Familia mete pizza, refrescos, hasta pollo KFC en cajas de zapatos y bolsas al cine: nadie lo puede creer

Comida que familia metió al cine de manera oculta. (Captura x/@ChanguitoAx)
Comida que familia metió al cine de manera oculta. (Captura x/@ChanguitoAx)

Un video de una familia que metió comida al cine se viralizó en redes sociales. En el clip, que luego fue borrado de TikTok, se pueden ver diferentes formas de burlar la seguridad de las salas con el fin de ingresar los más variados alimentos y todo con tácticas estructuradas a la perfección. En bolsas de ropa y cajas de zapatos, comenzaron a meter refrescos, pizzas, pollo KFC y otro antojos que pueden encontrarse en cualquier plaza de México.

Además de cargar la comida en las cajas y bolsas, meten algunas porciones entre sus ropas. "Se me va calentando la espalda", comenta una de las señoras de la familia. Pasan por la revisión de boletos sin mayor problema, logrando que pase desapercibido todo lo que ingresaron, y acceden finalmente a la sala. Ahí también grabaron el fin último: poder comer mientras ven la película.

El video, como era de suponer, despertó gran controversia. Hubo posiciones a favor, en contra e intermedias. Algunos usuarios contaron haber hecho lo mismo o que lo harán en el futuro, ya que los precios de la comida en el cine son muy caros. Otros dijeron que puede ingresarse quizá una bolsa de papas o algún refresco, pero que meter tanta comida resulta molesto para los demás espectadores, ya que el olor se esparce por toda la sala.

Y hubo quienes condenaron esto, pero con comentarios clasistas: dijeron que esto es algo "naco" y comentaron que la forma de hablar y expresarse de la familia decía todo sobre cómo eran y por qué se les hacía tan sencillo meter comida al cine. El video, finalmente, cumplió su objetivo: hacerse viral. Es una de las intenciones que seguramente se plantearon los creadores cuando lo hicieron, por eso fue tan exagerada la cantidad de cosas que metieron. Pero de ninguna de manera se justifican los comentarios clasistas que abundaron como reacción.

Se dejó ver que cualquier contexto es favorable cuando se quiere sacar el clasismo a flote. Nadie duda que pueda llegar a ser molesto, pero también tiene sustento la postura de quienes sostienen que ir al cine implica hacer un gasto grande y no por el precio de ver la película, sino justamente por los alimentos. Por ejemplo, en Cinépolis, el refresco más barato puede costar 54 pesos (463 mililitros). El más grande, de 1.2 litros, cuesta 70 pesos. Los precios son altos en sí mismos y más si se les compara con lo que cuesta en una tienda: un refresco de 600 mililitros no vale más de 20 pesos —y eso que en los últimos años ha habido impuestos adicionales—.

Por su parte, las palomitas no se quedan atrás: 60 pesos por las chicas, de 65 gramos. Las jumbo cuestan 75 pesos y traen 203 gramos. Igualmente se venden otros dulces como helados, bebidas congeladas y caramelos, todo a un precio más alto del que se puede encontrar en otros lados. Ni hablar de paquetes más grandes, porque ahí los costos se disparan a lo equivalente a una comida en un restaurante. Un combo de dos refrescos, unas palomitas jumbo y unos nachos puede costar hasta 262 pesos.

Es claro que ahí radica el negocio de los cines, en vender la comida a un precio que excede el habitual. Son sus normas, en las cuales hacen uso de una ventaja: sólo se puede consumir lo suyo si quieres ver la película, aunque sea arbitrariamente más caro. Las personas han buscado alternativas para jugar el juego y puede ser cuestionable cuando invada la comodidad de otro, pero no por ello caer en insultos clasistas.

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