Las familias de Uvalde hallaron propósito en el dolor

Javier Cazares toca una foto enmarcada de su hija Jackie, de 9 años, en el cementerio Hillcrest Memorial de Uvalde, Texas, el 12 de junio de 2022. (Tamir Kalifa/The New York Times)
Javier Cazares toca una foto enmarcada de su hija Jackie, de 9 años, en el cementerio Hillcrest Memorial de Uvalde, Texas, el 12 de junio de 2022. (Tamir Kalifa/The New York Times)

UVALDE, Texas — La madre y la hermana de Alexandria Rubio se acercaron a su tumba una mañana, con la tinta oscura aún fresca en la piel.

“¡Mi Lexi-roo, tenemos un tatuaje para ti!”, gritó Kalisa Barboza, de 18 años, frente a la lápida. Estaban visitando el cementerio Hillcrest Memorial, como la familia lo ha hecho casi todos los días del año transcurrido desde que su hija de 10 años, conocida como Lexi, fue asesinada junto con otros dieciocho alumnos y dos profesores en la Escuela Primaria Robb de Uvalde, Texas.

Barboza y su madre, Kimberly Rubio, levantaron los brazos. “Destino Lexi”, decían en elegante cursiva los tatuajes a juego, un recordatorio de la creencia de estas mujeres de que su familia acabará reuniéndose.

Las familias de las 21 personas asesinadas han pasado el último año abriéndose camino en un desierto de dolor, ira, desesperación, frustración y confusión, buscando, si no la paz, al menos un propósito.

El cementerio, donde están enterradas la mayoría de las víctimas, se ha convertido en un pilar para muchas de las familias, al igual que el vínculo forjado entre ellas. Las familias decoran las tumbas y dan mantenimiento de manera meticulosa a la zona que rodea las lápidas; además, se reúnen en el cementerio para celebrar cumpleaños y fiestas.

Desde la masacre de Uvalde han seguido produciéndose tiroteos masivos en todo el país, y el proceso de recuperación en los meses transcurridos desde entonces ha sido lento, avanzando de estación en estación.

Jóvenes familiares de un primo muerto en el tiroteo masivo corren por el cementerio donde están enterradas muchas de las víctimas en Uvalde, Texas, el 24 de noviembre de 2022. (Tamir Kalifa/The New York Times)
Jóvenes familiares de un primo muerto en el tiroteo masivo corren por el cementerio donde están enterradas muchas de las víctimas en Uvalde, Texas, el 24 de noviembre de 2022. (Tamir Kalifa/The New York Times)

“El tiempo no cura”, comentó Ana Rodríguez, cuya hija Maite estaba entre los muertos. “Nos enseña a aprender a vivir con el dolor”.

Verano de indignación

Tras la tragedia, la mayoría de las familias sintieron la necesidad de ir al cementerio. A principios de junio, montones de tierra se alzaban sobre las tumbas recientes de casi una decena de niños de 9 y 10 años en la sección norte, una constelación de angustia. La mitad de las víctimas estaban enterradas allí. Las demás ocuparon lugares junto a familiares en otros lugares del cementerio. Algunas fueron incineradas.

En Uvalde, la pequeña ciudad de mayoría obrera y latina, no muy lejos de San Antonio, la gente se encuentra durante actividades escolares y en el único supermercado de la ciudad. Ahora, estas familias también están unidas por el dolor y, para muchas de ellas, por un nuevo propósito: quieren que se rindan cuentas por los fallos, ampliamente documentados, de la policía durante los eventos del 24 de mayo de 2022, y que se introduzcan cambios en la legislación para evitar que otras familias corran la misma suerte.

Llenaron las reuniones del consejo escolar y de la ciudad, y celebraron concentraciones, en las que muchos familiares pidieron leyes más estrictas sobre las armas de fuego. Al igual que el cementerio, los pasillos donde se toman decisiones políticas importantes en Austin y Washington, D. C., también se convirtieron en lugares familiares.

“Siento que su capítulo se ha cerrado y el mío se ha abierto”, señaló Rubio refiriéndose a su hija. “Por ella, siento esta responsabilidad de compartir su historia y lograr que algo cambie”.

Desde el principio, las familias empezaron a apoyarse mutuamente y a gestionar la logística de sus vidas entrelazadas mediante un grupo de mensajes privados al que llamaron “21 Ángeles”.

La víspera del primer día de colegio en septiembre, algunos de los padres expresaron su ansiedad y temor al grupo. “¿Alguien se apunta a una visita rápida a la plaza?”, escribió en respuesta Gloria Cazares, cuya hija Jacklyn, conocida como Jackie, fue asesinada.

Poco más de una hora después, nueve grupos de padres formaron un círculo junto a las cruces que aún permanecían en pie en la plaza del pueblo. Se tomaron de la mano y rezaron.

