Familia campesina de CA lamenta muerte por cáncer. Ahora le preocupa otro diagnóstico

Eduardo Martínez ha intentado seguir adelante después de que su esposa, Margarita, falleciera el mes pasado tras 14 años de lucha contra el cáncer de mama.

Martínez, trabajador agrícola desde hace 28 años, sigue dirigiéndose a su lugar de trabajo cada mañana. Da de comer a las gallinas que viven en su modesta casa en la Madison Pheasant Farm, una parcela rural en una zona no incorporada del Condado de Yolo. La mayoría de las noches, Martínez se encarga de hacer la cena –una responsabilidad que antes asumía su esposa– para la familia.

Pero Martínez enfrenta ahora otra cruda realidad. A su hijo menor, Adrián, también le diagnosticaron cáncer. El joven de 20 años está ingresado en el UC Davis Medical Center tras su décimo ciclo de quimioterapia. Cada ciclo consiste en cinco días seguidos de tratamiento.

“Tengo que seguir sufriendo, como hice todos estos años con ella”, dijo Martínez, de 57 años.

La familia Martínez, incluso en su desafortunada situación, es un reflejo de los trabajadores agrícolas de todo el estado y, más concretamente, del Condado de Yolo.

Durante generaciones, las familias han emigrado a la zona con la esperanza de una vida mejor. El Condado de Yolo cuenta con una población estimada de 7,000 trabajadores agrícolas y 26,236 personas relacionadas con ellos, es decir, el 12% del total de habitantes. Eduardo y su esposa vinieron de Zacatecas, un estado del centro-norte de México.

Los trabajadores suelen realizar trabajos laboriosos bajo el sol por el bien de sus hijos. A veces es difícil conseguir comida. Alrededor del 47% de los hogares de trabajadores agrícolas del condado sufren inseguridad alimentaria.

La mayoría no cobran bien ni viven mucho. La esperanza de vida promedio de un trabajador agrícola es de 49 años, frente a los 76 de la población estadounidense en general. Margarita murió a los 63 años.

Esta comunidad enfrenta obstáculos incluso en la muerte, dijo Antonio de Loera-Brust, activista de los trabajadores agrícolas desde hace mucho tiempo y amigo de la familia. Los empleos mal pagados dejan a los trabajadores poco tiempo para llorar las muertes.

El hijo mayor de Martínez, César, volvió a trabajar en el campo a los pocos días de la muerte de su madre. La familia tiene una deuda de uno $22,000 debido a los servicios funerarios y a la enfermedad de Adrián.

“Su vida es un microcosmos de nuestra comunidad”, dijo De Loera-Brust.

Eduardo Martínez, de 57 años, y su hijo César Martínez, de 24, sostienen una foto de su esposa y madre Margarita Martínez, recientemente fallecida de cáncer de mama, el martes 28 de noviembre.
Eduardo Martínez, de 57 años, y su hijo César Martínez, de 24, sostienen una foto de su esposa y madre Margarita Martínez, recientemente fallecida de cáncer de mama, el martes 28 de noviembre.

Una vida cuidando de los demás

Margarita nació en 1960 en Francisco I. Madero, un pequeño pueblo de Zacatecas, México. Fue la tercera de nueve hermanos: dos niños y siete niñas.

Su infancia fue difícil y pobre, cuenta su hermana menor, Juanita Gutiérrez. Su padre era trabajador agrícola y, con solo dos varones en la familia, las mujeres también tenían que trabajar.

“No recuerdo a qué edad empezamos, pero éramos pequeñas cuando empezamos a ayudar a mi padre a plantar”, dijo Gutiérrez.

Las hermanas solo estaban separadas por dos años de edad, por lo que, según Gutiérrez, estaban siempre juntas. El tiempo libre fuera de la escuela y el trabajo lo pasaban con sus amigas y yendo a bailes.

“Le encantaba bailar”, recordó Gutiérrez.

Al final de su adolescencia, Margarita se trasladó a Guadalajara por motivos de trabajo. Allí, según Martínez, cuidaba a ancianos.

Unos años más tarde, en 1986, llegó a Estados Unidos. Margarita se instaló en Los Ángeles y pasó los siguientes años cuidando niños.

En 1989, un familiar le presentó a Margarita en un baile. Su primer recuerdo de ella es haber bailado juntos aquel día. Se casaron al año siguiente.

