Fernando Campana, un provocador del diseño de muebles, muere a los 61 años

Fernando Campana, quien con su hermano Humberto traspasó los límites del diseño de muebles al crear objetos evocadores y provocadores elaborados con materiales inverosímiles como carbón, ramas de árbol, plástico de burbujas, cristal de Murano hecho añicos e incluso animales disecados, murió el 16 de noviembre en São Paulo. Tenía 61 años.

Las causa de su deceso, que se produjo en un hospital, no fue revelada según informó Humberto Campana.

Los hermanos Campana se convirtieron en estrellas internacionales del diseño contemporáneo, produciendo durante décadas piezas curiosas y bellas que en teoría eran muebles, o al menos se originaban de la idea del mueble, aunque también diseñaron joyas, ropa, artículos para el hogar, escenografías, interiores e instalaciones artísticas. Su obra reflejaba “la hermosa sutileza caótica del espíritu brasileño”, escribió el artista Vik Muniz cuando entrevistó a la pareja para la revista Bomb en 2008.

No tenían previsto convertirse en diseñadores. Fernando era arquitecto, aunque quería ser actor o tal vez astronauta, y Humberto, ocho años mayor que él, había estudiado para abogado. “Creo que todo estaba mal desde el principio”, dijo Humberto a Muñiz.

Pero Humberto decidió que prefería ser escultor, y empezó a hacer marcos de espejos y otros objetos pequeños. En la década de 1980, los hermanos empezaron a diseñar cosas juntos, incluida una colección de sillas de hierro en bruto —llenas de púas, llamas, espirales y bordes dentados— que fue una respuesta al final de las dos décadas de dictadura militar brasileña. Llamaron a la colección “Desconfortáveis”, o “Incómodos”, en español, y se convirtieron en estrellas del mundo de las artes en su país.

“Era rústico, agresivo y brutalista”, dijo Humberto por teléfono. “Era como un vómito de todo lo que habíamos sufrido”.

La silla Favela, fabricada a principios de los noventa, era más esperanzadora; una zarza de aspecto frenético de pequeñas tablillas de madera clavadas entre sí e inspirada en las estructuras ad hoc de las favelas, o asentamientos precarios, de Brasil.

Un manojo de cuerda roja que compraron en un puesto callejero se convirtió en su silla Vermelha (vermelha significa rojo en portugués): 500 metros de cuerda enrollada como espaguetis en una estructura metálica. Un botín de peluches de un vendedor ambulante inspiró una de sus obras más conocidas: las sillas Banquette, que son nidos de peluches, como la cama de un niño.

Los hermanos siguieron encontrando inspiración en los barrios de su ciudad y también en sus artesanos, cuyo trabajo apoyaron con el suyo propio. Una serie de piezas llamada Transplastic, de 2006, realizada con una fibra tejida llamada apuí incrustada con sillas de plástico baratas para cafeterías, fue producida por una empresa local de mimbre que estaba a punto de cerrar y, al hacerlo, las habilidades ancestrales y el sustento de sus trabajadores se borrarían. El modo en que surgió la serie es típico del arte de los hermanos: un comentario que es fantasioso, pero con una seriedad mortal.

“Había leído en alguna parte que el suelo del Mediterráneo está hecho casi enteramente de plástico, que ya no queda suelo orgánico”, le contó Fernando a Muniz. “Imagínate una planta creciendo de plástico. Entonces hicimos un juego irónico. Al principio, las sillas para la sala eran de mimbre, por su ventilación y ligereza, pero luego el mimbre se sustituyó por metal, luego por cuerda de plástico trenzada y, por último, por moldes de inyección de plástico baratos y feos. Nuestro proyecto era un contraataque: el mimbre que lo invadía todo como un parásito, e intentaba recuperar su lugar mediante prótesis, hibridismo y la unión de las sillas. Son objetos que de alguna manera cuentan su propia historia, una evolución mutante”.

El lento rodar de su fama fuera de Brasil comenzó con un artículo publicado en 1993 en Domus, una revista de diseño italiana. A finales de la década, Edra, un fabricante italiano, empezó a producir sus piezas para el mercado internacional. Por la misma época, Paola Antonelli, entonces conservadora asociada de arquitectura y diseño en el Museo de Arte Moderno, los invitó a Nueva York para que expusieran con Ingo Maurer, el diseñador de iluminación alemán; la muestra los daría a conocer al mundo.

Pero estuvo a punto de no ocurrir porque los hermanos nunca recibieron la propuesta inicial, que Antonelli envió por fax (recordemos que eran los noventa). Tres meses antes de la exposición, ella les telefoneó asustada: “¿No están contentos con la exposición?”.

Se pusieron manos a la obra.

“Hacían objetos preciosos con cosas encontradas”, dice Antonelli, recordando un primer encuentro alborotado, en el que le presentaron los barrios de su ciudad y la mezcla de culturas. Le enseñaron la manera correcta de comer mangos (en traje de baño en el mar), cómo evitar las serpientes al caminar por el campo (con botas de hule) y cómo nadar con cormoranes.

“Se lo estaban pasando de maravilla, con una inocencia, un entusiasmo y una energía contagiosos”, afirma. “Celebraban sus raíces, la cultura del hacer que hay en Brasil”.

Y su cultura del “hazlo tú mismo”, según la cual se usa lo que se tiene a la mano, muchas veces provocó escenas cómicas en contextos como museos. Hubo una vez que enviaron su silla Bubble Wrap, embalada en una caja de plástico de burbujas, a una exposición en Río. Como le contaron a la revista Wallpaper en 2020: “Cuando llegamos para ver la exposición, la silla estaba absolutamente destrozada. El equipo que la recibió no paraba de despegar las láminas en busca de la silla. Por suerte fue fácil de arreglar, ya que lo único que tuvimos que hacer fue ir corriendo a la tienda de material de oficina y cambiar las láminas de plástico”.

Fernando Piva Campana nació el 19 de mayo de 1961 en Brotas, una pequeña localidad rural a las afueras de São Paulo, el menor de tres hermanos. Su padre, Alberto, era ingeniero agrónomo; su madre, Célia (Piva) Campana, era maestra. Fernando estudió arquitectura en el Centro Universitario de Bellas Artes de São Paulo. Además de Humberto, a Fernando le sobrevive otro hermano, José.

La obra de los hermanos Campana, que suele venderse por decenas de miles de dólares, forma parte de las colecciones permanentes del MoMA y el Metropolitan Museum of Art de Nueva York; el Centro Pompidou y el Musée des Arts Décoratifs de París; el Museo de Arte Moderno de São Paulo y el Vitra Design Museum de Weil am Rhein, Alemania.

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