Un nuevo propósito

En noviembre, la tierra hinchada sobre las tumbas se había asentado y empezaba a crecer una hierba exuberante. Casi todas las familias se reunieron en el cementerio para celebrar el Día de los Muertos, una fiesta tradicional mexicana en la que la gente se reúne con sus seres queridos fallecidos. Prepararon ofrendas y se turnaron para visitar los altares de los niños y los profesores.

“Me gusta pensar que no nos une solo la tragedia, sino también los recuerdos compartidos de nuestros hijos”, aseguró Rubio. “Es casi como un rompecabezas al que ninguno de nosotros puede completar si no estamos juntos”.

El día anterior, un grupo de Uvalde viajó a Austin, donde llevaron un altar del Día de los Muertos desde el Capitolio estatal hasta la mansión del gobernador, cerca de ahí. Se manifestaban a favor de una normativa más estricta en materia de armas, incluyendo el aumento de la edad mínima, de 18 a 21, para comprar un fusil de asalto años. El tirador, de 18 años, compró legalmente el fusil de asalto utilizado en el tiroteo.

De vuelta a casa, el dolor de vivir el primero de muchos ciclos de hitos sin familiares que perdieron era implacable.

A las 6 de la mañana del día anterior a Acción de Gracias, Gloria Cazares y su marido, Javier, fueron los primeros en llegar a un salón de banquetes de Uvalde para “Te amamos Uvalde”, un almuerzo de Acción de Gracias que la familia celebra anualmente para la comunidad. En la penumbra, rodeados de mesas vacías, la pareja se abrazaba enjugándose las lágrimas. Cada miembro de la familia participaba en la organización del almuerzo y servía la comida durante el evento, que era uno de los favoritos de Jackie.

“Ahora nos damos cuenta de que ella no era solo una pequeña parte de nuestra familia”, afirmó Gloria Cazares. “Probablemente era la mayor parte de nuestra familia”.

Cazares puso manos a la obra para distraerse. Entonces se le acercó su hermana mayor y le preguntó: “¿Quién se encarga del postre?”.

Cazares hizo una pausa. “Jackie se encargaba de eso”.

Fiestas silenciosas

A Xavier López, conocido como X.J., le encantaban las fiestas. A finales de noviembre, su familia asistió a su evento favorito, el espectáculo navideño anual de Uvalde.

Mientras sus padres, Abel López y Felicha Martínez, y sus hermanos caminaban por el elaborado sendero de luces y decoraciones al son de la banda sonora de un coro infantil, una fuerte explosión atravesó el aire. Un transformador sobrecargado había reventado y cortado de manera breve el suministro eléctrico. Martínez sufrió un ataque de pánico y se desplomó sobre la hierba.

“Se supone que estos días son felices, pero no son más que recordatorios de que nuestras vidas están destrozadas”, dijo más tarde esa noche.

Otros recordatorios son más sutiles.

Antes de morir, Tess Mata hacía mucho ruido en casa. Cuando la niña de 10 años no estaba cantando videos de TikTok o hablando con su hermana mayor por teléfono, patinaba por el salón en el que se escuchaba un ruido inconfundible de clic clacque hacían las ruedas rosas de sus patines sobre el suelo de baldosas.

“Cuando Tess estaba callada, te preocupabas”, relató Verónica Mata, su madre.

“Ahora solo se escucha el aire acondicionado, así de tranquila está la casa”, comentó su padre, Jerry Mata. “Ahora esa es nuestra nueva normalidad”.

Pequeñas victorias

En primavera, los Rubio, junto con varias familias de Uvalde, volvieron a Austin para declarar ante el Comité Selecto de Seguridad Comunitaria de la Cámara de Representantes a favor del proyecto de ley de “Aumento de la edad”. Llegaron a las 7:30 de la mañana con camisetas que tenían imágenes de sus seres queridos fallecidos.

Después de esperar trece horas, Rubio fue el primero en testificar.

“¿Creían que nos iríamos a casa?”, preguntó a los miembros del comité.

Semanas más tarde, las familias se hacinaron en una sala de la comisión iluminada con fluorescentes para la votación del proyecto de ley. Dos republicanos rompieron con su partido, asegurándose de que el proyecto saliera adelante. La sala estalló en aplausos y lágrimas.

Al final, el proyecto no llegó al pleno por la oposición de los republicanos. Aun así, las familias dijeron que sentían que habían demostrado que en Texas se podía avanzar en materia de legislación de armas.

Kimberly Rubio y su marido, Félix, condujeron directamente a Uvalde y llegaron al cementerio justo después de la puesta de sol. Todo lo que Kimberly Rubio quería hacer, agregó, era tumbarse sobre la tumba de Lexi. El suelo frente a la lápida estaba mojado por el aspersor, pero ella se tumbó de todos modos, dejando que el agua fría empapara su camiseta amarilla que decía: “Mamá de Lexi”.

“Lo logramos”, susurró. “Lo lograste”.

c.2023 The New York Times Company