¿Cómo fortalecer la pluralidad y la institucionalidad democrática en México?

undefined
undefined

No hay grandes diferencias entre realidad y ficción, ni entre lo verdadero y lo  falso; que una cosa no es necesariamente cierta o falsa: puede ser al mismo tiempo verdad y mentira; la única verdad es que no hay verdad única.

Harold Pinter, Premio Nobel de Literatura (2005)

 

En el México de hoy día es preocupante que la coyuntura actual apunta a que los equilibrios y los contrapesos de poder en el país se encuentran  amenazados y, en lugar de mejorar el régimen político, nos encontramos ante iniciativas que vislumbran retrocesos a nuestra joven democracia.

La gran arena política apremia en este momento de la historia a los ciudadanos la necesidad de reformular los códigos de comunicación entre el Estado y la Sociedad, mismos que se precisan para dar forma y avanzar en la  consolidación de un régimen democrático, en el que son ineludibles los puentes que fortalezcan el diálogo plural en cuyo núcleo esté el empeño de modificar el  entorno para beneficio colectivo y del país. Nuestra Brújula Ciudadana del mes aborda estos temas.

La gran interrogante que como sociedad debemos plantearnos en la actual disputa del futuro del país, es cómo vamos a enfrentar los problemas económicos, políticos y sociales para estar a la altura de los grandes y acelerados cambios globales que posibiliten al país no sólo adaptarse a una nueva dinámica geopolítica, sino también construir las vías que permitan remontar la desigualdad a la par de un crecimiento con rostro más humano, en un mundo que es evidente se ha roto, sus componentes no encajan y la gobernanza mundial decae paulatinamente.

Lo anterior obliga a todos como partes de la Nación a plantear un sinfín de preguntas, pues existe la disyuntiva de ¿cómo deben crearse las condiciones para que los ciudadanos seamos actores activos del rumbo futuro del país? ¿Cómo aplicar las reglas y leyes que doten de igualdad para todos y no privilegien sólo a unos cuantos? ¿Cómo ordenar un régimen donde el ejercicio del poder no se cimente en ocurrencias, discreción y favorecer a un círculo limitado de  amistades o de lealtad espontánea? ¿Cómo fortalecer la pluralidad que  caracteriza a nuestro país para que sea uno de instituciones y no uno de  caudillos? ¿Cómo reformular las relaciones entre gobernantes y los  ciudadanos para hacer efectiva la transparencia y la rendición de cuentas? Estas  interrogantes y otros desafíos más son temas en torno de los cuales en la actual coyuntura se debería estar encauzando el diálogo y la solución de la diversidad de  asuntos que conforman la agenda pública nacional; sin embargo, es evidente que, a la sociedad, la clase política nos distrae con asuntos, espectáculos políticos o confrontaciones sin sentido.

Además, pende el gran riesgo de que siga creciendo la violencia del crimen organizado y éste vaya ocupando los espacios públicos y, por otro lado, que las  gestas de las campañas y el quehacer político suban el tono violento donde predominen los mensajes de odio y se polarice la vida del país, sembrando la  semilla del odio, la violencia y la división entre quienes pugnamos por el avance de  la convivencia pacífica y democrática y esa entelequia que ha sido denominada como el “pueblo bueno y sabio”.

El momento que vivimos en la actualidad es el de un cambio de era, en el que  predomina lo virtual a la par de la cosmovisión de la ciudadanía que son elementos mediante los que se procesan otros y nuevos códigos de comunicación  y de valores. Es una época que exige a la ciudadanía asumir una actitud de  determinación para atrevernos a explorar y abrir nuevos caminos de diálogo y  comunicación para crear las condiciones de una convivencia colaborativa.

Y, en esa línea, es preciso preguntarse si realmente no hay espacio para la reconciliación, para caminar unidos y dejar a un lado lo que nos separa como sociedad y como país, en el ánimo de reconstruir el tejido social y de que pugnemos por fortalecer nuestras instituciones en un ambiente en el que impere la fuerza de la razón y el bien común, y ya no la fuerza del número de posiciones  políticas en los tres Poderes de la Unión. Es una regla de las democracias el hecho de que entre poderes pueden surgir diferencias, por las funciones que corresponden a cada uno y la manera en la que evalúan las vicisitudes desde ópticas diversas. Todo ello acarrea la posibilidad de posturas divergentes y en eso descansa la división y el equilibrio de los  poderes.

