La familia real quiso controlar su imagen en internet, pero internet pudo más

El príncipe Guillermo y la princesa Catalina, así como el príncipe Enrique, inicialmente adoptaron las redes sociales como una forma de evitar a la prensa sensacionalista.

Si rastreamos el origen de la fotografía digitalmente alterada de Catalina, princesa de Gales, sus raíces se remontan a la tragedia de otra princesa de Gales, Diana, cuya muerte en 1997 ocurrió casi siete años antes de la creación de Facebook.

El fatal accidente de coche de Diana, luego de que un grupo de fotógrafos la persiguiera a gran velocidad en París, dejó una huella imborrable en sus hijos, Guillermo y Enrique. Ambos crecieron jurando que no participarían en lo que consideraban una relación enfermiza entre la familia real y la prensa, en la cual ellos eran los maltratados.

El auge de las redes sociales ofreció a esta joven generación de miembros de la realeza una forma de eludir a los tabloides que tanto vilipendiaban: a través de plataformas populares como Instagram y Twitter podían publicar noticias e imágenes de sí mismos cuidadosamente seleccionadas, sin la intervención de los periódicos londinenses o los paparazzi al acecho.

Pero ahora están experimentando el lado más oscuro de la vida pública en el salvaje mundo de la web. La foto de Catalina, publicada en las redes sociales y reproducida por periódicos y cadenas de todo el mundo, se ha visto envuelta en la vorágine de rumores y teorías conspirativas que la persiguen desde hace dos meses, cuando se sometió a una operación abdominal y desapareció de la escena pública.

Aunque Guillermo y Enrique han luchado contra estas fuerzas, la presión ha sido quizá más pronunciada para sus esposas, Catalina y Meghan, quienes han estado en el ojo de la tormenta de internet alternadamente. Hace poco, Meghan habló sobre el trato “lleno de odio” que sufrió durante el embarazo de sus hijos.

“Debe ser muy duro lidiar con esto”, dijo Rasmus Kleis Nielsen, director del Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo de la Universidad de Oxford. “A menudo son las mujeres las que sufren las peores intimidaciones y acosos”.

Por supuesto, Catalina contribuyó sin querer a encender el ambiente tras alterar la foto del Día de las Madres en la que aparecía con sus tres hijos. Esto desató una nueva tormenta de especulaciones en internet: la gente comenzó a compartir teorías sobre cómo se habría manipulado la imagen, ya sea utilizando la cabeza de Catalina de una foto de portada de la revista Vogue, de 2016, o reciclando una foto de la familia tomada el pasado noviembre.

Investigadores visuales desmintieron ambas suposiciones, pero eso no impidió que los mensajes originales se hicieran virales. El que promovía la teoría de la foto de Vogue acumuló más de 45 millones de visitas.

[La imagen inferior muestra, desde la parte superior izquierda, en el sentido de las manecillas del reloj: el cierre y el cabello están mal alineados, una porción de la manga falta, el cabello tiene un patrón artificial, los bordes de las baldosas parecen repetidos.]

Catalina, que se había propuesto controlar su imagen pública, se encuentra ahora en una situación similar a la de algunos de sus antecesores reales: verse acosada por una jauría de usuarios en línea no menos feroz que los fotógrafos que persiguieron a Diana en París.

“Cualquiera de la familia real o de su personal que piense que las redes sociales permiten eludir a los guardianes de la información o controlar la narrativa no ha aprendido de la experiencia de Meghan Markle”, afirmó Nielsen.

“Estos son espacios profundamente ambiguos”, dijo, “en los que las cosas que la gente quiere están inextricablemente vinculadas con cosas que son profundamente preocupantes”.

Guillermo y Enrique hicieron su primera incursión oficial en las redes sociales en 2015, cuando, con Catalina, abrieron cuentas compartidas: una en Twitter y otra en Instagram. Una de las primeras publicaciones mostraba a Enrique, de puntillas, junto a Dikembe Mutombo, estrella retirada del baloncesto estadounidense, que mide 2,18 metros, en un programa de entrenamiento deportivo para jóvenes.

Al año siguiente, cuando Enrique conoció a Meghan, actriz estadounidense, se encontró con una ávida y experta usuaria de las redes sociales. Meghan dirigía un blog de estilo de vida, The Tig, que ella describía como “una plataforma para paladares exigentes”. En una ocasión, la revista Cosmopolitan dijo que iba “camino de convertirse en la próxima Goop”, la marca de bienestar de la actriz Gwyneth Paltrow.

