacia deportiva

A pesar del diferendo político, el béisbol se ha mantenido como un puente entre Cuba y EEUU. En el Latinoamericano han jugado numerosos equipos estadounidenses, en topes anuales o en partidos extraordinarios como el protagonizado en 1999 por los Orioles de Baltimore y el equipo Cuba.

La propaganda antiestadounidense tampoco ha apagado la sed de los cubanos por las Grandes Ligas. Los fanáticos no han olvidado a los peloteros que abandonaron la isla para jugar en Estados Unidos, a quienes la prensa oficial calificaba de traidores y los comentaristas deportivos borraban de las estadísticas.

A la sombra de la visita de Obama, las autoridades deportivas de la isla y la MLB negocian para abrir el mercado de peloteros cubanos a la liga estadounidense. En el cénit del pragmatismo que diferencia a Raúl Castro de su hermano, el béisbol aficionado ha terminado por ceder ante la esperanza económica del béisbol profesional.

Cuando se reescriba la historia del béisbol en Cuba, sin dudas reaparecerá la imagen de Fidel Castro, bate en mano, como un prometedor slugger. Si los redactores no faltan a la objetividad de su oficio, recordarán las glorias de los equipos nacionales, pero también el dolor del exilio y la manipulación política de un deporte seguido con fervor religioso por millones de cubanos. Y en una página posterior emergerá Obama, bendecido por su gesto del 17 de diciembre, sonriente en un palco del Latino donde ganó el más importante premio: el corazón de un país.