Entonces, es preciso reencontrar el camino del diálogo, de la discusión y el  análisis de las ideas con los que piensan diferente, pues fortalecer la democracia es el bien más preciado de la sociedad y, como herencia, es lo que debe  distinguir a las generaciones de jóvenes ciudadanos en formación que están por adentrarse en la construcción continua del país, en el que debe existir la certeza  de que impera la libertad en su más amplio concepto, como requisito  indispensable para el ejercicio de cualquier otro derecho humano y constitucional.

Frente a esta nueva realidad que estamos viviendo y los nuevos desafíos para  construir las bases de una nueva época, las propuestas de las campañas políticas por venir tienen que estar en sintonía con una nueva visión de nación que surge de la sociedad para superar los problemas pendientes y sentar las condiciones  para encarar con tino los retos del futuro del país.

El apremio es de urgencia, pues persiste el rezago social en todos los rubros que  a lo largo de décadas los diferentes gobiernos han tratado de subsanar con  compromisos para atenuar la desigualdad, el combate sin tregua a la inseguridad y abatir la extendida percepción de la corrupción, entre muchos otros más. Sin embargo, a la luz de la realidad del ciudadano de a pie es un grito a voces que, para alcanzar el poder, la clase política ha recurrido al método de la mentira, con un discurso retórico en el que la promesa de soluciones no ha podido concretarse  en los hechos y que viene a confirmar aquella máxima de Maquiavelo que cita “nunca faltarán razones a un príncipe para no cumplir sus promesas”.

En virtud de lo anterior, para la clase política debe quedar claro que desde la  sociedad existe el convencimiento de que no se trata de ganar un puesto de  gobierno o de representación política, sino ofrecer una propuesta concreta a los ciudadanos de hoy y del mañana para construir con rumbo y certidumbre el país en el futuro inmediato. El reloj de la historia ha dejado en claro que no hay pausas  y que no son tiempos de regresar al México donde la hegemonía política estaba en manos de la clase gobernante, sino que hoy también los ciudadanos necesitamos espacios de participación, de pluralidad y de coincidencias en la  construcción de un proyecto común de Nación.

Nuestra era puede ser una gran oportunidad para todos, de reforzar la  institucionalidad para ser un país en donde predominen el Estado de derecho y se  respete el equilibrio, los pesos y los contrapesos. El debate actual en la palestra  nacional no debe tener como eje rector una lucha entre buenos o malos, donde la  pugna no se centre en la imposición de un dogma ideológico, sino en la implementación de un régimen y de una república consolidada, que sirva como referente y punto de quiebre definitorio para alejar las tentaciones autoritarias, de  contraponer la impunidad con el Estado de Derecho, en donde la pluralidad no es bienvenida y en las cuales los frenos y contrapesos son vistos como ilegítimos si  pretenden acotar el liderazgo populista a los límites constitucionales.

En ese tenor, la participación ciudadana no debe limitarse a una estrictamente electoral, sino asumir diferentes aristas que decanten en una forma muy clara de  participar, controlar y moderar el poder otorgado a los representantes políticos, sirviéndose de las lecciones que durante el pasado reciente la han dotado de una  serie de instrumentos de incidencia que le han permitido frenar a quienes  desprecian al orden jurídico y sus consecuencias.

En conclusión, el futuro inmediato exige replantear la acción ciudadana para reafirmarse como parte vertebral en la definición y la solución de la agenda  pública, con el objetivo de anular la tesis de que los asuntos públicos, por  definición, son considerados competencia única del gobierno y sus instituciones,  sobre todo cuando las decisiones de gobierno recaen en la sociedad en su  conjunto.

* Elio Villaseñor Gómez es director de Iniciativa Ciudadana para la Promoción del Diálogo A.C. (@Iniciativa_pcd).