Meghan cerró The Tig cuando su relación con Enrique se hizo pública. Pero al unirse a la familia real llevó consigo a la su astuto uso de las redes sociales. En 2020, la pareja dio la primicia de que se retiraba de las funciones reales en Instagram y expuso sus planes en Sussex Royal, una web diseñada por la misma empresa digital en Toronto que había diseñado The Tig.

Cuando Meghan fue objeto de insultos en internet, Enrique culpó a la cobertura hostil y racista de la prensa. En sus memorias,
En la sombra
, escribió que, durante los 18 meses previos a su boda en 2018, la implacable cobertura que los tabloides hicieron de Meghan había “irritado a todos los trolls que ahora salían arrastrándose de sus sótanos y guaridas.“

“Desde que habíamos admitido que éramos pareja”, dijo Enrique, “fuimos inundados de burlas racistas y amenazas de muerte en las redes sociales”.

Sin embargo, en el caso de Catalina, la falta de noticias en la prensa puede haber contribuido a que los rumores proliferaran en internet. El palacio de Kensington, donde ella y Guillermo tienen sus oficinas, levantó un velo de privacidad en torno a Catalina tras su operación, pues ofrecieron pocos detalles sobre su estado o su recuperación, más allá de decir que volvería al trabajo después de Pascua.

“El virtual silencio sobre la salud de Kate, que ella tiene todo el derecho a guardar, asustó a los medios de comunicación y generó un frenesí en las redes sociales del que se alimentaron los principales medios”, dijo Peter Hunt, antiguo corresponsal real de la BBC.

A pesar de la voraz cobertura mediática sobre la familia real, algunos temas están prohibidos. Por ejemplo, los chismes sobre el matrimonio de Guillermo y Catalina se han filtrado desde hace mucho tiempo en las turbias profundidades de la red. Pero rara vez, o nunca, aparecen en los periódicos, que se rigen por estrictas normas de privacidad, impuestas por las implacables leyes británicas sobre difamación.

La semana pasada, cuando una foto borrosa de Catalina y su madre en un coche apareció en la web estadounidense de chismes TMZ, los periódicos británicos no la publicaron por respeto a la petición del palacio de Kensington de que se le permitiera recuperarse en paz.

Incluso ahora, luego de que Catalina aceptó que había retocado la foto, unos cuantos tabloides han salido en su defensa. “Dejen en paz a Kate”, se leía en la portada de The Sun, de Rupert Murdoch, que suele dar una generosa cobertura a la princesa. “Los ataques por una foto editada son absurdos”, decía.

El riesgo para la familia real, según los expertos, es que la manipulación que Catalina hizo de la foto arroje dudas sobre otras noticias e imágenes que ellos han publicado, privando a la realeza de un canal útil para llegar a los más jóvenes. Algunos tabloides se han mostrado abiertamente escépticos con ella. “¿Cómo la foto de Kate se ha convertido en un desastre de relaciones públicas?”, se preguntaba The Daily Mail. “¡La foto bomba de Kate!”, declaraba el tabloide Metro usando un juego de palabras en inglés.

“Las redes sociales deberían ser un triunfo para la realeza, un medio para difundir su mensaje, puro y sin cuestionamientos”, dijo Hunt. “Aunque la mayoría probablemente perdonará y olvidará, el riesgo es una erosión de la confianza, un bien importante para la monarquía”.

La credibilidad de la familia real puede no ser la única víctima. Nielsen señaló que, en una encuesta reciente, el 69 por ciento de los británicos se mostraban preocupados por saber qué era real y qué era falso en internet. Y eso fue antes del torbellino de rumores y desinformación sobre Catalina.

“Esto puede intensificar aún más el escepticismo de la gente hacia gran parte de lo que ven, tanto en los medios de comunicación como en las redes sociales”, dijo. “No son buenos días para la confianza de la gente en el entorno informativo”.


Mark Landler
es el jefe de la corresponsalía en Londres del Times. Cubre el Reino Unido, así como la política exterior estadounidense en Europa, Asia y Medio Oriente. Es periodista desde hace más de tres décadas. Más de Mark Landler

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