“Tengo muchos recuerdos de ella, pero ahora mismo me resulta difícil pensar en alguno de ellos”, dijo Martínez.

Instalándose en el Condado de Yolo

La pareja se trasladó al Condado de Yolo a principios de la década de 1990 y ambos empezaron a trabajar inmediatamente en la agricultura.

Margarita pasó muchos años armada con un azadón y trabajando con tomates, mientras que Martínez aceptó trabajos de soldador y conductor de camiones llenos de semillas. Era una vida modesta, pero arraigada en la migración debido a la naturaleza estacional de su trabajo.

Incluso después del nacimiento de sus dos hijos, César y Adrián, la familia pasó apuros para conseguir una vivienda permanente. Finalmente, la familia se instaló en el centro de migrantes de Madison, un complejo de viviendas para trabajadores agrícolas estacionales situado junto a la Highway 16.

En 2009, a Margarita le detectaron cáncer de mama, cuando sus dos hijos tenían 7 y 11 años.

“Le pidió a Dios que no se la llevara todavía, que la dejara ver crecer a sus hijos”, dijo Martínez.

Margarita intentó seguir trabajando, pero a los pocos meses, los síntomas de la enfermedad y los efectos secundarios del tratamiento la relegaron a quedarse en casa. Los años siguientes consistieron en constantes visitas al médico, citas de quimioterapia y copiosas cantidades de medicamentos, según los familiares.

La familia siguió emigrando cada año, hasta que en 2020, Martínez se puso en contacto con el propietario de Madison Pheasant Farm, que está unas 35 millas al noroeste de Sacramento. La granja es el hogar de muchas aves y de la pequeña vivienda de dos dormitorios de la familia.

Encontrar un hogar permanente era una ambición de décadas para la familia Martínez. Se habían cansado de emigrar y el estado de Margarita empeoraba.

“Queríamos una casa en la que quedarnos para siempre”, dice Martínez.

Margarita murió tres años después, a las 3:55 p.m. del 5 de noviembre, en su casa.

Eduardo Martínez, de 57 años, y su hijo César Martínez, de 24, lloran la muerte de su esposa y madre Margarita Martínez, recientemente fallecida de cáncer de mama, el martes 28 de noviembre.
Eduardo Martínez, de 57 años, y su hijo César Martínez, de 24, lloran la muerte de su esposa y madre Margarita Martínez, recientemente fallecida de cáncer de mama, el martes 28 de noviembre.

Lo que sigue para la familia

En una noche de finales de noviembre, se pueden ver rastros de Margarita por toda la casa de la familia.

Su habitación aún no ha sido tocada por la familia, y presenta montones de ropa rosa, bolsos rosas, peluches rosas y cortinas rosas. No es difícil saber cuál era su color favorito, dijo Martínez.

En el salón, las paredes están repletas de fotos de sus salidas familiares: bautizos, fiestas de cumpleaños y viajes a su pueblo de México. También están los adornos navideños que le encantaba poner cada año.

Al mismo tiempo, hay signos evidentes de su ausencia.

“Es una pieza que nunca podrá ser reemplazada”, dijo César, mientras se señala el corazón.

Está viendo solo una telenovela. Recuerda que su madre le pedía a menudo que encendiera el televisor para poder ver sus programas favoritos.

A pocos pies de allí, Martínez prepara la cena para la familia. Cocinar era uno de los muchos talentos de Margarita, incluso estando enferma. Normalmente tenía la comida preparada cuando los hombres llegaban a casa del trabajo. Lo que más echarán de menos serán sus enchiladas, dicen los tres hombres Martínez.

La familia tiene previsto viajar a México durante las vacaciones, con la esperanza de que el viaje les ayude en el proceso de duelo. No tienen mucho qué hacer aquí sin ella, dijo Martínez.

Pero deben esperar a que el más joven, Adrián, salga del hospital. Le diagnosticaron cáncer testicular en julio de 2022 y lleva cinco semanas ingresado. Se supone que esta última ronda de quimioterapia mejorará significativamente su estado.

Aun así, Martínez no puede evitar preocuparse.

“Ella (Margarita) está descansando, pero me dejó para seguir luchando”, dijo Martínez.

El mes pasado se puso en marcha un GoFundMe verificado para ayudar a la familia con los gastos funerarios y médicos.